* El trasfondo de las encuestas
* Dificultades de la catástrofe invernal
Las últimas encuestas vienen señalando una caída en la popularidad del presidente Juan Manuel Santos y su gobierno. Puede ello deberse sustancialmente al tema del invierno y la sensación de impotencia que se tiene frente a él. Desde hace tiempo se advirtió en estas columnas que aquel iba a ser un tema extremadamente sensible y que más que Oficina de Desastres debía crearse una entidad de gran envergadura.
La urgencia ha determinado que el colapso invernal tome al país prácticamente por sorpresa. Por fortuna se ha instituido la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo, que más allá de la denominada Colombia Humanitaria debe ser la encargada de sufragar el asunto. Pero aún se requiere más.
En efecto, no debería ser exclusivamente el Presidente quien salga a cada tanto a hablar sobre la materia. Como se dice coloquialmente, es precisamente en estos casos donde se necesitan “fusibles” y en algún momento insistimos en que lo aconsejable era nombrar una especie de súper ministro. Al contrario, son muy pocas las voces gubernamentales las que salen en los medios de comunicación, con referencia al invierno, y por el contrario, aparte de gobernadores, casi siempre el “agua sucia” le cae al Primer Mandatario. Se requiere, pues, no sólo una mayor cantidad de actividad, sino especialmente alguien que explique semanalmente lo que se viene haciendo y aconteciendo. En Colombia Humanitaria prácticamente no hay vocería y la gran mayoría del Gobierno sobresale por su mutismo. Con apremio se necesita una voz permanente y agendas y cronogramas correspondientes y a la luz pública.
Aparte de que el invierno puede ser el mayor causante del desgaste en la imagen gubernamental, también pueden darse otros factores. El país ya sabe cuál es el estilo Santos. Básicamente, podría decirse, un gobierno de altas calificaciones tecnócratas, con un respaldo descomunal en el Congreso, y que se ha fijado unas metas susceptibles de revisarse por resultados. Este estilo gerencial no es fácil de explicar a un país acostumbrado al inmediatismo y a que el Presidente sea un apaga-incendios.
Como ha trascendido a la opinión pública, uno de los grandes defectos gubernamentales es la carencia de ejecución presupuestal. Tuvo Santos la mala fortuna de que precisamente el invierno se atravesara en su agenda y hubieran de aplazarse por meses muchas de sus propuestas. Pero ello no debería ser óbice para mantener el Gobierno a flote. Ya se dijo que lo ideal sería trabajar con un súper ministerio dedicado a la catástrofe, bajo coordinación presidencial pero con vocería propia.
Por su parte, el Presidente podría recurrir, aparte de las reuniones de Gabinete, a acuerdos de gobierno con cada uno de sus ministros para trabajar por resultados. Se sabe que a cada tanto hay comité de evaluación general por ministerios, en reuniones extensísimas, que a su vez son condimentadas con alertas rojas, amarillas o verdes, en cada uno de los programas ministeriales. Posiblemente hay muchos salpicados de rojo. Ello debería subsanarse en reuniones presidenciales con cada uno de ellos, antes que el tumulto que supone cada una de estas reuniones.
En la historia colombiana, el Consejo de Ministros ha tenido cierto ascendiente. No siempre, sin embargo, son aconsejables para gobernar bien. En efecto, este tipo de convocatorias, donde se abren las discusiones para aportar a los despachos de otros, termina convirtiéndose en especie de corporaciones públicas donde cada quien quiere sobresalir por su brillantez. Si a esto se suma la enfermedad veintejuliera que a muchos se les despierta al tener un micrófono en frente, los resultados pueden ser peores.
Rafael Reyes, reconocido como uno de los presidentes más ejecutivos en la historia nacional, solía hacer muchos Consejos de Ministros, pero era mucho mas activo en acuerdos de gobierno y las visitas de particulares que pudieran señalarle ideas y nuevas rutas. Hoy el mundo tiene un ejemplo de tecnocracia a toda prueba en el gobierno italiano que sustituyó a Silvio Berlusconi. No se han quedado en las discusiones. Por el contrario, en un abrir y cerrar de ojos, ya comienzan a tomar las determinaciones prácticas para sacar a Italia de la crisis. Es posible que los sacrificios sean mayúsculos, pero están demostrando que para gobernar modernamente hay que hacerlo bien y rápido.