Los partidos ¿para qué? | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Diciembre de 2014

En el sótano de las encuestas

Reenfocar la política hacia afuera

 

Los  partidos políticos, tan descaecidos en las encuestas de los últimos tiempos, no se han presentado, durante este año, como lo que deben ser: movilizadores de ideas, factores de opinión y aglutinadores de la voluntad política.

Desde hace ya tiempo, consolidada la Constitución de 1991, el bipartidismo tradicional no es el componente determinante de la política colombiana. El partido Liberal y el Conservador, que durante casi dos decenios encauzaron el flujo republicano y bajo cuya potencia incluso se llegó al punto desgarrador de la “guerra civil no declarada” a mediados del siglo XX, fruto de las adhesiones irrestrictas y el temperamento particular de cada sección, no son ni la sombra de lo que fueron. Existen, ciertamente, elementos que aún concitan viejas causas, seguramente por sus raíces vernáculas casi hasta las épocas del procerato y los jefes que paulatinamente hicieron historia, pero en nada se parecen a las organizaciones que, en principio, se movían por convicción y luego se desenvolvían en las redes de prosélitos.  

 No quiere decir, en lo absoluto, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Se añora, eso sí, el temple que permitía una mayor cantidad de embate nacional pues de los disensos solían, en su momento, darse consensos que generaban avances. Hoy, en cambio, la orientación del país no se presenta bajo esos cánones y es difícil encontrarla en una marea de posiciones amorfas y desdibujadas. Pocas, a no dudarlo, son las ideas que vienen de los partidos, en general ellos se desenvuelven dentro de los criterios de sacar la mejor tajada del Estado y viven y perviven por los pleitos internos. Es decir, existen hacia adentro y desmayan hacia afuera. Y es por ello que la opinión pública parece acostumbrada a prescindir de ellos.

Centenares de personerías jurídicas han surgido y desaparecido en los últimos 25 años. Algunos movimientos llegaron a copar un espacio importante, pero se difuminaron con el correr del tiempo. La atonía frente a los grandes problemas nacionales, la incapacidad para encontrar las respuestas que busca la gente, la poca raigambre en un electorado cada vez más móvil e incierto, las consignas efímeras y la exclusiva aparición en momentos de campaña proselitista, pueden, entre otros, ser los agentes de su inanidad.

Claro que los partidos tienen servidores públicos en todas las áreas que dan piso al sistema democrático, así como candidatos a tutiplén para el evento de turno, pero carecen, en su gran mayoría, de la cosmovisión que les permita presentarse como generadores de opinión y voceros de alguna alternativa precisa. A medias se cumple con el deber de conseguir unos votos, se cacarean los resultados de acuerdo con el monto de sufragios o de dignidades conseguidas, pero ello no representa un cambio de ideas o programas. Se pudo haber elegido a tal o cual para una curul o gobernación, pudo haber sido ese u otro, el resultado es más o menos el mismo. De hecho, los programas no suelen preponderar, muchas veces las propias convenciones si acaso dejan la configuración programática para el final o increíblemente se abstienen de hacerlo, aun si fueron citadas para ello, y en general así se pasa el tiempo entre el personalismo y la antropofagia electoral. Nada más.

Es por eso, cuando se revisan los sondeos más recientes, que los partidos políticos aparecen en el sótano, aún por debajo de la mala imagen que tradicionalmente ha acompañado al Congreso. Es de alguna manera una novedad, puesto que ello no solía ocurrir, de modo que no es sólo que la mayoría de gente se declare independiente, sino que desdice de los partidos como actores válidos de la dinámica política. Esto, por supuesto, impide las certidumbres que, aun dentro de la movilidad que supone el desempeño democrático, son el fiel de la balanza que permite avizorar el futuro de forma predeterminada. En los Estados Unidos, por ejemplo, se sabía de antemano que, de ganar los demócratas o republicanos las elecciones de medio período, las cosas cambiarían en uno u otro sentido. Fue lo que ocurrió, con la victoria republicana, sin sorpresas para nadie.

No se trata, por descontado, de unos partidos energúmenos o levantiscos. De ello tiene suficiente Colombia en el conflicto que ha vivido por décadas, desdoblado precisamente de un pretérito violento, y al que se busca poner fin en las conversaciones que poco a poco toman visos de irreversibilidad. Pero de allí a que los partidos se vuelvan convidados de piedra, producto de la anemia política que los agobia y el desahucio de la opinión pública, debería haber largo trecho.