La era Francisco | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Marzo de 2015

*De la autocrítica a los ajustes

*Trascendental Sínodo en octubre

Hace  dos años, cuando todo el mundo se sorprendió por la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo Pontífice de la Iglesia Católica, eran más los interrogantes que las certezas sobre lo que depararía ese nuevo papado para la que es considerada como la confesión religiosa más extendida del mundo. No sólo era el primer titular del Vaticano no nacido en Europa, sino que asumía rodeado de una circunstancia inédita y extraordinaria: la renuncia de su antecesor Benedicto XVI. A ello se sumaba una coyuntura no menos complicada para la imagen, credibilidad, capacidad de convocatoria y vigencia de la institucionalidad católica, apostólica y romana, debido al creciente escándalo de abusos sexuales, los casos de corrupción y la necesidad de respuestas doctrinales más eficaces a una feligresía que urgía luces sobre temas tan complejos como los nuevos conceptos de familia, el divorcio o la diversidad en la orientación sexual, entre otros.

Entronizado Francisco, desde el primer día empezó a evidenciar que habría un cambio en el Vaticano. Ese  que algunos entendieron como apenas enfatizado en el carisma del Pontífice, su particular sentido de la humildad y el nuevo rol de la Iglesia. Sin embargo, poco a poco, cuando empezaron a proyectarse las decisiones de fondo, todo el catolicismo entendió que si bien se mantenía en toda la línea la doctrina, asomaba una nueva forma de relacionamiento de la Iglesia con sus fieles, con una mayor preocupación por sus problemas y dilemas terrenales, un discurso político, económico y social más moderno y reivindicativo de los menos favorecidos, así como una sincera y tangible determinación de depurar la institucionalidad eclesiástica en todos los aspectos.

Por lo mismo, hay expertos que ya diferencian tres etapas en el corto pontificado de Francisco. Una primera referida a recalcar, y mostrarse como ejemplo del urgente cambio de tono en la forma de relación de la Iglesia con la feligresía. Una tarea que le tomó varios meses y que, a no dudarlo, retumbó en una estructura jerarquizada que, tradicionalmente, no es muy dada al cambio.

Vendría una segunda etapa, la más crucial, en donde Francisco ha trabajado en la depuración interna de la Iglesia. Por ello superó la esfera del pedido de perdón por los casos de pederastia y pasó a aplicar una política de cero tolerancia y de vía libre al castigo y judicialización de los involucrados. Una depuración que también cobijó al Banco Vaticano y que se ha extendido a la revisión de las finanzas y la prioridad de la inversión en todas las diócesis a nivel mundial. Todo ello sumado a impulsar una redefinición de la misión pastoral, dirigida a que los sacerdotes, monjas, misioneros, obispos y todos los que hacen parte de la estructura de la Iglesia no solo prioricen el contacto directo y cercano con los fieles, sus realidades y preocupaciones, sino que su accionar vaya enfocado a aliviar las necesidades espirituales y físicas de los más desposeídos. Una redefinición que para que sea permanente e impacte realmente a una sociedad moderna, caracterizada por el materialismo, la individualidad y la falta de solidaridad, busca aterrizar en un Sínodo a celebrarse en octubre y para el cual no sólo ha consultado a los jerarcas católicos en todo el planeta, sino adelantado ya algunos temas a tratar  como la familia, la homosexualidad, los divorciados, el sentido de la confesión… Y paralelo a todo lo anterior ha ido poco a construyendo las bases de una reforma a fondo de la Curia romana y sus circuitos de poder.

De allí que este 2015, se podría decir, comienza la tercera etapa que los expertos han delineado dentro del pontificado de Francisco. Una etapa en donde el reto es aterrizar los cambios y ajustes que ha impulsado. No le será fácil pues hay sectores en el interior de la Iglesia que tienen reservas sobre el espíritu de las reformas y su impacto en 1.200 millones de fieles.

A sus 78 años, el titular del Vaticano, más líder mundial que nunca, sabe que debe acelerar el ritmo, no sólo por el natural paso del tiempo, sino porque es urgente atesorar y aprovechar ese renovado sentimiento de fe y credibilidad en la Iglesia que su carisma y deseo sincero de cambio ha generado en la gran mayoría de los fieles.

En apenas dos años es evidente que Francisco se ha confirmado como un revolucionario, no de la doctrina, que mantiene en su más fiel espíritu, sino de la propia Iglesia y su vocación de servicio a quienes más lo necesitan.