La canícula te atrapa. Bebes a sorbos cortos. Subes lentamente. Metro a metro.
La arena rojiza, la aridez se cuela. Te mece el viento, el horizonte se confunde cuando llegas a la cima.
Masada, el monte glorioso, símbolo glorioso de la resistencia contra los romanos.
Y allá a lo lejos, el desierto que lleva al mar. El desierto de Negev.
Día de la independencia (Yom Haatzmaut), pero también Iom Hazikaron, el homenaje a los caídos en las guerras y en los actos terroristas.
Piensas que ya han pasado 73 años y nada ha podido dañar al Estado. Un Estado que se erige libre y luminoso, como su bandera.
Esa bandera que aparece, majestuosa, cuando llegas a la fortaleza aquella en la que nadie se entregó; en la que nadie se rinde.
Fondo blanco, por la pureza y la luz que te recuerda la misericordia del Creador, el mismo que les prometió una tierra a los hebreos y que a todos nos enseñó la democracia.
Dos franjas azules, una arriba, la otra abajo: el cielo y el mar, marco perfecto de la alianza eterna y del territorio irreductible.
Franjas que surgen de las rayas del talit, ese manto que se ponen cuando rezan. Cuando rezan para que el Estado prepondere y la estabilidad lograda no se rompa.
Porque desde allí, desde lo alto de Masada, recuerdas que al día siguiente de la Declaración de Independencia, todo el vecindario, o sea, Irak, Siria, Líbano, Egipto y Jordania pretendieron invadirlo.
Pero, claro, al estrellarse una y otra vez contra el muro de la seguridad competitiva, no han tenido más remedio que negociar la paz, guardar el equilibrio y empezar a cooperar.
Es cuando más ondea la bandera y entonces fijas la mirada en el Magen David, la estrella de seis puntas que une a Dios y a los hombres, en un abrazo imperturbable.
Si Él tardó seis días en completar la obra, ¿cómo no refrendar en esas seis puntas el compromiso de desplegar la fuerza y emplear la diplomacia para su mayor honor y gloria?
Diplomacia de los ‘Acuerdos de Abraham’ que con la mediación del presidente Trump dejó completamente aislado al régimen gánster de Teherán y sus fallidos experimentos en Natanz.
Ya en la noche, regresas a Kfar Saba y por el camino contemplas esa formidable arquitectura de la valla de seguridad que te permite respirar un aire nuevo, ahora libre de terrorismo.
Pero, justamente por eso, pasan por tu mente los centenares de fotografías de los fallecidos que publicaban los diarios cada vez que Hamás o Hizbolá perpetraban un atentado en las calles y autobuses.
Fotografías de cada uno de ellos como víctimas para rescatar su identidad, acompañar a sus familias y empoderar a una sociedad decidida a doblegar a los criminales.
¿Acaso no era exactamente en eso que estaban pensando Morris Harris y Theodor Herzl, en Basilea, en 1897, durante el Primer Congreso, cuando diseñaron la ‘Bandera de Sión’?
vicentetorrijos.com