Peligros de la eutanasia | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Enero de 2015

*Los imitadores de Hitler

*El asesino en cadena

Las gentes mayores y los enfermos en algunas naciones se resisten a ir a los hospitales, así en apariencia estén protegidos por un sistema de salud público o privado. La situación de los adultos mayores que enferman y carecen de familiares que los asistan se torna grave, en cuanto a que en países que se dicen civilizados no faltan médicos y enfermeros que por cuestión de “costos” y de “economía” prefieren suministrarles una inyección letal. Por lo general, esos pacientes solitarios, sin deudos, sin amigos que reclamen por su ausencia, son los predilectos de esa clase de elementos criminales que en la impunidad atentan contra la vida humana. Se dan, incluso, casos en donde estos perversos trabajadores de la salud detectan al enfermo que tiene algunos bienes, le suministran sedantes y lo hacen firmar documentos para apropiarse de su fortuna. Son delincuentes difíciles de descubrir, pues se hacen pasar como benefactores  de los enfermos. Tampoco son notorias sus víctimas, pues se producen en centros asistenciales en los que un alto porcentaje de pacientes pierde la vida. Incluso los documentos que se tramitan para ese tipo de casos apenas si corresponden al burocrático formulismo habitual, razón por la cual no despiertan sospechas.  

Hoy por hoy, mientras crece el índice de natalidad y el metraje de las residencias y apartamentos se reduce, el espacio vital de las familias tiende a producir el arrinconamiento y abandono de los mayores, que en ocasiones, cuando sus allegados no tienen cómo pagar las consultas médicas, terminan recluidos en sus viviendas, esperando una muerte lenta. Los abuelos se resignan a esa  situación, como un mal menor frente al temor de ser llevados a centros hospitalarios en donde no siempre reciben la atención médica adecuada o, incluso, terminan falleciendo por negligencia de sus tratantes. Se han visto casos en donde en épocas de vacaciones algunas parejas jóvenes convienen con sus parientes más viejos que finjan determinada enfermedad para que puedan ser hospitalizados mientras dura el descanso de las primeras. Situaciones, como se dijo, aberrantes.

Tras culminar la II Guerra Mundial, al conocerse de forma más pública los bárbaros métodos aplicados por el nazismo, uno de los que más espantaron a la humanidad fue el de la eutanasia aplicada a los miles de enfermos. El propio Hitler firmó en 1938 una orden que pretendía liberar de investigaciones y castigos penales a los médicos y enfermeros que aplicaran la eutanasia, que en principio se decía buscaba dar una “buena muerte” a los que padecían una enfermedad incurable. Ya en plena guerra la palabra “eutanasia” se extiende a la eliminación de los discapacitados mentales y luego, en una clara licencia criminal, de personas consideradas por los nazis como ‘inferiores’, como ocurrió en los campos de exterminio en que se confinó a millones de judíos y gentes de otras razas, nacionalidades o creencias.

Lo que sorprende es que en la actualidad en países que cuentan con un sistema democrático y que se supone respetan los derechos humanos, la eutanasia se practique a diario y en la mayor impunidad, hasta con la complicidad de familias que dicen ser creyentes y cristianas, pese a que en esta confesión religiosa la vida tiene un origen divino. En ciertos casos para las autoridades sanitarias los enfermos son un simple número, un costo hospitalario, por lo que se cae en la perversidad de hay que dar de baja al paciente o dejarlo morir, antes que invertir en tratamientos médicos y fármacos. Para ciertos tecnócratas sin alma, los seres humanos son simples cifras, números, costos de productividad o de inversión. No caben en esos tecnócratas reflexiones ni criterio humanitarios, por lo que, al final, no se diferencian mucho de los llamados ‘ángeles de la muerte’ de Hitler.

No sorprende que con semejante degradación de la dignidad humana y el derecho a la vida, afloren en las páginas de los diarios noticias sobre enfermeros que se convierten en criminales. Algo así pasó en Alemania, en donde se conoce el caso de Niels H., un enfermero de 38 años que compareció ante un juez por cuanto se le acusaba de matar a tres personas y de dos intentos frustrados de asesinato. Aunque las pruebas incontrastables lo condenaban en estos tres casos, se descubrió que era un pavoroso asesino en cadena, quizá el peor atrapado en los últimos tiempos en ese país europeo, ya que se cuentan por docenas las personas que ultimó ¿Cuantos criminales como ese se esconden bajo el disfraz de benefactores de los enfermos?