Dijo Pedro Sánchez, festejando hace unas horas en la sede de UGT un aniversario tan atípico como la puesta en marcha de 'su' Gobierno de coalición, que, por mucho que disguste a la oposición, "el apocalipsis no va a llegar". Y, desde luego, no es apocalíptico que Cándido Conde-Pumpido, el hombre acaso más odiado por esa derecha a la que, según las voces de La Moncloa, tanto gustaría ver cabalgar por nuestros campos a los cuatro jinetes bíblicos portadores de todas las plagas, se haya convertido en presidente del Tribunal Constitucional. Ni podrían propiamente considerarse profetas de la catástrofe total tantas otras cosas que han pasado en nuestro país en estos tres años trascurridos desde que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias sellaron, con un abrazo inesperado no muchas semanas antes, el primer Gobierno de coalición en casi un siglo. Pero eso sí: ¡qué coalición! ¡Y "qué tres años!", como dijo este miércoles el propio presidente de ese mismo Gobierno, que tantas sacudidas ha sufrido.
El verdadero protagonista de los comentarios que he escuchado en las últimas horas no era Conde-Pumpido, cuya designación como presidente del zarandeado Tribunal Constitucional no constituyó, en realidad, una auténtica sorpresa: se estaba preparando desde hacía tiempo. El nombre que acaparaba todos los comentarios, susurrados aún, pero que será un clamor a medida que pasen las horas, era el del ex presidente de la Generalitat, fugado hace cinco años a Waterloo, miembro del Europarlamento y principal enemigo en el exterior del Estado español. O sea, Carles Puigdemont.
El juez del Supremo que instruye la causa del 'procés', Pablo Llarena, ya ha reformado el procesamiento contra los 'fugados' -ellos se llaman a sí mismos 'exiliados'- a la vista de las reformas en el Código Penal, que entraban en vigor este jueves, aboliendo la sedición y abaratando el castigo por la malversación.
Claro, había incluso quienes sigilosamente cometían ayer la injusticia de ligar la 'toma' del Constitucional por el Ejecutivo con el posible retorno de Puigdemont a Cataluña. Nada, o poco, que ver. Conde-Pumpido será más o menos grato al Gobierno -lo es más-, pero es ingrato para los independentistas. De él no puede esperarse que facilite ni una secesión territorial, ni un referéndum de autodeterminación. Si vuelve Puigdemont, un retorno que costaría sin duda las elecciones a Pedro Sánchez, será porque el propio Sánchez ha diseñado un programa de 'reconciliación' y 'conllevanza' con Cataluña, precisamente para evitar nuevos estallidos como el de 2017. Y, claro, para garantizarse una mayoría en las Cortes que le permita seguir ganando votaciones en el Legislativo.
Así, Sánchez, eufórico en el tercer aniversario de su abrazo con Iglesias -que ya no está, oficialmente al menos, en la política-, estaba, en realidad, abriendo la puerta a su posible derrota en las urnas allá por diciembre, que es cuando los rumores siguen situando la fecha electoral. Para Sánchez, el Apocalipsis podría ser un retorno notorio a las calles catalanas de esos huidos por declarar unilateralmente, durante apenas unos segundos, la independencia de Cataluña y por celebrar ilegalmente un remedo chapucero de referéndum de autodeterminación.
Claro que el verdadero Apocalipsis de San Juan se corporizaría en la figura de Puigdemont si, como dicen algunos rumores -espero que infundadamente: hay aún mucho debate leguleyo pendiente acerca de si ingresaría o no automáticamente en una prisión española-, fuese el mismísimo expresidente de la Generalitat quien se personase en la manifestación 'indepe' en esa fecha que podría, ya digo, ser cuasi apocalíptica: este 19 de enero. En efecto, "¡qué tres años!", presidente, tan llenos de sobresaltos. Y los que nos quedan.