La materialidad en las obras de Reynier Ferrer es casi táctil. Con cada pincelada, el artista logra crear superficies que parecen cobrar vida propia, con una riqueza visual que va más allá de lo meramente bidimensional. Su manejo del óleo, en particular, le permite construir capas sobre capas de color y textura, generando una profundidad que invita a la exploración visual.
Es así como incorpora las emociones en sus óleos y los presenta en la Casa MÁS de Bogotá en una enternecedora exposición denominada “Fragmentar la mirada”.
La obra de Ferrer, uno de los artistas más representativos del expresionismo abstracto cubano, busca recordarle al espectador el poder de emociones tan abstractas como el dolor, el amor, la ira, el placer y la felicidad, reflejado en sus pinturas.
Esta muestra llega a la capital del país gracias a la alianza de Casa MÁS con la Galería Duque Arango y el Banco del Arte. Estará expuesta hasta principios de junio.
A través de estas piezas el pintor habanero radicado en Miami explora los alcances de la abstracción expresionista para abordar pictóricamente los aspectos más profundos y poco visibles de la experiencia humana.
Las obras, que en total son 20, invitan a los espectadores a reflexionar sobre la manifestación palpable de emociones tan abstractas como el dolor, el amor, la ira, el placer y la felicidad.
La propuesta, abundante en texturas, olores, dinamismo, color, y volumen, funge como una suerte de traducción de la propia naturaleza humana. “El mundo que me rodea me asalta con texturas, sucesos, golpes y caricias de una realidad caótica, y tengo que darles cuerpo. Mi obra es la respuesta a eso que llaman estar vivo”, afirma el artista.
“Lo que somos”
Estas piezas, dice Laura Páez, curadora de la muestra, plantea “un recordatorio de que somos más que una materia trashumante o un amasijo palpitante. Somos también algo inmaterial que no tiene forma visible o aparente, pero que mueve el mundo; eso es precisamente a lo que alude Ferrer con su pintura”.
“Dentro de la selección de piezas tenemos de gran formato, porque lo que queríamos precisamente en cuanto a la propuesta curatorial era establecer un diálogo que contrastara un poco con las exhibiciones que hemos tenido previamente. Hemos contado con tres grandes maestros jóvenes figurativos. Vemos que el trabajo de Ferrer se enmarca en el expresionismo abstracto y realmente ese es el interés de traer la exposición a Bogotá, para contrastar un poco lo que ha venido pasando, pero también para que la gente pueda acercarse a un tipo de lenguaje que, a pesar de no ser figurativo o no ser tan familiar, sí resulta supremamente profundo porque está muy elaborado, a un nivel conceptual”, le dijo Laura Páez a EL NUEVO SIGLO.
¿Qué forma tienen el amor, la ira, el dolor, la angustia o la felicidad? ¿Qué apariencia poseen los sueños, los recuerdos, los anhelos? ¿Cómo es posible representar lo esencial, aquello invisible a los ojos que se aloja en lo más profundo de la naturaleza humana y que aún hoy, en la era de mayor producción de imágenes, no ha adquirido una forma definida?
Precisamente en torno a estos cuestionamientos gira el trabajo de Reynier Ferrer (1979), quien a través de sus obras explora aquellos fenómenos etéreos que encarnan la naturaleza misma de la existencia. En sus piezas este artista cubano ofrece una mirada a una “realidad” poética, psicológica y espiritual, propia de un universo que existe solamente en los recodos del alma y la conciencia humana. “Fragmentar la mirada” es como la vida misma. Las obras transmiten acción, movimiento, vigorosidad y gestualidad, entran y salen de la tela como ráfagas fugaces, se separan de los grandes relatos, de las imágenes y géneros arquetípicos de la representación plástica, para sumergirse en los meandros de las pasiones humanas.
“Estas piezas, más que ofrecer respuestas nos extienden preguntas, no se conciben como un objeto terminado, sino como un detonante, como un proceso que no termina donde acaba el lienzo. El qué estoy viendo no es más importante que el qué estoy sintiendo; por el contrario, en ese sentir, en esa emocionalidad, es que Reynier da sentido a su búsqueda de una verdad inmaterial y etérea, que le ayude no solo a comprender el mundo, sino a canalizarlo, a descifrar aquello que ni siquiera en las palabras halla traducción”, añadió la curadora.