Q-arte: un cuarteto latinoamericano y contemporáneo | El Nuevo Siglo
Foto cortesía OFP – Gabriel Castellanos
Martes, 15 de Noviembre de 2022
Emilio Sanmiguel

Por Emilio Sanmiguel

Colaborador de EL NUEVO SIGLO

Fue casualidad.

Una buena casualidad que el concierto de la Serie Mambo Filarmónico del pasado domingo 30 de octubre, a las once de la mañana, que ocurrió en la Sala de los Acevedo del Museo de Arte Moderno de Bogotá Mambo, hubiera coincidido con el último día de Artbo, la Feria Internacional del Arte de Bogotá que, como se sabe, tiene su epicentro en Corferias, pero como movimiento sísmico cultural que es, su onda se esparce a toda la ciudad. El Mambo no fue la excepción.

Casualidad. Sí. Porque de haberse visto desde otra óptica -la de la onda sísmica cultural de Artbo- con absoluta certeza no se habría realizado en el auditorio de los Acevedo sino, como en anteriores ocasiones, en las salas de exposición del edificio, en ese momento dedicadas a Un placer incierto, Artes del tiempo en la colección Pierre Huber. Con certeza, como ha ocurrido en anteriores ocasiones, habría habido multitud.

Al fin y al cabo, ha quedado demostrado, el Mambo-Filarmónico, que es la instalación de la música contemporánea en su espacio natural, el interior del Mambo ha llevado al público, desde hace un par de años, la faceta menos divulgada de la música: la contemporánea. La de hoy y la del pasado reciente.

Por esas paradojas de la vida, el hombre contemporáneo ignora la música de su tiempo, la desconoce y olímpicamente la hace de lado.

En el medio cultural de Bogotá hay público, y espacios, para casi todas las expresiones contemporáneas. Los conocedores, los que aspiran a serlo y los snobs -que ponen su nota de colorido al asunto- a los codazos ingresan a las inauguraciones de museos y galerías por cuenta de pintura, escultura e instalaciones. Lo mismo en los lanzamientos de libros, festivales de poesía, conversatorios literarios. Las salas de cine-arte, y del comercial, forman parte de las catedrales del consumo, que son los centros comerciales. Ahora que el gusto es arte, se dilapidan fortunas a manteles para disfrutar las experiencias que ofrecen los chefs. La música, la contemporánea, no corre con esa suerte; para llenar ese espacio fue que la Filarmónica de Bogotá y el Museo se inventaron el Mambo Filarmónico, que hasta la fecha ha sido exitosísimo. Por eso habría sido tan deseable que el concierto del Cuarteto Q-Arte del domingo 31 hubiera traspasado la barrera invisible de Artbo y se hubiera constituido como uno de sus momentos culminantes.

Porque fue un gran concierto. Lo fue porque el programa hizo una mirada sobre el repertorio latinoamericano. Fue un gran concierto porque Santiago Medina y Luz Ángela García, los violinistas, Sandra Arango la violista y Diego García el violoncellista, además de músicos de primer orden, tienen la inteligencia y solidaridad necesarias para constituirse en cuarteto. Fue un gran concierto porque, hasta tanto se demuestre lo contrario, el cuarteto de cuerdas es la máxima expresión de la música de cámara, que es una de las más altas conquistas del arte musical.

La mañana abrió con una de las partituras más audaces de Astor Piazzolla (1921 – 1992), Four for tango de 1988, resuelta airosamente por los Q-Arte, que no esquivaron, ni las audacias ni las provocaciones deliberadas del compositor, tampoco la intensidad del diálogo entre violín y violoncello que no pasó inadvertida en medio de la exhibición técnica, desplantes de percusión, insistentes disonancias y libertad cromática de una partitura que, a lo mejor, hasta entraña algo muy personal de quien, cuya primera lengua fue el inglés. Piazzolla se permite tales libertades porque compone un tango sin bandoneón para los miembros del Kronos Quartet, cuando ya está convertido en celebridad y está más allá del bien y del mal. Bueno, siempre lo estuvo.

La siguiente obra fue el Cuarteto n°1, primero de los 17 que escribió Heitor Villalobos (1887 – 1949), digamos que el Piazzolla de Brasil - ¿o viceversa? - en todo caso el más representativo de los compositores de su país, moderno y nacionalista, en algún momento, el músico más representativo de América Latina, por la audacia de su expresión. El original de 1915, una suite en 3 movimientos fue reescrito y ampliado a los 6 de la versión definitiva de 1946. Más que una impecable interpretación habría que hablar de una revelación, pues es probable que el del domingo haya sido el estreno del Cuarteto n°1 en Colombia -no estuvo programado en la incipiente celebración del centenario de Villalobos en Bogotá en 1987- y fue memorable; porque no escatimaron efusividad ni lirismo, hubo sensualidad en la Cantilena, brillantez y ligereza en el segundo movimiento, Brincadeira; durante el tercero, Canto lirico, viola y violín se trenzaron un diálogo de vocalidad lírica; a la altura de la Cançoneta desplegaron esa contradicción de independencia de voces y unión en el discurso, en dúo y en cuarteto de atavismo vocal. Ya en el quinto, Melancolía, lento, resueltamente se trasladaron al universo de las bachianas para terminar brillantemente con el Allegro – Saltando como um Saci.



La tercera selección, también de música argentina, Cuarteto n°1 op. 20 de Alberto Ginastera (1916 – 1983), de 1948. Otra revelación y probable también que fuera estreno. Estreno o no, cuánta agilidad y musicalidad en la resolución del Allegro violento ed agitato; qué exhibición de rapidez, virtuosismo en realidad, en el siguiente movimento, Vivacissimo, sin perder el sentido de la forma de un scherzo en realidad; hubo intensidad efusiva en el Calmo e poético, recorrido como lo que es, un nocturno para cuarteto, la manera como la melodía pasaba de un instrumento a otro fue de gran escuela. Para el movimiento final, Allegramente rustico, crearon la ilusión de que la música había abandonado el interior del auditorio para resolver todo «à plein air», con fogosidad, amplitud e intensidad.

El programa terminó con Tricolor del colombiano Francisco Cristancho (1905 – 1937), un final relajado y refrescante en los tiempos que corren, cuando a 2.600 metros más cercas de las estrellas se hace de lado la música del interior, a favor de la de otras regiones: hasta parrandas vallenatas entre apartamentos. En todo caso, un buen final con los tres movimentos de esta especie de suite de Cristancho de Torbellino, Bambuco y Pasillo.

Y final de una experiencia que, valga la insistencia, quedó por casualidad incrustada en el Artbo 2022. La música no pidió permiso.