Por Emilio Sanmiguel / Especial para EL NUEVO SIGLO
EN EL PASADO, cuando aún no arrancaban los embelecos de la «inclusividad» para qué mentirnos, hay más necedad de que seriedad en el asunto, esta estaba no sugerida, sino implícita en la Filarmónica.
Hasta en su programa de televisión, que a partir de 1970 pasó a llamarse «Música para todos». Cuando «todos» parecía entrañar tintes revolucionarios y la orquesta, además de actuar en el León de Greiff, ya iba a los barrios, colegios y salones comunales del sur.
Impensable para la Sinfónica de Colombia, la de postín, la del Colón, democratizar la música. Tal vez por eso terminó masacrada en 2002, por el gobierno de turno. Al año siguiente, los sicarios culturales inventaron otra orquesta, que no reemplazó a la occisa.
Que la Filarmónica de Bogotá exista es un milagro. Los alcaldes, cuando no la aborrecen la toleran. Es un estorbo cultural con el que deben convivir. La «regina probatiorum» está al frente de los ojos, 60 años de logros no han sido suficientes para que ninguno se haya tomado en serio en asunto de dotarla de su más importante instrumento: un auditorio.
Bueno, la mayoría finge que sí les interesa. Cuando la necesitan la llevan para que toque el Himno Nacional y el de Bogotá. En privado, el que sabemos, manifestó que no era necesaria. Seguramente soñaba con usar esos dineros para seguir sembrando la ciudad de ruidosos puentes metálicos. No lo logró; tampoco se atrevió a hacer públicas sus intenciones: cambiar la música por la percusión de sus puentes.
La Filarmónica es pionera en inclusividad social, de género y, de un par de años para acá, de la música contemporánea, no como un toque pintoresco de sus conciertos, sino como una política cultural.
Las dos orquestas, Sinfónica y Filarmónica, tocaban algo contemporáneo, generalmente breve, abriendo los programas, casi siempre con buena respuesta del público que apreciaba la música Blas Emilio Atehortúa, Germán Borda, Jaqueline Nova, Jesús Pinzón Urrea, Luis Antonio Escobar, Fabio González Zuleta, en tiempos más recientes, Mauricio Nazi o Luis Pulido, por ejemplo.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde cuando quienes resolvían dedicarse profesionalmente a la música eran minoría; casi una élite; cuando en Bogotá, el único conservatorio era el de la U. Nacional.
Hoy, las universidades sin programa de música son una excepción. Cada seis meses gradúan por decenas instrumentistas, directores y compositores, que con un diploma en la mano salen a buscarse la vida.
Nadie ha dicho que para un compositor hallar su lugar sea tarea fácil. Que lo digan Schubert, Mahler o Mozart. Solo que aquí es más difícil. La tradición es precaria, el Estado es un estorbo y quienes se dedican a la Cultura, tienen que humillarse ante el ineficiente paquidermo estatal, ante esa burocracia, en su mayoría analfabeta, para luego de trasegar un calvario, recibir migajas que hay que agradecer.
Así son las cosas. Así la realidad.
Por eso ‒vuelvo a lo mismo‒ el programa que adelanta la Filarmónica con el Museo de Arte de Moderno, es una isla.
El último domingo del mes realizan un concierto en el Mambo, con entrada libre, música contemporánea y, frecuentemente, compositores nacionales, consagrados y nuevos.
Lo bautizaron «Mambo Filarmónico», para sugerir que se trata de algo más que música, algo «experiencial», como dicen ahora, música en medio de las exposiciones; exposiciones con el sonido de nuestro tiempo.
El encuentro del domingo 30 de julio se trató justamente de eso. Reunió la obra de dos jóvenes talentosos, Andrés Poveda y Sara González. Como para que nadie alegue falta de inclusión de género, o cosa por el estilo.
Responsables de la interpretación, el Cuarteto de cuerdas de la Filarmónica juvenil de cámara -Rafael Ocampo, violoncello; Juan Diego Sierra, viola; José Miguel Rico y Mario Andrés Pinto, respectivamente violín I & II- y miembros del Grupo de cámara de la Banda juvenil Daniel Mauricio Zárate, trompa; Carlos Velandia, trombón; Brandon García, Christian Chicaiza y José Smith, percusión tímbrica y colorísticamente hablando, algo inusual, como corresponde a lo contemporáneo.
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La primera de las dos obras del programa, «Resonancia y batimento en torno a una paz olvidada» una prueba de fuego para el cuarteto de cuerdas, que resolvía con algo más que solvencia las dificultades de esa polifonía que, pide Andrés Poveda, en el insistente reclamo de los «armónicos», muy frecuentemente en los sobreagudos, sin permitir la estridencia. La atmósfera musical, sin duda, sugería una confesión emotiva del compositor, cabalmente resuelta por los intérpretes; dada la complejidad rítmica de la partitura, dirigió el francés Julien Faure, sin acento en la e, como él mismo lo aclaró.
Enseguida, metales y percusionistas recorrieron las «Cinco piezas cortas para un retrato». Sara González, presente en el museo, reveló que, más que un retrato es un autorretrato, pero se reservó las confidencias del mismo, bien por pudor artístico, bien para no limitar la imaginación del auditorio. En todo caso, sugestiva la música y mucho ingenio en la utilización del inusual recurso instrumental.
La sorpresa vino enseguida, cuando la Filarmónica juvenil llenó la sala del piso 3 del Mambo para recorrer la transcripción para orquesta de cámara del Cuarteto para cuerdas n° 8, en Do menor, op. 110 de Dimitri Shostakovich, compositor que, hace ya unas décadas era considerado subversivo por algunos medios, cuando ya en Estados Unidos, Francia o Inglaterra era visto como un clásico contemporáneo.
Transcripción de Faure, quien dirigió con autoridad y evidente deleite.
Queda entre el tintero registrar que, los más de un centenar de asistentes al concierto oyeron encantados en el marco de la exhibición de la obra de Rosemberg Pabón. De eso se trata, de inclusión, de fusionar la música con la plástica, de poner hombro a hombro los géneros, de no tenerle miedo a lo contemporáneo y que la experiencia sea compartida.
… y sin alharaca.
Cauda
Tal parece, el presidente resolvió la interinidad del Ministerio de Cultura antes del tsunami. Porque el nuevo ministro, Juan David Correa, es culto, valiente y conoce el medio. Que no se le vayan las luces a Petro, como ocurrió con Patricia Ariza y, que doña Verónica se mantenga al margen y acepte que la cultura no es lo suyo.