La hora venezolana | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Diciembre de 2011

* ¿Continuismo o renovación?

* Una confrontación atípica

Una Venezuela dividida se prepara para definir la lucha por el poder mediante el sistema electoral. Una vez más el comandante Hugo Chávez busca la reelección. Y la oposición se organiza bajo la bandera de la Unidad Nacional con la finalidad de atraer al pueblo. De alguna manera los discursos, las intervenciones programáticas, los desafíos de uno y otro bando, de los gobiernistas y la oposición, tienden a ser repetitivos. Lo que diferencia en estos momentos a los actores y partidos es la situación de una economía en crisis y con saldo rojo deplorable que agobia el país, pese a los ríos de recursos que se han recibido por las exportaciones de crudo; como  la quebrantada salud del gobernante, que intenta curar o aliviar en sus frecuentes viajes a Cuba. Cada día, cada hora, los venezolanos gobiernistas y de la oposición, como los que no tienen partido, se preguntan qué pasará si el Jefe de Estado recae. Unos dicen que podría sucederlo una junta militar más radical que éste, otros sostienen que vendría una prolongada lucha por el poder. Los más consideran que el país podría pasar por una etapa confusa y de violencia, dada la cantidad de civiles que están armados y la posibilidad de que las Fuerzas Armadas se dividan. Todas son hipótesis y especulaciones, lo que hace más incierta la campaña. En realidad es un acertijo saber qué pasaría con el proceso electoral venezolano en ausencia de Chávez.

La anterior descripción del ambiente político general de incertidumbre se suma al hecho real de que con el transcurrir del  tiempo, por su manera de ser y de gobernar, en la República Bolivariana de Venezuela, como Chávez la rebautizó, casi todo pende de las decisiones y caprichos del inquilino de La Casona. La política interior se rige por su obsesión de eternizarse en el poder y la exterior, por su afán de protagonismo y de forjar alianzas según las simpatías que le despiertan los gobernantes de otras naciones, en particular se torna fraternal y se identifica con aquellos que se perpetúan por décadas en el mando como, por ejemplo, Gadafi. Lo que no le impide deponer las tensiones e ir al entendimiento con un demócrata del calibre de Juan Manuel Santos. Una rareza, pues en general se inclina por mantener excelentes relaciones con los déspotas de distintos continentes. En Hispanoamérica su apoyo y chequera, después de la crisis que dejaron los excesos del neoliberalismo en materia social, desde 1999, han servido para elevar a la presidencia a una variopinta de gobernantes y partidos de izquierda, con excepción de Chile y Colombia. Lo que modificó la política regional en las barbas de los Estados Unidos; de manera abierta viene horadando la OEA y facilita en su interior la labor de zapa del Secretario General de esa institución interamericana, que el gobernante venezolano intenta sustituir  por la suya  en la que no son miembros ni Estados Unidos, ni Canadá.

En ese clima de incertidumbre, por cuenta de los partes médicos sobre los cambios de salud del hombre fuerte de Venezuela,  la oposición se ha tornado cautelosa, no quiere sobrepasarse verbalmente y hacer una suerte de mártir de su contendor. Así que los debates de la Unidad Nacional se dan dentro de un plan de concertación, de equilibrio, de mesura, que desconcierta a propios y extraños, que busca no abrir heridas entre los que han pactado seguir al candidato que gane entre ellos, para fortalecer el bloque opositor. Apenas unos pocos entre los críticos del gobierno se oponen a esa fina política, en cuanto como afirma Sosa Azpúrua, según él, los candidatos no tienen garantías electorales y presupone que habrá fraude.

Una mención aparte merece Diego Arria, quien pese a jugar en la mesa, se ha salido un tanto del guión para denunciar al gobernante venezolano en la Corte Penal Internacional de la Haya, por delitos contra la humanidad. Demandas que rara vez surten efecto inmediato dado el procedimiento meticuloso y moroso cuando se trata de gobernante en ejercicio, pero que reciben publicidad. Sin que se conozcan sondeos válidos ni encuestan sobre cómo ve el grueso de la población ese tipo de incidentes, dado que la política venezolana suele ser localista. Los demás candidatos de la Unidad Nacional tienen el atractivo de la juventud, del entusiasmo, la sonrisa a flor de labios, la voluntad ingenua de servir y fe en gobernar en democracia, respetar la propiedad y garantizar el retorno de la inversión extranjera, como de hacer resplandecer la defensa de los derechos humanos y la libre expresión.

Y el comandante Chávez, con las botas puestas, se afirma en la voluntad inquebrantable de ahondar el experimento socialista, que se reduce a pocas palabras: asistencialismo, lucha de clases, repartir la pobreza y minar la propiedad privada.