Reto económico brasileño | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Enero de 2015

El talón de Aquiles populista

Guerra contra la corrupción

 

 

"¡Es  la economía, estúpido!”. Se le atribuye la génesis política de esta dura frase a la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992. Pero lo cierto es que desde tiempos inmemoriales la economía ha estado ligada de manera indisoluble a las sucesivas crisis políticas, como lo demuestra la interpretación bíblica del sueño de un faraón sobre las vacas gordas y las vacas flacas, que visualiza así las curvas del comportamiento de la economía, más aún en países productores de granos como Egipto que, en ese entonces, estaba sujeto al efecto de las plagas, lluvias torrenciales o el comportamiento del Nilo. Carlos Marx, crítico del capitalismo, no se ocupó en describir cómo sería el paraíso comunista, por lo mismo no alcanzó a predecir que los regímenes socialistas también dependían para subsistir en el  tiempo del vaivén del comportamiento de las finanzas públicas. Eso explica la caída estruendosa del dictador comunista de Rumania Nicolae Ceauşescu y su esposa, pues al colapsar la economía del pequeño país y extenderse la hambruna, no consiguió contener por la fuerza las protestas y, al final, las bayonetas de los soldados se volvieron en su contra hasta ser detenido y  ejecutado en el interior de un blindado en 1989 por los mismos oficiales del ejército que por años habían sido sus represores sumisos y crueles. Por la misma fecha, y por causas similares, se desplomó la Unión Soviética. La competencia económica, tecnológica y productiva entre el capitalismo y el comunismo la ganó de lejos Estados Unidos.

Hoy por hoy no estamos en Hispanoamérica frente a regímenes de tipo comunista, ni siquiera en Cuba. Pero es claro que el “socialismo del siglo XXI” no se diferencia mucho de los viejos populismos de distinto signo, que se fundamentan en el reparto a sus parciales de ayudas y bonos estatales a cambio de votos. La diferencia estriba en que los grandes ideólogos comunistas, Marx y Engels, sostenían que se debería llegar al poder por la vía de las armas y la revolución, al desconfiar de la capacidad de sacrificio de las masas o de que éstas los  favorecieran con su voto para instaurar un régimen dictatorial. El “socialismo del siglo XXI”, aupado por el comandante Fidel Castro y Hugo Chávez, entendió que era posible vender la fórmula de propiciar la llegada al poder de una nueva izquierda con la consigna de repartir la riqueza y favorecer a los más. Algo similar a lo que en tiempos remotos en Roma prometían los hermanos Gracos, incluyendo la reforma agraria.

Pero, en realidad, no se puede hablar de revolución socialista en Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia o Ecuador, sino apenas de grados de social-populismo. Casi todos estos países dependen de la exportación de hidrocarburos, en menor nivel Argentina que, como Chile, importa gas. En Brasil se llegó a hablar del milagro económico de Lula, que en realidad se debía a que tuvo el talento político de seguir el esquema de Fernando Henrique Cardoso, verdadero  impulsor del nuevo desarrollo en ese país, al entregar el manejo de las finanzas a los sectores conservadores y no populistas. Ello mientras a contrapelo de ese arreglo político se estimulaban los negociados con los grandes contratos en Petrobras para financiar clandestinamente el aparato electoral. Desde que el entonces candidato Aécio Neves denunció el contubernio entre los políticos corruptos y los ejecutivos de la compañía estatal, la sociedad vive en suspenso por el descubrimiento de más funcionarios y políticos implicados en el escándalo. La operación “Lava Jato” le ha costado ir a prisión a varios directivos  de Petrobras, lo mismo que provocado un creciente desprestigio del Gobierno. Incluso la presidenta Rousseff declaró que para nombrar gabinete en su nuevo mandato consultaría primero a la Fiscalía, dado que varios de sus principales lugartenientes estaban siendo salpicados por la trama de negocios ilícitos. En días pasados de manera espectacular se movilizaron 300 agentes en seis Estados brasileños, con el apoyo de 50 funcionarios de la Hacienda Federal, para ejecutar 85 órdenes de captura. Fueron arrestados 17 ejecutivos, entre ellos los presidentes de tres de las constructoras más poderosas de ese país: José Aldemario Pinheiro Filho, de OAS; Ildefonso Colares Filho, de Queiroz Galvao; y Dalton dos Santos Avancini, de Camargo Correa.

Entre tanto la sequía que se vive en Rio de Janeiro y en Sao Paulo lleva a una guerra por el agua entre dos de las más grandes ciudades del país, debido a que las autoridades de la segunda de esas urbes resolvieron desviar un río para quedársela, lo que desató la ira colectiva en la primera, que vive una de las peores crisis por la escasez del preciado líquido.