Reto de alta política | El Nuevo Siglo
Lunes, 6 de Abril de 2015

Colombia y la Cumbre de las Américas

Repontenciar nuestro liderazgo diplomático

 

La Cumbre de las Américas a realizarse en pocos días en Panamá es sin duda todo un reto geopolítico para Colombia. La cita de la más de una treintena de países del continente está marcada por varias coyunturas políticas, económicas y sociales de primer orden. De un lado la expectativa central gira en torno de la presencia de Cuba y el ambiente de positivismo que rodea las complejas negociaciones con Estados Unidos para superar medio siglo de rompimiento y embargo. Las tratativas si bien apenas avanzan en sus primeras etapas y aún no se ve muy cerca la posibilidad de reapertura de embajadas y menos del fin del bloqueo económico a la isla, constituye el principal desafío geopolítico del hemisferio occidental y es seguro que el espaldarazo que todos los presidentes y jefes de gobierno americanos le darán al proceso será un empujón definitivo para afrontar los temas aún pendientes, en especial los relacionados con libertades democráticas y respeto por los derechos humanos por parte del régimen castrista.

El segundo gran tema que concentrará la atención del conclave continental tiene que ver con la alta tensión entre los gobiernos de Barack Obama y Nicolás Maduro, derivada de las sanciones impuestas por Washington a varios altos funcionarios del vecino país por su presunta responsabilidad en casos de violación de derechos humanos y la declaratoria de Venezuela como una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Si bien es cierto que después de ello no se han producido mayores escarceos políticos y diplomáticos, más allá de la beligerancia verbal de Caracas, es evidente que la decisión de la Casa Blanca no cayó bien en el entorno latinoamericano, pues aunque no se desconoce la gravedad de la crisis en Venezuela se consideró excesiva la declaratoria de ese país como una amenaza a la seguridad nacional de EE.UU. Es claro que Washington tomó nota ya de las reservas expresadas tanto por la Unasur como en el seno de la OEA y deberá maniobrar haciendo gala de la más alta política en Panamá para evitar que el Gobierno Maduro aproveche la solidaridad latinoamericana para minimizar las críticas a la manera represiva con que está ahogando a la oposición en su país.

De otro lado hay crisis de menor calibre que no por ello se pueden desconocer como el enfrentamiento diplomático entre Chile y Perú por un caso de presunto espionaje o el tema aún incierto del impacto que tendría la posible construcción de un canal interoceánico en Nicaragua.

Es en medio de ese escenario en que Colombia debe saber moverse no solo para lograr un respaldo, más allá del reiterado en anteriores cumbres, concreto y definitivo para el proceso de paz, sino que la ocasión se presenta sin igual para poder volver a dimensionar a Colombia en un papel de liderazgo geopolítico determinante. Tanto en el caso de las negociaciones entre Washington y La Habana, y aún más en la búsqueda de un camino de distensión entre los gobiernos Obama y Maduro la Cancillería de nuestro país puede jugar un rol más activo y jalonar consensos o, al menos, instancias que permitan superar o morigerar las tensiones y complejidades.

Debería ser Colombia, ahora que hay cambio de mando en la OEA, punta de lanza para acelerar la reforma del ente continental y repotenciarlo de forma tal que recupere su capacidad de liderazgo y convocatoria, cuyo debilitamiento en las últimas dos décadas dio origen al surgimiento de otras instancias y bloques subregionales en donde, a decir verdad, debido a la marcada polarización geopolítica Bogotá no tiene el mismo margen de maniobra.

Como se ve hay dos formas de asumir lo que será la próxima cumbre de las Américas. Una es aquella en que se asiste al conclave como una mera formalidad protocolaria y discursiva, de la que no se esperan mayores resultados concretos ni trascendentales. Y la otra es asumir la cumbre como lo que debe ser, un reto geopolítico de alta exigencia en donde Colombia no debe contentarse con lograr un espaldarazo al proceso de paz, algo que ya se da por descontado, sino que tiene que buscarse una cualificación más eficiente de ese apoyo continental. Y a ello tendría que sumarse que en la cita en el país del Istmo el Gobierno colombiano tiene una oportunidad de oro para ejercer un papel de liderazgo y dinamismo diplomático que sea efectivo y útil para superar o morigerar las crisis coyunturales en el hemisferio.