Cinco aspectos de la crisis griega
Los que no aprenden de sus errores…
Lo más importante de toda crisis, sin duda, es que se puedan sacar las conclusiones sobre las circunstancias que la precipitaron así como, cuando esta se da, la solución que se pudo o puede aplicar. Por eso al analizar la evolución de la problemática económica de Grecia en los últimos tres meses y toda la cadena de acontecimientos que la han rodeado, empezando por el riesgo de quiebra y default, pasando por el accidentado referendo en el que ganó la negativa a someterse al plan de ajuste fiscal que exigía el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, y la Comisión Europea, para terminar en la aceptación final por parte del Gobierno y el Parlamento de Atenas de la receta de ajuste y cronograma de pagos de los acreedores externos, lo que se evidencia es que la realidad del modelo económico y financiero imperante a nivel global se impuso contra viento y marea.
Al decir de no pocos analistas es claro que por más que el Gobierno del primer ministro Alexis Tsipras quiso maniobrar, no tanto para desconocer las deudas con los acreedores europeos, sino para flexibilizar su pago, a corto y mediano plazos, a la postre terminó aceptando gran parte de las exigencias e incluso ya hay quienes en su propia coalición de izquierda populista se preguntan si valió la pena tanto desgaste para someterse finalmente a los dictados europeos. ¿No le habría sido más rentable al Estado helénico evitarse el pulso que planteó y acabó perdiendo, con un daño colateral bastante alto, no solo por la grave afectación a una economía ya de por sí crítica, sino porque es evidente que Tsipras quedó muy debilitado y su Gobierno podría caerse en algún tiempo.
Una segunda conclusión de la problemática griega es que el discurso económico y político de los movimientos populistas, ya sean estos de izquierda, centro o de derecha, si bien resultan por su efectismo rentables para ganar procesos electorales en sociedades desencantadas y que atraviesan coyunturas difíciles, no tienen viabilidad alguna a la hora de enfrentarse a las realidades financieras del modelo global. Para la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, era clave enviar un mensaje a través de la forma en que terminara resolviéndose la encrucijada del Estado heleno porque allí estaba en juego la inédita posibilidad de quiebra e incumplimiento al FMI por parte de un Estado emblemático del viejo continente, sino que, a la vez, se debía notificar a escala mundial cual sería la respuesta cada vez que un gobierno acuda al populismo económico para tratar de esquivar, desconocer o condicionar al extremo el pago de sus acreencias con entes multilaterales o la banca pública y privada. ¿Tras lo ocurrido a Atenas habrá algún otro país que apelando a referendos internos así como a la manipulación del nacionalismo radical se atreva a desafiar la arquitectura económica imperante?
En tercer lugar lo registrado en los últimos tres meses en Grecia también debe ser un campanazo de alerta para las masas ciudadanas, sin importar de qué país, en torno de que dejarse convencer de dirigentes que prometen soluciones mágicas a problemáticas políticas, sociales, económicas e institucionales graves, termina siendo una especie de suicidio colectivo, pues no solo en el corto plazo se evidencia la inviabilidad de esos cantos de sirena, sino que el precio que habrá de pagarse por el agravamiento de la crisis, en el entretanto, se vuelve más oneroso para la población en términos de, impuestos, menores recursos para inversión, recortes de programas sociales y de subsidios, y, lo que es más complicado, una economía que solo transmite desconfianza e inestabilidad.
Una última lección de la forma en que se está desenvolviendo la difícil coyuntura de los griegos se refiere a que por más que los acreedores europeos terminaron imponiendo la mayoría de sus condiciones a Atenas, fue la misma inflexibilidad del modelo de ajuste aplicado años atrás a todos los países que registraron un pico recesivo en el viejo continente, la que se convirtió en caldo de cultivo de sociedades empobrecidas e inconformes que son presa fácil de los alquimistas políticos que siempre están al acecho de tales coyunturas.
Es obvio que en el caso griego no se puede hablar de una solución definitiva ni mucho menos fácilmente tramitable para el Gobierno, sus habitantes y la propia Unión Europea. Sin embargo, si no se analizan objetivamente las causas de lo ocurrido, y se adoptan medidas que impidan su repetición, en poco tiempo estaremos presenciando sinsalidas similares.