* Mayor solidaridad con las víctimas
* La deuda social del invierno y la guerra
Colombia, en este año, tuvo una palabra que resumió parte de su acontecer: víctimas. En efecto, al principio, el Gobierno emitió una ley de este nombre, que no solamente pretende hacer efectivo el resarcimiento con ellas, producto del conflicto armado interno, sino igualmente las puso de símbolo. Y más que símbolo, señaló la idea o el compromiso de resarcirlas y generar una memoria histórica para nunca volver a repetir la tragedia. Drama, a su vez, que ha significado todo tipo de divisiones en las familias, de pesares y dolores en la sociedad, hasta el punto de que es muy posible asegurar que cada colombiano ha padecido entre sus familiares o amigos circunstancias dramáticas de toda índole y gravedad.
Aún así, ni las víctimas, ni sus allegados, han declinado en el propósito de hacer una Colombia mejor. Si bien ello podría ser motivo de una amargura sin par, el hecho es que la sociedad no se ha doblegado. Por el contrario, esa concentración en las víctimas y la atención concomitante han permitido el aislamiento cada vez más radical contra los victimarios, que han sido una minoría que por todos los medios ha intentado torcer el espíritu jovial y optimista de los colombianos, y volverlo melancólico y negativo. En ello han fracasado estruendosamente, a pesar de la crudeza y el terror.
El Gobierno del presidente Santos creó en estas semanas, precisamente, una Agencia de Atención a las Víctimas, en cabeza de Paola Gaviria. Llegarán allí ingentes recursos y diseñarán todo tipo de programas en el propósito de superar la deuda social. Está pendiente, ciertamente, cómo se desarrollará el tema de la Memoria Histórica, pero es indispensable que paulatina y públicamente se vaya determinando cómo se va a realizar. Algunos esfuerzos, como el desplegado para resarcir a las víctimas de la matanza de El Salado, han demostrado que ello es plausible y que sin duda es un acicate para que la sociedad haga catarsis y se mire en un espejo de lo que nunca debe volver a acontecer.
En estos días, justamente, el Congreso busca ajustar el denominado Marco Legal para la Paz. Fundamental en ello, de nuevo, es que las víctimas sean tenidas en cuenta. Todavía no se sabe qué saldrá del acto legislativo reformatorio de la Constitución al respecto, pero lo que es categórico es que nunca más el Estado podrá olvidarse, en caso de cualquier proceso de paz, que no se vislumbra en el horizonte, de las víctimas. Y acercándose Navidad, sigue siendo perentorio que las Farc generaran al menos algún acto de humanidad, que ni siquiera humanitario, liberando a los secuestrados. Se sabe, desde luego, que ellos prestan oídos sordos a cualquier materia correspondiente que no signifique poner algún valor de transacción o negociación, pero siempre se esperaría que el corazón pudiera preponderar sobre la prepotencia y la arrogancia armadas, aun si se tratara de una candidez.
Víctimas este año, igualmente, han sido las del invierno. Y el número creciente de ellas como consecuencia de aludes y similares, apremia al Gobierno a no abandonar a la gente a la mano de Dios. Ciertamente, en muchos casos las autoridades han dado alarmas sobre las evacuaciones y pedido que la gente haga caso, llamado que, como está demostrado en ciertos lugares del país, ha sido desoído por los mismos habitantes. Ello ha llevado a tragedias, como la de La Cruz en Nariño, y como se sabe en otros ejemplos de asistencia comunitaria, muchas veces estos deben ser obligados y no simplemente voluntarios de parte de la ciudadanía.
No siempre el vocablo víctimas es el más adecuado. Lo que interesa sustancialmente es que ello de algún modo significa ponerle atención a la gente. Y eso es lo que en el fondo palpita en la idea de solidaridad que se expresa al emitir el término. Siendo así, es importante el sentimiento de solidaridad que han expresado los colombianos, pero aún falta muchísimo más. Y ese debe ser un compromiso indelegable para el 2012.