El estreno del Teatro Fanny Mikey | El Nuevo Siglo
Sábado, 3 de Mayo de 2014

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Como la función tiene que seguir, no bien baja el telón de la última función del Festival Iberoamericano, el Teatro Nacional tiene que arremangarse porque la vida sigue.

 

Y siguió la noche del miércoles pasado en el Fanny Mikey, que es el teatro de la 71, con el estreno de La forma de las cosas (The Shape of Things), pieza del año 2001 del dramaturgo norteamericano Neil Labute (Detroit, 1963), estrenada en el Almeida Theatre de Londres ese mismo año.

 

La dirección se encomendó a Pedro Salazar, quien todo parece indicar, es el más versátil y talentoso de la nueva generación, entre otras cosas, el único que, afortunadamente, muestra un genuino interés, y conocimiento, por formas teatrales no convencionales, como el Musical y la Ópera.

 

Decía que le encomendaron la dirección de la obra de Labute, que fue unánimemente bien acogida por el público que la noche del viernes abarrotó el aforo del Fanny Mickey, y no me queda duda que fue una decisión acertada, de la misma manera que tampoco me caben dudas de que la obra con el tiempo ganará en ritmo y el ensamble del elenco se enriquecerá.

 

Así, pues, vamos por partes.

 

A la cabeza del suceso está el trabajo del director, Salazar, que evidencia lo largo de la hora y media que dura el espectáculo, que conoce su oficio. La manera como entiende y maneja el movimiento de los actores sobre el escenario está más cerca del naturalismo que del amaneramiento y no pasa por alto que el asunto es teatral; pero por encima de cualquiera de todo sabe moldear bien con el material dramatúrgico. Es decir, mueve consecuentemente sus actores en la escenografía de Julián Hoyos y consigue, por ejemplo, hacernos creer que el pequeño practicable con césped artificial que utiliza en algunas escenas es efectivamente un enorme y laberíntico parque, claro, hay que anotar que los decorados de Hoyos son tan sugestivos que en la primera escena con un par de elementos nos lleva al interior de un Museo de los de verdad.

 

También juegan en el suceso las impecables luces de Humberto Hernández, y el atinado, atinadísimo vestuario de Olga Maslova, que a lo largo de la pieza obra el milagro de la metamorfosis del protagonista.

 

Pero donde la jerarquía del director Salazar queda en evidencia es justamente en lo que es la esencia de su oficio: el manejo de los actores.

 

Porque en carta blanca el elenco no es completamente homogéneo. En el centro de la tragicomedia está el personaje de Evelyn asumido por la actriz Diana Alfonso, cuya presencia, físicamente, nos hace creer que vino a este mundo para darle vida al desagradable personaje que encarna una de las críticas más feroces del autor al mundo de las artes, cuyos límites entre lo innovador, la farsa y la profundidad nadie consigue dilucidar con fortuna… pero su actuación adolece de un manejo elemental de los matices, vocaliza bien, proyecta bien, pero a veces resulta monótona.

 

Quien sale mejor parado del reto es Andrés Rojas; porque logra recrear la angustia existencial y la personalidad reprimida de Adam, con una sutil evolución del personaje, sin llegar en la intensa escena final a protagonizar una sobreactuación de esas que son pan de todos los días con las estrellas de la escena local.

 

También sale muy bien librada Valentina Acosta como Jen, además divertidísima porque parece darle vida con gracia a ese tipo de personaje cuyas convenciones son, a lo sumo, una caricatura de la vida.

 

Y también se impone la jerarquía de la dirección de Salazar en el manejo de los, aparentemente, limitados medios dramatúrgicos de Claudio Cataño como el angustiado y conflictivo Philip, porque es un personaje de una compleja interioridad que se sale de las medios del actor.

 

Pero, lo dicho: con el tiempo las cargas se irán equilibrando, para mejor.

 

Cauda

 

Supone uno que los actores, entre ellos, son solidarios. Y supone también que el teatro debe ser su templo donde se oficia el rito de la dramaturgia, sea el «Lear» de Shakespeare o una pieza contemporánea como La forma de las cosas de Neil Labute. Por eso me sorprendió la actitud del actor Luis Fernando Bohórquez la noche del estreno. Porque un par de comentarios discretos con su vecino, ¡vaya y venga!, pero establecer a lo largo de toda la obra una permanente y nada discreta catarata de comentarios, resultó molesto, distractor y decididamente falto de respeto con el escenario.