"Hoy hemos llegado a la meta", dijo Humberto de la Calle Lombana en su discurso del día de la firma del Acuerdo Final con la guerrilla de las Farc.
En efecto, tal hecho marca el fin de la etapa de negociación, pero todo queda por hacerse y "solo habrá paz duradera y estable si los acuerdos se cumplen".
Compromiso difícil en medio de una gran incertidumbre, pues la forma en que se encuentra redactado dicho Acuerdo se presta para cuanta opinión se quiera emitir en el marco de la amplia gama de concepciones posibles, dentro de la riqueza interpretativa de la lengua española y de las buenas o malas intenciones de quien lo haga.
También, porque siendo un documento de 297 páginas, además de extenso no es perfecto, y entre muchos vacíos adolece de suficientes y detalladas metas cuantificables.
Es un catálogo de generalidades que compromete a toda la colectividad y que al ser gradualmente implementado a través de leyes, decretos y resoluciones, arriesga a que con el tiempo pueda tomar distintos rumbos.
Impresión que se confirma con lo expresado por el mismo jefe del equipo negociador del Gobierno, cuando advierte que: "el acuerdo logrado no es un acuerdo perfecto... pero sí es el mejor acuerdo posible". "Hubiéramos querido algo más. Pero el acuerdo logrado es el acuerdo viable".
Viable en la medida de lo posible, diríamos entonces.
De ahí la importancia de la comisión de observación y verificación a cargo de la Organización de las Naciones Unidas y de los miembros de los países de la Celac, para evitar cualquier tipo de duda en torno a la gestión que se realice.
En ese orden de ideas, cerrar la brecha entre lo rural y lo urbano, propósito allí previsto y del que ya se viene hablando años atrás, deberá comenzar por consultar los motivos para no haberse conseguido antes y garantizarle al campesino un ingreso justo, lo cual sólo será posible de la mano de las oportunidades que pueda brindarle el mercado, afectado ahora por el impacto de los tratados de libre comercio que, seguramente como parte del proceso, pedirán también se revisen.
De otro lado, el Acuerdo plantea una Reforma Rural Integral, que igualmente ya se llevó a cabo hace tiempos con el nombre de Reforma Agraria Integral, y de cuyos buenos y malos resultados hay mucho que aprender; como igualmente sucede con los programas de erradicación y sustitución de cultivos ilícitos no muy exitosos.
Sin embargo el optimismo de De la Calle se inspira en que para esta ocasión "la ausencia del conflicto puede permitir que se logren avances sustanciales".
Son esos apenas unos ejemplos, porque en esencia lo que se quiere es el fin de la guerra con la participación de las Farc en la democracia.
Iniciativa que resultaría imperfecta y frustrante si los actores de la política regular en este país no cambian sus planes de acción y sus conductas deshonestas.
Pues tal como están las cosas, sería invitar a la subversión a seguir delinquiendo a instancias de un "paradigma político" corrupto, flagelo que igualmente atenta contra la ética, los principios y valores morales, y que reclama la revisión de parámetros y fundamentos ideológicos de las distintas corrientes electorales, con mayor razón cuando el objetivo de las Farc siempre ha sido alcanzar el poder, supuestamente ahora ya no con las balas sino con los votos.