Darío Abril, un conductor en las vías de la pandemia | El Nuevo Siglo
Darío Abril es trabajador del Sistema Integrado de Transporte Público y vive con sus dos padres mayores de edad, en Patio Bonito, Bogotá.
Foto El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Diciembre de 2020
Redacción Cultura

Con las manos sobre el timón, pero la mente puesta en los miedos que la pandemia aviva a diario y el corazón al lado de sus papás de tercera edad en casa. Así Darío Abril, de 37 años, un conductor del Sistema Integrado de Transporte Público, SITP, continuó recorriendo de norte a sur las calles de Bogotá, a pesar de ver cómo una gran parte del mundo se resguardaba en sus hogares con la llegada del covid-19, desde marzo.

Ese ha sido su día a día, al igual que el de enfermeras, médicos, policías, maestros y muchos más: salir de su casa, ubicada en Patio Bonito, a enfrentar el virus en su trabajo. Su historia es ese otro lado de la pandemia que integra una parte importante de la población y que el mundo no conoce. Personajes que velan no solo por su salud o trabajo, sino por el bienestar de los demás a través de sus labores.

El inicio

Darío hace siete años trabaja en la empresa. "Este es mi bus, un consorcio que contrata SITP". Sin embargo, en ese tiempo como conductor nunca se había enfrentado a un fenómeno de esta magnitud. “En el momento que anunciaron la pandemia y la cuarentena sentí mucho pánico, miedo porque no había vivido algo así”, le dijo a EL NUEVO SIGLO con un aire de asombro y decepción al darse cuenta de lo que para ese entonces creía era un virus y nada más.

Como muchos, los primeros días no prestaba mayor atención a las consecuencias que implica un contagio de covid-19: “Al principio fuimos escépticos, no creíamos que este virus fuera atacar a la gente de una manera tan grave a nivel pulmonar”, cuenta.

Más bien sus miedos se centraron en una posible escasez de víveres, por las revueltas que se formaron al inicio de la pandemia, en las que varios tumultos de personas, no solo en Colombia, sino en otras partes del mundo, comenzaron a comprar cantidades alarmantes de papel higiénico y comida para aprovisionarse en las primeras cuarentenas.

“En ese instante también había miedo en mi familia porque se fueran a acabar los alimentos y los elementos necesarios para vivir. También que el dinero se iba a escasear y no íbamos a poder comprar nada”.

Pero con el tiempo su preocupación pasó a cómo evitar contagiar a sus padres, adultos mayores, con quienes vive desde que comenzó la emergencia sanitaria, ya que a su alrededor empezaron a rondar y escucharse historias de familiares y compañeros de trabajo que resultaron gravemente afectados o, en el peor de los casos, fallecieron.

“En mi empresa muchos resultaron positivos. Escuché de varios amigos que perdieron a sus papás, casos muy tristes. Ha muerto mucha gente y otros que están graves en el hospital. Hoy sé que es una realidad el covid-19”.

Un año de cambios

“Uno no sabe cómo y dónde se puede contagiar”, dice Abril mientras le rocía alcohol al timón del bus con el que recibió el turno de las 7:00 p.m. Una rutina que incluyó y cambió su forma de vida y que, aunque es recomendada por las autoridades, no le genera confianza ni le parece suficiente por la indisciplina de muchos usuarios.

Y es que este año se modificó no solo la forma de interacción social, también de vestirse y vivir, pues el tapabocas se convirtió en un complemento indispensable, un elemento de bioseguridad que, según Darío por experiencia en los buses, solo unos pocos lo usan al pie de la letra.

La gente del norte es muy consciente de esto, pero los del sur son descuidados porque el tapabocas a veces se lo quitan para hablar entre ellos o por celular, rascarse la nariz y cualquier otra cosa. A veces estos usuarios estornudan y es un riesgo para mí, me da miedo porque los buses traen sorbedores de aire y por ahí se puede colar el virus”.

Aunque piensa que las medidas de bioseguridad a veces no son efectivas por falta de compromiso de los usuarios y vive con la idea de estar en riesgo, sigue prestando este importante servicio de transporte para el ciudadano de a pie, que no tiene cómo quedarse en su casa o transportarse de forma particular para no contagiarse. “Vivimos con temor, pero tenemos que seguir trabajando”.

Otro cambio que evidencia Darío es el de sus planes para este año, pues pensaba postularse para ascender de puesto, pero por la pandemia esta meta a corto plazo, pasó a ser de largo plazo e inclusive a convertirse en una posibilidad remota, ya que en su trabajo algunos dicen que en unos meses habrá una ola de despidos.

“Yo iba a ascender a bus, pero por lo de la pandemia decidí quedarme quieto, ahora me toca esperar hasta mediados del otro año, aunque depende de cómo evolucione la pandemia porque si esto sigue en febrero, creo que puede haber despidos no solo de esta empresa, sino de todas”.

De cara a la crisis económica

Como le preocupaba al inicio de la pandemia, su situación económica se vio afectada, ya que con esta emergencia los ciudadanos prefirieron usar otro tipo de transporte, lo que hizo que sus jornadas de trabajo se redujeran de 12 a ocho horas y con ellas, el salario.

“En este momento hay un recorte en los salarios, ya que la oferta y demanda de los usuarios no es la misma”. Por esta razón, también muchas rutas fueron eliminadas y las flotas solo funcionan al 65%. Lo que representa para Darío una reducción de 300 mil pesos de lo que ganaba antes.

Ahora él y su familia ven un futuro incierto, lleno de incógnitas e incertidumbres por los efectos que este virus, o ‘bicho’ como le dice Darío, puede causar en su vida más adelante.

“Este bicho va a seguir hasta el otro año y quien sabe hasta cuándo. Sí, habrá una vacuna, pero no se sabe ahora que está mutando el virus, si se ponga más grave. Aún así, me toca continuar trabajando”.