El espíritu de la Navidad | El Nuevo Siglo
EL PESEBRE es una hermosa tradición que debemos conservar.
foto archivo AFP
Jueves, 24 de Diciembre de 2020
Hernán Olano

Ha sido un año difícil; no podemos salir de él sin aprender a valorar la lealtad de un amigo, el privilegio de tener una familia sana y completa, la fortaleza del verdadero amor y la importancia de abrazar como si fuera la última vez que vamos a encontrar a alguien.



Un año en que el insomnio le ha quitado la fuerza a muchos, pero que a otros los ha hecho soñar con emprendimientos, buenas ideas, resiliencia y planes de futuro; un año en el que hemos conquistado la tecnología y en el que muchos han tenido que luchar contra la epidemia del odio y la pandemia de la envidia. Pero también, un año en el que algunos habrán perdido el trabajo o la vida de un ser querido.

Esos motivos de reflexión nos llevan a preguntarnos ¿Cuál es el sentido de la Navidad?, ¿Para qué o qué festejar?

La Navidad es un momento particular, en el cual nos encontramos en familia y compartimos momentos de especial alegría y familiaridad, ahora con distanciamiento y medidas de bioseguridad, que inicia en Colombia desde la “Noche de las velitas”, cuando se alumbra el camino para la Virgen y se hace un primer acercamiento entre las familias y algunos amigos muy cercanos con los que se sabe hemos contado siempre, pero quienes tal vez tengan otros planes para las novenas y las fiestas de celebración.

El 16 de diciembre, alrededor del pesebre, comenzaron las celebraciones. Hace apenas un año, Francisco, en la Carta apostólica Admirabile signum, nos hablaba del hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, aunque ahora abandonado en las iglesias y centros comerciales donde los árboles nevados en pleno Caribe y el papá Noel en su trineo colorido, jalado por renos, reemplaza a los reyes magos en su trasegar por llegar siguiendo la estrella para visitar al Niño Jesús.

Como lo dice el Papa, debemos seguir alentando esa hermosa tradición de nuestras familias, que, en los días previos a la Navidad, en un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza, otras no tanto, llena de paticos, soldados y carritos, logran ciudades completas, ríos azules de papel cristal, lagos con el espejo de la mamá y opulentos castillos con la casita de la Barbie junto al portal de Belén.



Como también es costumbre, vivir el espíritu de la Navidad significa poner nuestro pesebre en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es así como, realmente se aprende desde niños a cuidar la herencia cultural: “cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular”, como señala el Pontífice.

Ojalá hubiésemos podido revitalizar esa tradición, que se suma igualmente a la de la gastronomía de la época: buñuelos, mojicones con almíbar, hojuelas, tamales, etc., que nos recuerdan el fogón del hogar, las tardes de espera a que se enfriara la natilla y el arroz con leche y la abuelita con ese delantal florido de poinsettias, que sólo sacaba por temporada para seguir con la maravillosa herencia del recuerdo de los sabores y las sensaciones navideñas.

Recordemos que cada pesebre debe ser representado en el contexto del cielo estrellado con la oscuridad y el silencio de la noche, donde solo la luz de la estrella y de la cuna del Niño ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento. De hecho, como el Pontífice lo señala, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros; así lo evidencian las casitas campesinas de nuestra Colombia, alumbradas a más no poder en esta época, porque “Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía”. Ellos sí lo tienen enraizado en sus creencias y en su corazón, frente a muchos que sólo piensan en el despilfarro, los regalos estrambóticos y las opulentas mesas, que este año, para muchos, serán las migajas de la pandemia.

Lo importante, es que “el corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús” y, luego, tres hombres ricos, sabios y extranjeros, sedientos de lo infinito, que partieron para un largo y peligroso viaje que los llevó hasta Belén, nos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo.

Por otro lado, para quienes no son creyentes o viven una “navidad capitalista”, es decir, sin pesebre, pero con regalos, hay otra manera de vivir el espíritu de las fiestas y es el de compartir y vivir la solidaridad: Hace casi 180 años, Charles Dickens escribió y publicó el 19 de diciembre de 1843 "A Christmas Carol. In Prose. Being a Ghost Story of Christmas", conocido por su versión abreviada como “Un cuento de navidad”, en el cual, Ebenezer Scrooge, un empresario muy rico, avaro y solitario, quien vivía en un edificio frío y lúgubre como él, explotaba a su escribiente Bob Cratchit haciéndolo trabajar hasta último minuto el día de navidad.

El sobrino de Scrooge lo había invitado a pasar la celebración en su casa, pero él prefirió recluirse en su apartamento, donde se le apareció el fantasma de su socio recientemente fallecido, de nombre Jacobo Marley, quien le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar sobre cómo vivía y quien le anunció que cada noche vendrían tres espectros a visitarlo; el primero era el espíritu de las navidades pasadas, que lo hizo volver a su niñez y recordar a su hermanita; el segundo espíritu era el de las navidades presentes, que le mostró la casa de su secretario y lo felices que eran en esa familia a pesar de que eran pobres, así como la casa de su sobrino donde vio como gozaban y disfrutaban todos de la noche de Navidad y, el tercero, era el espíritu de las navidades futuras donde todo era oscuro, pues había muerto un niño, el hijo de Bob Cratchit y, también había muerto una persona mayor, que era él mismo. Así, el espíritu principal, el de Jacobo Marley le enseñó a Ebenezer Scrooge que debía compartir y gastarse en y con los demás. 



En el mundo, hay muchos Ebenezer Scrooge, pero también hay muchos pastorcitos de pesebre, que viven adecuada y felizmente y que nos dejan un mensaje de alegría y de paz, porque tienen, en la transparencia del alma, el verdadero espíritu de la Navidad.