Fascinación por Oriente de Matisse en Roma | El Nuevo Siglo
Jueves, 5 de Marzo de 2015

Con una exposición dedicada al fascinante encanto por Oriente en la pintura del célebre genio francés Henri Matisse, Roma rinde homenaje a uno de los artistas más emblemáticos del gusto por "el otro".

"Matisse fue una persona que viajó mucho, quería captar la luz y a través de esa luz abrió espacios a la pintura moderna", comentó a la AFP Ester Coen, curadora de la exposición.

Bajo el lema "Matisse, Arabesque", la muestra, que abre las puertas al público este miércoles, se aloja en las imponentes Escuderías del Quirinale hasta el 21 de junio más de 100 obras de uno de los padres del arte moderno, exponente del fauvismo, conocido por el magnífico uso del color y del dibujo.

La fascinación por Oriente de Matisse (1869-1954), sus sugestiones, colores y formas son palpables a través también de objetos antiguos, refinados tapetes orientales, sugestivas máscaras africanas, elaborados kimonos de seda, telas, tapices y cerámicas de Marruecos, Turquía, Siria, Irán, Corea, Japón, provenientes de importantes museos como el Louvre y el Quai Branly de París, los cuales completan el recorrido.

El gusto por el arte musulmán, así como por el del África negra, con sus geometrías y contraste de colores, tuvieron mucha influencia en sus obras.

Inspirado en las decoraciones que empleaban civilizaciones antiguas y lejanas, Matisse revoluciona la tradicional pintura intimista del siglo XIX y concibe una nueva idea de espacio.

"La revelación me llegó de Oriente", confesó el artista en 1947 al crítico de arte Gaston Diehl.

La exposición cuenta con varias obras maestras, procedentes de colecciones públicas y privadas de todo el mundo, como el sugestivo "Rincón del taller", prestado por el Pushkin de Moscú además del "Retrato de Yvonne Landsberg" de 1914  propiedad del museo de arte de Filadelfia, inspirado al primitivismo ruso, con sus colores sombríos.

 

- Respirar la esencia de Oriente -

 

"Aquí tenemos cuadros excepcionales, que se prestan con mucha dificultad. Es también una oportunidad para respirar la esencia de Oriente y de apreciar el arte islámico, que el pintor acercó a París", explicó Coen.

"El martes en la noche llegaron cuatro cuadros prestados por el Hermitage de San Petesburgo, un viaje de cinco días que nos tenía en suspenso", confesó la curadora, quien logró préstamos también de la Galería Tate, el Museo Metropolitano, MoMA, Centro Pompidou, la Orangerie y la Galería Nacional de Washington.

"Esta muestra es interesante porque no se trata sólo de exhibir obras de arte sino de emparejar o asociarlo con objetos de la cultura que Matisse tenía dentro de sí mismo. Tapetes, cerámicas, kimonos, trajes para el teatro. No es fácil organizar una muestra de este nivel", estimó el crítico de arte y escritor italiano Fabio Isman.

Para ilustrar la pasión que desarrolló Matisse por Oriente, que transformó a través de colores vibrantes, arabescos y composiciones libres de la formalidad de la época, los organizadores escogieron piezas de cerámica oriental verde y azul, colores que retoma en la esplendorosa naturaleza muerta "Agrumes, iris et mimosas" (1913), del museo Pushkin, con que se abre la exposición.

El viajero, el artista que visitó Argelia, Marruecos, Rusia, quedó pasmado por las primeras exposiciones de arte musulmán en Europa a inicios del siglo XX así como con la fantasía de las telas del Extremo Oriente y las geometrías de los dibujos primitivos, sugestiones que le permitieron llegar a una pintura simple y nueva.

Cuadros como "La hiedra en flor", "Zorah sobre la terraza", "Biombo moresco", describen esa capacidad de transformar esas sugestiones.

"Es una muestra que indaga sobre el encuentro de Matisse con otras culturas, la islámica, la africana, el primitivismo. Y tiene de alguna manera mucha actualidad", explicó Mario Di Simoni, presidente de Palexpo, patrocinadores de la exposición.

"A través de esas culturas Matisse logró una nueva gramática, una nueva sintaxis para el arte occidental", resumió.