Dinastía | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Abril de 2015

*Entre los Bush y los Clinton

*Campaña de los Estados Unidos en el partidor

La  competencia por la Presidencia de los Estados Unidos pondrá sobre el tapete el tema de las dinastías. Pero aun así nadie se atrevería a afirmar que Hillary Clinton o Jeb Bush no tendrían derecho de aspirar. Dice la revista The Economist, sin embargo, que en las últimas elecciones norteamericanas ninguna se ha salvado de tener alguien de apellido Clinton o Bush. Y si bien se decanta por la defensa de la familia como grupo de acción, especialmente en el sector privado, sujeta a mayores controles jurídicos que en el sector político, igualmente deja entrever que un caso tan especial, con una esposa de presidente y un hijo y hermano, también de presidente, pues no deja de sonar extraño. En esto, como bien señala el semanario inglés, lo que importa es el mérito. Pero asimismo no deja de advertir que muchas veces las aspiraciones y posibilidades se deben mucho más al influjo de parientes exitosos que a las facultades o la idoneidad para manejar el cargo más poderoso del orbe. De hecho, critica sobremanera los raudales de dinero recibidos por la Fundación Clinton y el uso que de ello se haya podido hacer en beneficio de los intereses políticos de Hillary, esposa del expresidente Bill Clinton, más que los sociales que suelen pregonarse.

Suponiendo que ese sea el escenario de la elección presidencial norteamericana, Bush-Clinton, ¿habrá algún tercero que tenga el temple y la capacidad de competir? No sería descartable que así fuera, lo que haría particularmente interesante la contienda. Hasta el momento, no obstante, desde el punto de vista del Partido Demócrata, Hillary Clinton pareciera tener ganada la nominación. Sin embargo, una figura de la fuerza y prestancia del vicepresidente Joe Biden no sería descartable, salvo porque ya tiene una edad relativamente avanzada. En todo caso, son conocidas las malas relaciones entre el mismo presidente Barack Obama y los sectores clintonistas. De modo que cualquier sorpresa puede ocurrir. Y lo mismo sucede en el Partido Republicano. Si bien la familia Bush mantiene una buena dosis de influencia, las primarias prometen ser una competencia bastante ardua entre los sectores latinos, el llamado conservatismo libertario y los militantes radicales pertenecientes a la tendencia del tea party.

En los Estados Unidos, no solo por los Roosevelt, sino especialmente por los Kennedy, las dinastías políticas siempre han estado a la orden del día. Existe cierta nostalgia “monárquica”, la aceptación de ciertas preeminencias sociales y dinásticas, desde que aquella familia irrumpió con las ambiciones presidenciales del pater, Joe Kennedy y que trasladó primero a su hijo mayor, muerto en un accidente de aviación durante la segunda Guerra Mundial, después al presidente asesinado John Fitzgerald y más tarde, como un sino heredado, también al acribillado senador, Robert, cuando tenía todas las de ganar en la dura carrera hacia la Casa Blanca. Por lo demás, a ello seguiría la tragedia del menor de ellos, Ted, quien nunca pudo coronar sus aspiraciones presidenciales por efecto del extraño accidente automovilístico, en un lago, en el que no salvó a su acompañante y que nunca pudo explicar. Y más recientemente el accidente aéreo de John-John Kennedy, hijo del Presidente asesinado que, si bien dedicado al periodismo político con solo anunciar su candidatura presidencial, en la que le estaban insistiendo, hubiera removido el espectro general de la competencia electoral norteamericana. Inclusive ahora, en la época de Barack Obama, su hermana, Caroline Kennedy, fue figura principal y alcanzó a nombrarse como posible vicepresidente, pero a raíz de algunas controversias personales no pudo ni acceder a la curul de Senado, precisamente en remplazo de Hillary Clinton, ni a la legación en el Vaticano, aunque actualmente es la embajadora estadounidense en Japón.

De la pareja Clinton, más que las circunstancias trágicas que han rodeado el halo kennediano, se sabe de algunos escándalos financieros además del consabido fantasma de Mónica Lewinski. En todo caso es de todos sabido la gran influencia, tanto por su carisma como por su activismo, que Bill Clinton pone a favor de su esposa. En cuanto a los Bush, son evidentemente más recatados, pero siempre ha sido una incógnita sus relaciones con los Bin-Laden.

Sea lo que sea, The Economist trae una larga lista de este tipo de dinastías en diversas partes del mundo y cómo ellas no obligatoriamente garantizan lo mejor para los países. No hay mayores referencias a Colombia en el análisis del editorial inglés. La pregunta sigue, no obstante, siendo la que allí no se hace: ¿aparecerá una tercería por fin viable, en los Estados Unidos, entre Clinton y Bush, o la campaña será más bien la confirmación de las dinastías?