La misión del Congreso | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Marzo de 2014

*De Edmund Burke a Borges

*Nihilismo del voto en blanco

 

 

La  tarea de los representantes del pueblo no se puede calificar por la simple asistencia a las sesiones, ni por el número de proyectos de ley que presentan a consideración de sus colegas o los que se aprueban. Se trata de establecer hasta dónde consiguen defender y favorecer el bien común, propiciar la justicia y el desarrollo nacional, en tanto protegen los intereses regionales y nacionales, cómo contribuyen con su concurso a vigilar los bienes de la Nación y el buen gobierno. Al respecto el escritor político inglés, Edmund Burke, aclara que: “No hay para el gobierno más calificaciones que la virtud y el saber, reales o presuntos. Dondequiera que se hallen efectivamente, tienen, en cualquier estado, condición, profesión o negocio, el pasaporte del Cielo para los puestos y los honores humanos. ¡Pobre el país que impía y locamente rechaza los servicios del talento y la virtud, civil, militar o religioso, otorgados para adornarlo y servirlo; y condenará a la oscuridad todo lo que está formado para rodear al Estado de lustre y gloria!”. El gran problema de la democracia estriba en la madurez de la población para que sepa a ciencia cierta por quien votar y tenga en cuenta los factores que anota el pensador conservador.

Al mismo tiempo Burke desconfía del número como premisa para acertar en materia del sufragio popular, puesto que si la voluntad de los más y sus intereses difieren con frecuencia, por lo que la mayor cantidad  de opiniones no garantiza la bondad de  criterio, así que no cree que la constitución de un reino sea un problema de aritmética. En suma considera que para el buen gobierno no debe haber más calificaciones que la virtud y el saber, reales o presuntos. Jorge Luis Borges, modernamente, va aún  más lejos, cuando afirma: “Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor”.

La cantidad de demagogos, parásitos y políticos desquiciados que han contado con el multitudinario apoyo popular para llegar por la vía electoral al poder, prueban que Burke y Borges, con distancia de siglos y el mismo profundo conocimiento del hombre, tuvieron la razón. Mas no se ha encontrado otro sistema distinto a la democracia para que millones y millones de seres escojan a los representantes del pueblo a los cuerpos colegiados. Y, en últimas, es preferible el riesgo de equivocarse ejerciendo el derecho a expresar la voluntad política, que no participar y dejar el campo libre a los demagogos y populistas, que juegan con las necesidades del pueblo para desorientarlo y conducirlo al desastre, como viene ocurriendo con los avances electorales del anacrónico socialismo del siglo XXI en nuestra región.

Siempre en toda elección se presenta la duda, la incertidumbre de encontrar por quien votar; en tal caso se debe decidir como Burke, por la virtud y el saber. En ese sentido el balance de El Nuevo Siglo, sobre el desempeño de los parlamentarios conservadores durante la presidencia de Juan Manuel Santos, es altamente positivo. En ningún momento se trata de políticos que votan sin pensar o que se someten al criterio oficial sin chistar. Por el contrario, en diversas ocasiones han presentado valiosas iniciativas o dado el caso, descartado proyectos inconvenientes para el país. Así como ha sido valioso y decisivo su concurso y apoyo al Fuero Militar, la Reforma Tributaria, las modalidades del fortalecimiento a la justicia, el marco para la paz y los más importantes proyectos para favorecer el desarrollo con justicia social. Como se puede votar por la representación en el Senado nacionalmente, la opción conservadora ofrece las mejores posibilidades de acertar, al apoyar elementos probados en buena lid que han demostrado mil veces su fidelidad a la doctrina conservadora y defensa insobornable del interés nacional.

En la Cámara las opciones de distinguidos e inteligentes candidatos jóvenes se multiplican, por lo que se les debe dar apoyo a los mejores. El voto en blanco se torna nihilista y tiende a eludir la responsabilidad ciudadana y debilitar la participación popular, lo que es nocivo para la democracia. La defensa de la democracia, el bien común, de nuestras tradiciones y valores, del desarrollo dentro del orden y la libertad, cobran mayor vigencia cuando en países vecinos observamos cómo se entroniza el despotismo, la arbitrariedad y se derrumban las conquistas sociales del pasado, para llevar a la ruina a los pueblos.