* ¿Es la Unidad Nacional para eso?
* Las críticas de Uribe y Gaviria
La campaña por la reelección presidencial inmediata, en Estados Unidos, viene despertando todo tipo de comentarios periodísticos. Cada vez existen más voces que ven negativamente eventos electorales tan largos que distraen tanto al Presidente de sus funciones primordiales como a los competidores, senadores y gobernadores, de sus actividades esenciales. La exposición de los candidatos a los medios y la ventilación de los programas, cuando ello se torna demasiado largo, puede revertirse en desinterés y abotagamiento. Lo que los expertos llaman over exposure.
Lo mismo puede ocurrir en Colombia. Hace un par de días miembros de la Unidad Nacional, que comporta el ochenta por ciento del Congreso y casi la totalidad de partidos existentes, di-jeron que era necesario lanzar el nombre del presidente Juan Manuel Santos a la reelección desde ya. Es decir, introducir su nombre en la campaña presidencial del 2014, apenas a un año y medio de su posesión. Pueden, ciertamente, esas voces ser fruto de buscar acomodamientos dentro de la coalición. Lo cierto, en todo caso, es que la Unidad Nacional tiene una fuerza política descomunal, pero identidades minúsculas. A cada tanto sus miembros se reúnen en la Casa de Nariño, hablan, se toman las fotografías de rigor y sirven de comodín, pero la voz determinan-te, que le da cuerpo y alcance al amorfo organismo, es la del pre-sidente Santos. Entre otras cosas, porque jefe indiscutido de las mayorías nacionales, no sólo hábilmente fue aumentando su nu-trida cauda, sino que la Unidad Nacional le ha servido para im-pulsar o desacelerar proyectos, que es su interés fundamental. Su definición de la coalición ha sido perentoria: una alianza para gobernar y no para ganar. El propósito, según también ha referi-do, es lograr la máxima cantidad de gobernabilidad posible. Que no significa, como en otros tiempos, milimetrías ministeriales o repartijas de poder. Se trata, al contrario, de movilizar ideas y ponerlas en práctica, cosa de la que la Unidad Nacional aún está en deuda, salvo por un par de ellas.
En el país, las coaliciones no son inéditas, sino de uso común ante el otro polo de desarrollo de la política histórica colombiana: las hegemonías. Inclusive se han constitucionalizado y servido para repartir alternativamente el poder, como el Frente Nacional. La que más se asemeja a la del presidente Santos Calderón es la Unión Republicana, de 1910, donde participó su tío, luego mandatario, Eduardo Santos Montejo. Fue una época optimista, bajo la égida de la generación del Centenario en referencia al siglo de Independencia, y tuvo de clímax la reforma constituyente de entonces, uno de cuyos epicentros fue la prohibición de la reelección presidencial inmediata que venía de hacer estragos con Rafael Reyes. No hay duda de que la coalición actual tiene aquellos visos republicanos, con esa salvedad que aún está por definirse luego, por igual, de la reelección de Álvaro Uribe.
Santos, frente al tema, ha guardado cautela, pero la mantiene de opción. Se sabe, de antemano, que de quererlo tendría el camino más que despejado, no sólo porque la figura ya es parte de la Constitución, sino porque nadie dentro de la Unidad Nacio-nal le va a competir, ni puede hacerlo en sana coherencia, y en la oposición no se avizora una alternativa medianamente triunfante. Aún así, hay voces ex presidenciales, en el gobierno pero por fuera de la mesa de Unidad Nacional, que vienen destacándose por su dureza: Uribe en cuanto a la seguridad y César Gaviria por el manejo de la salud. Frente a ello, meter a Santos desde ya en la candela de la reelección puede no ser aconsejable. Es mejor, como él dice, dedicarse a su gestión y después tomar la temperatura de las aguas. Lo contrario, como lo quieren extemporáneamente algunos miembros de la Unidad Nacional, es cambiar la naturaleza, no para gobernar sino para ganar, en momentos en que ni siquiera hay escenario para ello.