Es cierto que la tradición favorece a las intenciones reeleccionistas en los Estados Unidos.
Pero, de modo consistente, las encuestas marcan la ventaja de Biden sobre Trump en más de 7 puntos.
Por supuesto que las cuentas pueden cambiar de un momento a otro y que un sistema electoral tan particular como el norteamericano engendra toda suerte de sorpresas y misterios.
En cualquier caso, el 3 de noviembre será un momento verdaderamente histórico.
Y no solo por el contexto pandémico en el que la elección se inscribe.
También porque nunca antes se había visto una polarización ideológica tan remarcada.
Para decirlo claramente, lo que está en juego es el modelo de organización sociopolítica del sistema.
Pero no solo del sistema político doméstico, que se debate entre la libertad y el orden, por una parte, y el ‘peace and love’, por la otra.
También está en juego el modelo de interacción entre Washington y América Latina.
Y eso debe tener al Palacio de Nariño en insomnio patológico.
Porque hasta ahora todo ha venido fluyendo más o menos bien entre Trump y Duque.
Al principio, con mucho recelo; y luego, aceptando la realidad, en un clima de ‘resignación constructiva’.
En materia de seguridad, por ejemplo, la Operación Orión ha creado confianza y ha permitido identificar y atacar a amenazas comunes.
Es cierto que el asunto de la brigada especial SFAB hubiese podido manejarse con mayor pulcritud y solemnidad en el Senado, pero lo importante es que la cooperación sigue su curso coordinadamente y sin traumatismos.
Y en el campo del desarrollo, la iniciativa “Colombia Crece” supone importantes recursos para entender mejor la lucha contra las drogas tanto en esas Zonas Futuro que aparecen dibujadas en los mapas como en los Pdet inventados por la Farc.
Pero, si gana Biden, ¿qué tipo de entendimiento puede haber con Duque, más allá de la “alianza histórica y natural entre los dos Estados”?
En la práctica, Biden tendrá que compartir el poder en un 50 por ciento (por lo menos) con el ala socialista de su partido.
Socialista y, en algunos casos, lo suficientemente radical como para llegar a confundirse con las posturas de algunas corrientes radicales como las que pululan en España.
Y esa corriente, que ya es dominante en el aparato demócrata, abomina a Duque, tal vez injustamente, porque, en el fondo, muchos creen que se parecen más de lo que aflora a simple vista.
En cambio, esa misma corriente dominante se comprende muy bien y mantiene un armonioso activismo con la izquierda colombiana.
Izquierda colombiana que, de tal modo, verá muy fortalecidas sus posibilidades de llegar al poder en el 2022.
En resumen, si Biden llega ahora a la Casa Blanca, los dos años que le quedan a Duque serán un verdadero suplicio.
Y su heredero (¡suponiendo que llegue a tenerlo!) podrá dar por descontada una derrota que, si la tendencia continúa, a muchos ya les parece inevitable.
* Profesor de la Escuela Superior de Guerra.