*Los tres retos del torneo Sub-20
*Anfitriones de un idioma universal
UN viejo narrador deportivo dijo alguna vez que el anhelo en torno de que todos los habitantes de la Tierra hablaran un mismo idioma, adicional a su lengua autóctona, se terminó cumpliendo, pero no a través del llamado y nunca concretado “esperanto”, sino del fútbol. Y es que este deporte, precisamente, se convirtió en un idioma universal que se entiende y practica en todos los rincones del planeta, más allá de diferencias ideológicas, económicas, sociales, educacionales, institucionales y de cualquiera otra índole. De allí el honor que a partir de hoy asume Colombia como sede del Mundial Sub-20, sin duda la competición de balompié más importante que ha albergado el país en su historia.
Serán tres los retos que tendrá nuestra nación desde mañana hasta el 20 de agosto, cuando en el estadio El Campín de la capital del país se juegue la gran final para conocer al nuevo rey de la categoría.
En primer lugar, sin lugar a dudas, está el que Colombia demuestre ante todo el planeta que puede organizar y llevar a cabo un evento orbital sin tener problemas logísticos o tecnológicos y menos aún de seguridad para propios y visitantes. Aquí está en juego la imagen del país y de allí que todos y cada uno de los connacionales están en la obligación, desde las instancias más altas del poder hasta el más humilde de los habitantes, de poner su granito de arena para evidenciar que somos buenos y eficaces anfitriones. La inversión en los estadios fue millonaria y pese a algunos tropiezos normales, a comienzos de esta semana la FIFA felicitó al comité organizador y al país en general porque todas las obras deportivas y de estructura de apoyo fueron entregadas a satisfacción y bajo los cánones que obliga la rectora del fútbol mundial.
Llenar los estadios y hacer de los encuentros una fiesta no sólo de pundonor y calidad deportiva, sino de confraternidad, orden y respeto por todos, es el segundo reto. Baste con decir que no sólo se espera marcar un récord histórico en materia de asistencia a los estadios de Armenia, Barranquilla, Bogotá, Cartagena, Cali, Manizales, Medellín y Pereira, sino que se calcula que más de mil millones de personas en todo el mundo verán los juegos a través de la televisión, Internet y otras novedades tecnológicas. Nada más triste y desesperanzador que unas tribunas vacías y una afición desconsolada y pasiva.
El tercer reto es, obviamente, el deportivo. Como país anfitrión la selección local, bajo la batuta del experimentado profesor Eduardo Lara, tiene la obligación no sólo de superar la fase de grupos, sino, por lo menos, llegar a cuartos de final. No hacerlo podría asimilarse a un fracaso y sería un golpe de muerte a la expectativa y entusiasmo sobre la marcha del Mundial. Aún así no hay que perder de vista, como quedó evidenciado en la reciente Copa América, que en estos torneos cortos todo puede pasar, ya no hay equipo cenicienta, pues cualquier escuadra puede dar la sorpresa y en una buena tarde o noche, o incluso por aquellas cuestiones del azar que rodean y hacen más atractivo el fútbol, sacar de carrera a alguno de los favoritos.
Bienvenida, pues, la fiesta mundialista. Todo está preparado para que hoy se dé el pitazo inicial en Medellín. Ya en la noche, Barranquilla, como sede del acto de inauguración, sabrá responder a este reto. La emotiva y multitudinaria despedida que dio el miércoles a uno de nuestros iconos musicales, Joe Arrroyo, fue una prueba evidente de que La Arenosa estará a la altura de las circunstancias. Que ruede, entonces, el balón y que Colombia pueda ser reconocida el próximo 20 de agosto como ejemplo de organización deportiva, fervor en los estadios y calidad de balompié local.