¡Gracias maestro Dudamel! | El Nuevo Siglo
Lunes, 13 de Julio de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Luego del final del Ciclo de las Sinfonías de Beethoven el pasado domingo con la Coral, que es la última de las nueve, interpretadas a lo largo de una jornada maratónica de cinco días con la Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela bajo la dirección de Gustavo Dudamel en el Teatro Mayor, resulta complicado, imposible en realidad, buscar un sustantivo o un adjetivo para definir esa experiencia.

Mejor decir apenas ¡Gracias Maestro Dudamel!; y así expresar la figura de uno de los más grandes directores musicales de nuestro tiempo y también el de la última gran orquesta recibida en el cerrado círculo de las grandes sinfónicas del mundo, la Simón Bolívar.

Uno de los grandes directores y una de las grandes orquestas del mundo, tocaron en una jornada histórica las Sinfonías de Beethoven en Bogotá. Algo sin precedente en la vida musical del país.

La tercera jornada del ciclo trajo a los bogotanos dos de las más reconocidas: la Quinta, que es la más popular de la historia y la Sexta, Pastoral.

Muy distintas entre sí. La Quinta es en cierta medida un manifiesto abstracto que le habla al mundo desde un pedestal. La Sexta se le opone, es de las nueve la más personal, en realidad la única en la que Beethoven se atreve a correr el velo de su intimidad. Dudamel y la Simón Bolívar las hicieron la noche del pasado viernes, y, como ocurrió a lo largo del periplo, con el teatro lleno hasta la bandera.

 

Una quinta caleidoscópica

 

La Quinta es la sinfonía más famosa de la historia. No porque sí, sino porque con ella Beethoven se le mide a la creación de un desarrollo épico de ambición y amplitud insospechada hasta ese momento -¿con excepción de El Arte dela Fuga de Bach?- a partir de cuatro notas, apenas cuatro, pero las más recordadas.

Atacar ese tema es un asunto más complejo de lo que parece, de ello depende lo que va a ocurrir más adelante. Dudamel y su orquesta lo lanzaron al auditorio con mucha decisión, sin violencia y con un tono aterciopelado, es decir, con objetividad. El caleidoscopio de emociones se desplegó más adelante, alternando, en los extremos, pasajes de inspirador lirismo con otros de radical violencia sonora.

En el Andante con moto el carácter fue calmado y cuidó sobremanera el fraseo, como si de un Lied se tratara, delimitó con preciosismo los diferentes planos sonoros para exaltar el tejido contrapuntístico que se agazapa detrás de la melodía, lo recorrieron con una refrescante relajación y sin amagos de tensiones; para ello estuvo el Scherzo y unos minutos más adelante la conclusión de abrumadora fortaleza sonora desplegada en el Allegro final.

Una Quinta caleidoscópica, Dudamel planteó un abanico amplísimo de pasiones y manifiestos, que apenas es posible por el blindado espíritu unitario que ofrece la partitura.

Lo que sí es un hecho es que por esa variedad y tanto colorido, la Quinta del viernes pareció durar apenas unos pocos minutos…

 

Una pastoral íntima

 

No es una ligereza afirmar que de las nueve, la Pastoral es la más personal de las sinfonías beethovenianas. Primero por lo que es evidente: revela su afición por los paseos en el campo, en los que conseguía estar a solas consigo mismo y sus tragedias.

Dudamel la entiende como una sinfonía esencialmente personal, y va más allá, cuando expresa que el interior del compositor es lo suficientemente complejo como para saber bien que no es, necesariamente, sinónimo de placidez.

En su versión de la Sinfonía en Fa mayor op. 68, el director venezolano le hizo al auditorio, a través de la confesión beethoveniana, su propia confesión de cómo intuye el alma del compositor. Por un lado no hay que pasar por alto un profundo sentido de la entrega, porque si en otras sinfonías Dudamel buscó poner la necesaria distancia entre su sensibilidad y la objetividad del discurso musical, en la Pastoral evitó deliberadamente las distancias prudenciales de su oficio.

Es decir, su sensibilidad personal se prodigó sin recatos. Por eso la extrema delicadeza del segundo movimiento, en el que se permitió ser lo menos descriptivo posible, por ejemplo, con el canto de los pájaros, ¿quizá cree que ese canto es más metafórico que real? Y por lo mismo la violencia telúrica de la escena de la tormenta, que estremeció los cimientos del teatro, violencia interior  de quien se resiste, con las fuerzas del aparato orquestal, a aceptar su realidad y… ¿también la aproximación íntima del director hacia las profundidades del alma de un compositor que él domina porque conoce, como pocos, los secretos que se agazapan bajo las notas?

Lo cierto es que la Pastoral de Gustavo Dudamel y la Simón Bolívar no fue el álbum de impresiones sensibles por los paisajes de las afueras del Bonn idílico de la infancia, o de la campiña que rodeaba el sombrío estado de ánimo en el verano de Heiligenstädt, o el cambiante del Pratter vienés, fue el retrato fiel del alma musical del compositor ¡y del director!

Por todo eso: ¡Gracias Maestro!... transmítale este sentimiento a su orquesta.