¿Para dónde va la historia? | El Nuevo Siglo
Miércoles, 14 de Enero de 2015

*Geopolítica actual, fenómeno en ciernes

*Lo que va de Fukuyama a Huttington

El  ritmo vertiginoso en que se ha movido la geopolítica mundial en la última década tiene precedentes en la descolonización posterior a la II Guerra Mundial. Entonces, sorprendidas por la supremacía de Estados Unidos, las devastadas potencias europeas salieron raudamente de los antiguos territorios de su preeminencia, muchas veces dictaminando políticas extrañas a la idiosincrasia del lugar y determinando un nuevo orden en buena parte del globo, especialmente en el Medio y el Lejano Oriente y en la India, con el colofón insoslayable de la Guerra Fría.

Se creyó, por supuesto, que la democracia era el antídoto y para ello Estados Unidos se convirtió en el llamado policía del mundo. El punto focal estaba en la derrota del comunismo que hábilmente había maniobrado en las conferencias de los aliados para quedarse con una porción importante del mapamundi, inclusive cerrando en Europa las compuertas de lo que Winston Churchill llamó la Cortina de Hierro, a poco corroborado con el Muro de Berlín. Fue de algún modo el precio que se pagó por la alianza con la Unión Soviética contra el fascismo. Vinieron entonces las épocas en que se vivía bajo la férula atómica y la eventualidad de una Tercera Guerra Mundial palpitaba cotidianamente en medio del armamentismo nuclear remanente de Hiroshima y Nagasaki.

En el lapso, se creó el Estado de Israel, en la zona palestina, de alguna manera aceptando Occidente las bases teologales aducidas en el semitismo; se produjo el florecimiento chiita musulmán con la revolución del ayatollah Khomeini, refugiado en París, mientras los sunníes fueron generando su propio modo de gobierno en varios de los países árabes; la doctrina del “dominó” produjo Vietnam y Cuba, con consecuencias en las regiones de su influencia; China se afianzó con su propio comunismo inclusive con la rajatabla de la “revolución cultural”; y Afganistán fue uno de los grandes motivos de encuentro bélico entre soviéticos y norteamericanos, engendrando subyacentemente a Osama Bin-Laden.

Entre tanto, el comunismo soviético, fruto de su ineficiencia administrativa, su sin salida política y su inviabilidad económica, se cayó de cuenta propia, sin disparar un solo tiro, ya desgastada de antemano la fórmula aplicada en Hungría y Checoslovaquia. El soplo sereno pero enérgico de Juan Pablo II, el truco de la “guerra de las galaxias” por parte de Ronald Reagan y la valentía de un sindicalista como Lech Walesa, derribaron lo que se demostró carente de cimientos sociales. Al poco tiempo, Francis Fukuyama,  asesor del Departamento de Estado, publicó lo que en el momento se vislumbró como un sugerente y definitivo libro bajo el título del “Fin de la Historia”, es decir, el triunfo absoluto de la democracia y el capitalismo. Buena parte de Occidente se comió el cuento.

Al cambio de milenio el mundo parecía transitar esa vía irremisible, tan solo afectada por atentados esporádicos de un tal grupo Al Qaeda y el acostumbrado incendio en la zona israelí. Hasta que vino el 11-S, en 2001, replicando Estados Unidos no contra su perpetrador, Bin Laden, sino contra Afganistán y luego contra Irak, demoliendo a Sadam Hussein, discípulo de la descolonización. Era no ya el “Fin de la Historia”, de Fukuyama, sino el “Choque de las Civilizaciones” que otro exasesor del Departamento de Estado, Samuel Huttington, había advertido previamente.

¿Pero puede, en verdad, tildarse la actual situación del mundo de “choque de civilizaciones”, dándole semejante preminencia al fundamentalismo islámico? Aceptarlo sería, desde luego, entregar el escenario mundial a los extremismos. Nadie duda, ciertamente, de la gravedad del momento. Los grandísimos presupuestos en seguridad de los Estados Unidos o Francia no pudieron nada contra el 11-S o el 7-E. Igual en Bali, Londres, Madrid, Oslo o tantos otros lugares afectados por atentados auspiciados por Internet, especialmente por el Estado Islámico luego de la debacle de la política en Irak y Siria. La “primavera árabe” quedó en nada, tal vez con la salvedad de Túnez. Por el contrario, muy pocas personas anónimas, con muy escaso entrenamiento militar, han puesto a tambalear al mundo. Con todo y ello, ¿pueden estas acreditarse de autoras de un choque entre civilizaciones? Lo que está faltando a Occidente es una percepción, explicación y asimilación más adecuada de un fenómeno polifacético todavía en ciernes, a pesar de todo, y del que debería confesarse que aún no se tiene la respuesta. Y ese es el temor, ¿Para dónde va la historia?