El orden y la espada | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Junio de 2013

Hoy nos congrega la  feliz coincidencia de profesar los mismos nobles ideales bolivarianos que marcan la vida colombiana desde los albores de la Independencia en Cartagena, cuando llega a la ciudad el coronel Simón Bolívar, con signos visibles en su semblante de las terribles y desoladoras experiencias que desembocan en horribles matanzas y sangrientos episodios adversos a la causa de la libertad. El aristócrata caraqueño arruinado, despojado de sus cuantiosos bienes heredados de sus mayores, signado por la pérdida de la fortaleza de Puerto Cabello y la captura y entrega del Generalísimo Francisco de Miranda, como por el dolor de dejar atrás a su amada y compañera, desembarca en las playas de la ciudad amurallada en busca de refugio, de encontrar nuevos escenarios de combate y ofrece su espada a los granadinos para conquistar la Independencia e instaurar el orden. El gran hombre entiende que para que Venezuela pueda ser libre es preciso que la Nueva Granada lo sea y a la inversa, por los dictados de la geopolítica que nos unen. Tema apasionante el de los prolegómenos de la marcha a la grandeza del futuro Libertador en Cartagena, al que dediqué un tiempo de reflexión que constituyó una experiencia enriquecedora y sublime, al sumergirme en las ideas primigenias del gran hombre y conocer los testimonios de esos tiempos hazañosos a su favor o en contra. Experiencia que he querido compartir con ustedes. Valerosos guerreros del siglo XXI, quienes por su condición de militares activos entienden mejor el periplo bolivariano. Asunto que trato en el libro que entregamos hoy, sobre Bolívar, Contrarrevolucionario Genial. El coronel que escapa de su ciudad natal les explica a los granadinos las vicisitudes que ha causado en la Capitanía General de Venezuela la copia del modelo revolucionario francés, encarnado en el Generalísimo Francisco de Miranda, más moderado que los jacobinos por su condición de girondino; quien llegó en un momento dado de su resonante carrera militar a ser visto con cierta envidia por el mismo Napoleón, puesto que Miranda, no solo participa en la Revolución Francesa, donde alcanza el grado de Mariscal, sino que militarmente salvó a Francia y figura su nombre esculpido junto a los mayores héroes de esa Nación en el Arco del Triunfo de París, honor que no tuvo ningún otro hispanoamericano.

Quiso la fortuna que el joven mantuano Simón Bolívar conociera en misión diplomática al legendario Miranda en Londres, para que lo considerara como el genio de la guerra y la revolución, capaz de liberar a Venezuela. Por lo que con ese entusiasmo desbordado que lo singulariza, desde entonces, fuese el que más hizo por favorecer el retorno del Precursor a Venezuela. Quiso, también, la desgracia y el infortunio, que se produjese entre ambos jefes venezolanos una confrontación fatal que condujo a prisión a su ídolo hasta el día anterior, lo que le facilita su salida de Venezuela y el virtual exilio de Bolívar en Cartagena. Son los misterios de la vida y de la historia, que en vano la posteridad trata de esclarecer y que los griegos definieron como tragedia, algo que a su juicio dependía más de la intervención de los dioses que del hombre, definido siglos después por Kempis, como una débil brizna de yerba sobre la tierra. Aristóteles entendía que la tragedia griega purificaba a los seres envueltos en tales dramas.

Este es el único cometario que, con tímida reflexión, me atrevo a presentar a una audiencia selecta de valientes soldados sobre los ensayos relacionados con el Libertador que recopilé en un libro, que algunos ya tienen en sus manos. Por simple sustracción de materia me abstengo de más comentarios y es el juicio de ustedes el que importa, en tanto combaten con la espada por los mismos nobles ideales de orden, libertad e independencia que inculcó el Libertador a los soldados de la Gran Colombia. Ustedes y nadie más, son los herederos de sus valores, los guardianes de la heredad, los que con el arma al brazo custodian las fronteras y combaten en el día a día la subversión, para que impere el orden y 40 millones de colombianos puedan dormir en las noches con relativa tranquilidad, levantarse cada mañana para ir a estudiar, trabajar o simplemente sobrevivir. Movilizarse por las carreteras o salir a arañar la tierra en los campos. Sin ustedes, oficiales de Colombia, no subsistiría la democracia, ni el Gobierno, ni las Cortes, ni el Congreso, ni la Universidad, la fábrica, ni la vida civil en libertad y sosiego. Sin los hombres de armas al servicio del Estado sucumbiría la civilización que nos ha llevado siglos construir, volveríamos inevitablemente a los tiempos bárbaros de guerra permanente en los que las tribus primitivas disputaban con armas caseras hasta la muerte por siglos y siglos, antes de la llegada del Cristóbal Colón en 1492.

Prefiero en mi condición de escritor público, de simple observador y comentarista diario de la vida nacional, referirme a un tema recurrente y que por su misma simpleza pocos entienden, el del orden y la espada. Se trata del papel que cumplen las Fuerzas Armadas en la Colombia del siglo XXI, en la defensa heroica e insomne de la sociedad contra la subversión.

Thomas Hobbes, escéptico y perspicaz filósofo, que penetra la piscología del ser humano a través de las edades, a quien por desgracia muy pocos de nuestros antepasados leyeron, influidos más por las utopías en boga decía: “Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno”. Y como todos sabemos el gobierno civilizado es un pacto entre gobernantes y gobernados. Pacto en el que unos asumen las responsabilidades de mandar y los más las de obedecer. Ese pacto que los militares con su espada garantizan en cuanto a la estabilidad, responde a la necesidad de autoridad que requieren los pueblos para consagrar el orden, puesto que no basta el mito de la legitimidad para la subsistencia de la democracia. Dado que, como sostiene Hobbes: “Las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes”.

En tanto Rousseau, en su metafísica política planteaba la perfectibilidad del linaje humano y el valor sacro de la voluntad popular que se expresa en las urnas y que debía por arte de magia mejorar la condición de los hombres en sociedad y producir el buen gobierno. Lo que en estadios de evolución cultural y cívica puede ser factible, no en sociedades que dan los primeros pasos balbucientes a la autodeterminación. Ese Estado constituido con tan débiles e ingenuos principios sobre la sabiduría de la voluntad popular, es el que copian al calco nuestros mayores durante la denominada Patria Boba, en regiones donde por trescientos años se carecía de experiencia alguna en los asuntos de Estado, reservados en el Imperio Español a la Corona. Ese Estado débil es el mismo que condujo al desastre la Primera República de Venezuela y que Simón Bolívar critica por primera vez en Cartagena. Proceder que hoy nos parece normal, siendo que en ese tiempo tiene un significado trascendental por cuanto hasta ese momento ningún otro dirigente de alguna significación se había atrevido siquiera a dudar del mito que se había esparcido por todos los ámbitos sobre la perfección de las ideas liberales de la Revolución Francesa. Así que nace en Cartagena el Bolívar contrarrevolucionario, el que pone en duda la conveniencia de los postulados europeos, crítico profundo y demoledor del Estado débil, quien en un esfuerzo intelectual sorprendente produce a lo largo de su carrera unos siete ensayos constitucionales para intentar implantar un Estado fortalecido, lo que la posteridad denomina como el democesarismo. Animado por la obsesión de evitar el desorden, la anarquía, las luchas intestinas estériles. Empeño en el cual lo derrotan los seguidores de Rousseau y de sus nefastos postulados, al aplicar sus ideas en naciones que parecían destinadas a embriagarse de manera inevitable con la libertad y caer en el libertinaje y la revolución, como en efecto ocurrió. Los políticos que siguieron sin mayor reflexión y estudio de nuestra realidad el decálogo de Rousseau, no sospechaban que parte de la convicción que surge de la noción utópica del buen salvaje americano, corresponde a escritores europeos que en algunos casos no estuvieron nunca en el Nuevo Mundo, como el mismo escritor ginebrino, por lo que idealizan al aborigen. Los hechos demuestran que la mayoría de los países hispanoamericanos que adoptan los postulados del filósofo ginebrino pasan por dolorosas experiencias de inestabilidad, anarquía y guerra civil.

Y al seguir con el tema del Ejército regular es preciso reconocer que la concepción del Estado moderno como lo conocemos hoy está íntimamente ligada a las propuestas de Nicolás Maquiavelo, de cuya primera edición de su famosa obra El Príncipe se cumplen en estos días 500 años. Lo mismo que el fundamento del Ejército profesional moderno nace con el famoso pensador florentino, quien considera que la institución armada debe defender el Estado, que éste no puede subsistir libre sin el respaldo de la espada. Así que el nacionalismo de Estado está ligado íntimamente a la noción de poder de Maquiavelo, que no es otra que la de la modernidad. Antes, en otras épocas, las milicias, como las falanges romanas servían a la República, al rey, al emperador. El mismo concepto se aplica en el sistema monárquico posterior europeo a las testas coronadas, sea en el régimen absolutista como en las monarquías que aceptaban el influjo de la representación de los estamentos sociales en Asamblea. A partir de Maquiavelo, los ejércitos profesionales están al servicio del Estado y la sociedad. Es así como las fronteras de los diversos países y regiones del planeta se han definido por medio de los ríos y los mares, los obstáculos de la naturaleza o la espada. La espada está presente en todos los grandes cambios de la historia, sea para derribar gobiernos y sistemas o para erigirlos. La espada de los tercios españoles que se habían batido por ocho siglos con los árabes, que erigieron civilizaciones avanzadas en España, es la misma que empuñan los exploradores y conquistadores que se trasladan al Nuevo Mundo para proseguir sus hazañas y se mezclan con nuestros aborígenes, para producir una nueva estirpe de seres que al decir del Libertador, no somos ni negros, ni blancos, ni indios, sino una nueva estirpe. La que José Vasconcelos bautiza como la raza cósmica, una suerte de elemento superior que nace en el trópico y que con increíble potencia está comenzando a dar sus frutos en pleno siglo XXI, en donde hoy aparecen dos naciones con la posibilidad de ser potencias en la región: Brasil y Colombia.

Se repite a menudo que por tres siglos estuvimos ausentes de la historia universal, mientras el poder militar de España intenta mantener una cierta autarquía económica, que no fue factible por cuanto el oro apaga la creatividad de los españoles para dar el salto a la revolución industrial Si bien la feroz disputa entre la reforma y la contrarreforma se da soterrada en la Universidad y entre las clases cultas, pero esencialmente entre los pueblos que no aceptaban el poder de la Iglesia y se resistían a reconocer las bulas papales sobre la repartición de estas tierras entre españoles y portugueses. Así que la lucha militar y económica por la reforma y la contrarreforma, se vive en el mar y en los puertos como Cartagena, por cuenta de los corsarios al servicio de Inglaterra, de Holanda y otras potencias.

Se ha dicho y repetido mil veces en los últimos cincuenta años, desde los albores del Frente Nacional, el sofisma que consagra que los soldados de la Patria no son deliberantes, ni pensantes, que deben guardar una especie de silencio trapense, así los quieran defenestrar o se cometan las peores injusticias contra ellos y su honor. Sin que se discuta que los militares no deben cuestionar las órdenes de sus superiores, sino que el celo profesional brilla por la capacidad de obedecer sin chistar, particularmente en combate. Lo cual es evidente para impedir el derrumbe de la disciplina y la efectividad en la acción, por cuanto los oficiales están formados para proceder dentro de la lógica militar en la finalidad de garantizar el orden y obtener la victoria, por lo que sobre la marcha no se pueden discutir las órdenes superiores. Lo que no significa que no sean pensantes. Por el contrario, en los ejércitos actuales prevalece el concepto de Estado Mayor, que en Venezuela se asumió con el Generalísimo Francisco de Miranda. Estado Mayor del que formaron parte altos oficiales franceses y venezolanos, en el cual se desempeña a los 15 años como secretario un joven oficial predestinado a la gloria, Antonio José de Sucre. En la Universidad de San Agustín en los Estados Unidos se encuentran algunos libros de estrategia militar en francés que fueron de su propiedad y que tienen curiosas anotaciones que denotan la importancia de los estudios que hizo y que fueron determinantes en la formación de su carácter reconcentrado, profundo, que lo convertirá al sumar la experiencia militar de una vida procelosa en el más grande de los soldados de Hispanoamérica y entre los más brillantes del mundo. Así que Colón tuvo el honor de descubrir el Nuevo Mundo y Hernán Cortés de imponerse por la espada en el Imperio indígena más importante del mismo, como le corresponde a Sucre a los 29 años levantar la espada y arengar a los soldados de todos los países en los que se dividió el Imperio Español en América, para dirimir por las armas la más importante gesta armada de nuestra historia, al derrotar en la ya clásica batalla de Ayacucho a los mejores soldados de la Madre Patria, apoyados por los fieles guerreros incas. El triunfo colosal de las armas colombianas en la Campaña del Sur al mando del Libertador Simón Bolívar y de Sucre, ambos generales colombianos, prueban al mundo que habíamos llegado a la mayoría de edad. En ese momento el Estado Mayor de Sucre contaba con el aporte de la Legión Británica y de valientes granadinos como Córdoba. Legión que Sucre había conducido por el Orinoco para reforzar las tropas del Libertador, junto con un cargamento de armas compradas a los ingleses en el Caribe, factores decisivos en el triunfo de la Campaña para Independizar la Nueva Granda con las batallas del Pantano de Vargas y la de Boyacá. Así como de la victoria de las armas colombianas en el Sur. Y es Sucre, el mariscal Sucre, al que el Libertador le encomienda como Comandante en Jefe de las tropas defender la Gran Colombia de la invasión expansionista peruana, cuando parte del antiguo Cauca conspiraba por anexarse al Perú o formar otra República con Ecuador. Misión que Sucre cumple con pericia y valor en la batalla del Portete de Tarqui, el 27 de febrero de 1829, al volver a desenvainar la espada con cierta repugnancia contra los peruanos que el mismo había libertado y que osaban atacarnos. Ayacucho es la más grandiosa batalla que consagra la libertad de Hispanoamérica y la batalla del Portete de Tarqui, es la que defiende la existencia y continuidad misma de la nuestra Patria.

Corresponde al Estado Mayor de los ejércitos pensar, innovar, atender las hipótesis de guerra y de conflicto, oír a las mejores inteligencias y escrutar el porvenir. Reflexionar sobre la alta política. El Estado Mayor es el tanque de pensamiento de la seguridad nacional y como tal su principal virtud es la observación de la realidad nacional, el análisis de los conflictos sociales, de la evolución de los pueblos, de la seguridad y defensa de las fronteras. En ese profundo sentido las Fuerzas Armadas en determinadas ocasiones, en tiempos de crisis representan y encarnan el alma nacional. En las grandes crisis es cuando los pueblos por instinto miran al estamento militar y tratan de imitar sus virtudes, su disciplina, su sentido de honor, su carácter, el valor de la palabra empeñada, la consagración a la misión patriótica, la voluntad de estudiar y servir, esa hermosa y conmovedora capacidad de dar la vida por la patria. Recordemos que la primera Universidad pública que tuvo Colombia no fue otra que el Ejército, donde el Libertador premiaba el talento y el valor ascendiendo a los mejores a los más altos grados, sin importar su condición social ni racial.

Cualesquiera que sea el desenlace en La Habana, las Fuerzas Armadas de Colombia tienen un papel trascendental que cumplir, nuestra región es joven y por efectos de una rara involución política los gobiernos populistas y demagógicos que han llegado al poder por la vía electoral, pretenden atornillarse por la fuerza en el control del Estado. En estos casos siempre se debe contar con una fuerza militar en estado de alerta. Lo mismo que para incorporar al desarrollo del país las extensas zonas de la periferia se requiere de una Fuerzas Armadas competentes en lo bélico y abrir caminos de civilidad. Por ejemplo, sembrando miles de arboles a lo largo de la rivera del río Magdalena, que faciliten la recuperación natural de esa arteria de Colombia o colaborando en la siembra y vigilancia de 6 a 8 millones de hectáreas en la Orinoquia, que transformarían la región y le permitirían a miles de desmovilizados y desplazados vivir con buenos ingresos de los bosques, de la industria maderera y sus derivados.

Cuánta falta le hacen a la sociedad colombiana las virtudes militares. Nuestra sociedad sería muy distinta y próspera si tuviésemos una comunidad civil organizada que profesara la unidad, el estado de permanente vigilia y los valores de los soldados, sin pensar ni buscar cosa distinta que la grandeza de la Patria. Esos valores sacros que profesan ustedes, al servir a Colombia como militares, que son los mismos del Libertador y que yo sueño con inculcarlos a los colombianos y las nuevas generaciones. Quiero proclamar hoy en este sencillo homenaje al Libertador, que a la Colombia civil le falta una gran dosis de sentido misional y militar, que son fundamentales para alcanzar las grandes empresas. Y para terminar, recordar que el presidente Juan Manuel Santos puede tener negociadores en La Habana que intentan urdir la distensión, parar el desangre y conseguir la paz mediante el desarme de las Farc, gracias al sacrificio, a la pericia militar y el heroísmo demostrado en mil combates.

Gracias a ustedes, bravos soldados de Colombia, que son en últimas los guardianes de maltrecha democracia, que tan mal paga tan inmensos sacrificios, la muerte de tantos héroes en combate, las heridas lacerantes de por vida, las afligidas viudas y los huérfanos, que jamás volverán a ver a sus seres queridos.

Gracias en nombre de los colombianos que piensan y de esas mayorías silenciosas que están con ustedes, que no tienen cómo expresar su fidelidad y admiración por el estamento militar, pero que los llevan en el corazón en tanto saben y sienten, que de fracasar las negociaciones en La Habana, solo ustedes pueden salvar la sociedad en apuros y derrotar definitivamente a los subversivos. En mil ocasiones de crisis y de conflicto han sido un puñado de valientes soldados los que han salvado la civilización. Gracias, por poder expresar mis sentimientos desinteresados de admiración y solidaridad para con ustedes, soldados de la Patria por compartir los valores eternos que nos hermanan en esta fiesta Bolivariana.