La semana que pasó debimos asistir a un capítulo bien interesante y extraño en el acontecer policial, un acto que dio para análisis y pronunciamientos de varios sectores, especialmente en los medios de comunicación, a quienes llamó vivamente la atención el comportamiento del patrullero Ángel Zúñiga, quién hacia parte de un operativo ordenado por autoridad competente, basado en un proceso judicial que lleva varios años en una zona aledaña al río Pance, sur de Cali.
El procedimiento debía neutralizar una invasión, desalojando del lugar un grupo de personas, quienes se tomaron el sector sin autorización e inadvertencia de las autoridades; se trató de una medida tomada por la autoridad, que debe cumplirse, y corresponde a la Policía Nacional acompañar las autoridades que ejecutan la disposición respaldándolas y asegurando su integridad personal, a más del éxito operativo.
En el caso que nos ocupa, como todos los procedimientos de este tenor, los invasores apelan a un sinfín de recursos para evitar el cumplimiento de las diligencias y en ocasiones se tornan violentos contra las autoridades y la policía; en otras, abandona el lugar dejando sus pertenecías para luego demandar daños y perjuicios. En fin, son variadas las estrategias empleadas en estos casos por los invasores, y esta oportunidad no sería la excepción, pues recurrieron a la presencia de menores, mujeres embarazadas y llanto permanente, “dura escena pero de inveterada utilización”.
Sabemos de antemano que el manejo no es fácil y es preciso contar con algo de experiencia para enfrentar la sensibilidad del momento. Si me lo permiten podríamos referirnos a la película tan aplaudida y ponderada La estrategia del caracol, como modelo de subterfugios para evitar el desalojo. Pero lo importante es analizar detenidamente la actuación y actitud del patrullero en mención, quien entregó los elementos del servicio y se retiró del operativo, manifestando estar en desacuerdo con la orden judicial y el procedimiento. Hecho que prendió alarmas, y ahí fue Troya.
Sin el ánimo de entrar en debates innecesarios y desgastantes, el señor patrullero cometió varios desafueros haciéndose acreedor de una investigación disciplinaria interna. Es imposible que una manifestación tan clara y espontánea no tenga consecuencias y seguramente en las diligencias, el patrullero Zúñiga exponga razones contundentes para justificar su conducta, motivos que hasta el momento no conocemos. Nos encantaría que saliera airoso de este trance, porque estamos seguros de actuó llevado por impulsos emocionales de simpatía y conmiseración con los invasores, pero desafortunadamente el ordenamiento jurídico no contempla esa posibilidad y los reglamentos menos.
La profesión policial es bien complicada, demanda ante todo una gran dosis de vocación y templanza, es por ello que muchos jóvenes que abrazan esta carrera no logran su permanecía. Dura realidad, pero faltó compromiso profesional.