La asamblea general de la Organización de Naciones Unidas (ONU) comienza en firme a partir de hoy en Nueva York en medio de un escenario geopolítico y geoeconómico bastante convulso en todos los rincones del planeta.
Los más de 130 jefes de Estado y de gobierno que desfilarán por el recinto general del considerado ente multilateral más poderoso del planeta es claro que expondrán cada uno su particular visión de la marcha de su país, pero también opinaran sobre los principales hechos que hoy ocupan la primera plana mundial.
En ese orden de ideas, se espera un alud de pronunciamientos sobre los conflictos en Ucrania y la Franja de Gaza, la crisis humanitaria en Sudán, los altibajos del cambio climático, la persistencia de la inoperancia del Consejo de Seguridad de la ONU, la alerta sanitaria por la viruela símica, el agravamiento de los fenómenos migratorios ilegales, la crisis del multilateralismo, el aumento de las brechas de desarrollo económico y social, así como la expansión de varios de los principales delitos trasnacionales…
Sin embargo, por más que se escuchen los 130 discursos en el recinto, es claro que, al final de cuentas, serán pocos los pronunciamientos determinantes o que tendrán el suficiente alcance para producir algún impacto en el accidentado escenario planetario.
De hecho, al igual que en anteriores ocasiones, esta nueva asamblea general arranca bajo la sombra de haberse convertido en las últimas dos décadas como en una especie de ‘torre de Babel’ en la que hay una multiplicidad de voces que no conducen a nada.
Para no pocos analistas el bajo poder de decisión de la asamblea general es un reflejo de la propia debilidad estructural de la ONU, que pese a tener multiplicidad de agencias y la que se considera la instancia más poderosa del globo (el Consejo de Seguridad), arrastra el lastre de ser una institución cada vez más inane, anquilosada, con poco poder de convocatoria real y ningún elemento concreto que permita que sus criterios y posturas sean vinculantes y obligatorias respecto a conflictos armados, dramas humanitarios y problemáticas estructurales y coyunturales del conjunto de naciones.
La ONU está llamada a una reingeniería. De lo contrario, el unilateralismo seguirá ganando terreno en todo el mundo. No tiene sentido que la entidad continúe siendo un aparato costoso y burocratizado al extremo que, frente a las grandes crisis del globo, apenas si sirve como tribuna de denuncias, pero produce muy pocas, por no decir ninguna, soluciones.