El fin del fin | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Diciembre de 2014

La tregua indefinida de las Farc

Primer paso hacia el armisticio

 

SI el cese el fuego y de hostilidades unilateral e indefinido declarado por las Farc se lleva a cabo dentro de los verdaderos propósitos de buscar la paz y la reconciliación, tendría que decirse que esa determinación tal vez sea el hecho más relevante de lo que hasta ahora lleva el proceso abierto por el presidente Juan Manuel Santos hace dos años.

Ello, sumado al reconocimiento de las Farc de la barbarie que significó el holocausto de Bojayá y su ofrecimiento de reparación a las víctimas, son indudablemente hechos y actos de paz que el país ni se imaginaba.

En efecto, escuchar de la organización subversiva que ha sido victimaria y no víctima, como era su discurso parcializado sobre las tremendas vicisitudes de la guerra colombiana, es un giro que debe tomarse en toda su dimensión dentro de los propósitos de justicia transicional, soportada en los pilares de verdad, reparación y garantía de no repetición.

Bojayá, a no dudarlo, es símbolo de uno de los episodios más horrendos de la conflagración colombiana, al lado de otros, como el de Machuca, por parte del Eln, y el del Palacio de Justicia, del M-19. Por supuesto, son casos puntuales extraídos de la barbarie que deben significar, de forma generalizada, el resarcimiento a quienes han sufrido directamente el drama y el dolor de la guerra.

De este modo, reiniciadas las conversaciones entre enero y febrero próximos, después del lapso navideño y del nuevo año, tendrá de inmediato que incorporarse, concretamente, lo que significó escuchar las delegaciones de víctimas en varios encuentros en La Habana y que suponen la conclusión del ciclo correspondiente al punto 5 del Acuerdo pactado. Desde luego, el Gobierno ha avanzado considerablemente en la estructuración de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras a fin de sortear el desplazamiento forzado de millones de personas, así como la indemnización de miles de familias por la vía administrativa, pero a ello habrá que sumarse lo que se acuerde finalmente en La Habana.

Entretanto, la declaración del cese de fuego unilateral e indefinido por parte de las Farc, mucho más allá de las denominadas “treguas navideñas”, es aliciente para comenzar a poner término al conflicto. Es decir, el fin del fin. A no dudarlo, igualmente, una tregua efectiva, a la luz y escrutinio de la opinión pública nacional e internacional, resulta incluso de mucha mayor envergadura al desescalamiento que se venía planteando. Parar la guerra, en todas sus aristas, para luego discutir el armisticio que lleve a la localización e inmovilidad de las tropas guerrilleras, será el siguiente paso con miras a la posterior dejación de las armas.

Lo que interesa, particularmente, es que del cese el fuego, tanto unilateral como bilateral, no se deriven ventajas militares de ninguna índole y no lleve a ningún tipo de fortalecimiento subversivo, sino por el contrario a su desactivación, cambiando las armas por la política, mientras que paralelamente se van avanzando los puntos de la agenda hasta su final.

La demostración fehaciente de la necesidad de parar la guerra está en los guerrilleros y militares muertos en combate esta semana. Vidas que, si la tregua se cumple a cabalidad, no han debido cobrarse al filo de entrar en una nueva etapa. Si bien más del noventa por ciento de municipios colombianos están hoy exentos de guerra, tal como puede constarse en las cifras de seguridad nacional, no puede ser el diez por ciento restante motivo del resurgimiento de la carga bélica. Tampoco el Eln, por su parte, incurrir en esas acciones en sus áreas de influencia, segando la vida de policías, puesto que de lo que se trata, precisamente, es de modificar de manera integral los escenarios de los últimos cincuenta años.

Por descontado, en medio de la volatilidad de la conflagración nacional, el cese el fuego unilateral e indefinido de las Farc es una carta de suma importancia. Existe la posibilidad de que termine en un intento fallido, fruto de los espejos cruzados en que se desenvuelve la contienda, pero hay la alternativa de creer que, en caso de sus resultados positivos, sea ello la cuota inicial de la paz tan esquiva durante tantas décadas para los colombianos. Ojalá exista la menor cantidad de incidencias desfavorables, de modo que los resultados puedan reclamarse como el horizonte que se comienza a despejar. Y, en efecto, la tregua unilateral e indefinida sea el comienzo del fin del fin.