Todos somos Charlie | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Enero de 2015

*Sentido y función de la caricatura

*Choque de civilizaciones?

EL  mundo ha quedado atónito por el impacto en la conciencia colectiva del feroz ataque terrorista contra el semanario satírico Charlie Hebdo, uno de los más populares de Francia. Acción deliberada para eliminar a los representantes por excelencia del pensamiento crítico y el inconformismo, como lo son los caricaturistas. Un golpe certero en París, la ciudad por excelencia del amor, la libertad y el pensamiento sin fronteras. Un golpe para acallar a reconocidos representantes del ejercicio de la libertad de expresión por medio del dibujo y los textos cortos y sibilinos. Las víctimas vivían amenazadas por desquiciados y grupos integristas que sabían que un eventual acto terrorista contra la revista sacudiría a Europa y al globo, sin necesidad de eliminar a tantos inocentes, como en Nueva York el 11 de septiembre de 2011, cuando radicales  estrellaron dos aviones comerciales contra las Torres Gemelas de World Trade Center.

Frente a un caricaturista de talento, hasta los grandes hombres tiemblan, puesto que abominan hacer el ridículo. París es una urbe refinada de inteligencia y arte, mas no todos los que viven allí tienen el mismo concepto de la cultura, ese que les permite respetar y aun  disfrutar de la caricatura que destaca sus defectos, descubre su ambición desbordada, ataca lo grotesco y aun la infamia o la cursilería de algunos seres solemnes que se dedican a la política, cuando apenas son miopes burócratas. A contrapelo de ese ejercicio máximo de la libertad de prensa y opinión subsiste una contracultura, conformada por elementos que, hacinados en guetos en los que se percibe el olor a pólvora, profesan credos antagónicos al sistema occidental, heredan rencores muy antiguos de generación en generación, pese a que sus padres emigraron a Francia por cuenta de la guerra colonial o ellos mismos fueron expulsados de su terruño natal y se sienten desplazados.

Vivimos el choque de civilizaciones en un mundo globalizado, en el cual persisten hondas de divisiones, antipatías instintivas y rivalidades que, de improviso, catapultan a seres anónimos a reacciones de pavorosa violencia contra los inocentes, bajo la tesis de que el enemigo es el otro.

Los caricaturistas inmolados en París ejercían una profesión que aplaude el fino juego de palabras, la ironía, el dibujo que plasma para siempre el lado ridículo de los famosos, puesto que se valen de cabezas, ojos, orejas, nariz y otras situaciones y aspectos que singularizan al protagonista, para exagerar sus defectos, hacer reír y pensar. En Francia ello siempre ha sido normal, es una forma de lucha política de la inteligencia. El general De Gaulle, por su estatura y nariz, como por sus ademanes de grandeza, era blanco de impiadosas sátiras de los dibujantes. Él lo tomaba con filosofía democrática y paciencia, puesto que sabía que debía cargar con la cruz de Lorena y la incomprensión de los sarcásticos dibujantes. Pero no ocurre lo mismo entre aquellos seres que han vivido o madurado fuera de Francia y su cultura libertaria, que fueron educados bajo severas y estrictas enseñanzas en donde, desde hace muchos siglos, se predica castigar el enemigo sin piedad. En ese escenario radical y alucinante no cabe el caricaturista, ni el crítico en prosa de los diarios. Una actitud extremista que difiere de las mayorías de islamistas sosegados y que respetan la ley.

La caricatura es tan antigua como el hombre en sociedad, se expande cuando aparece el papel y se garabatean imágenes alusivas a  personas conocidas. El artista desarrolla la capacidad de captar el ridículo, lo grotesco y divertido de sí mismo y de los semejantes. Los tópicos de los caricaturistas suelen ser  los mismos, ligados a las pasiones del momento, las celebridades, las luchas sociales… Para la contracultura de los “foráneos” que viven en un país y profesan creencias y sentimientos antagónicos reprimidos, los cuales consideran ofendidos al ver a sus símbolos religiosos y culturales satirizados, el ejercicio de la libertad de prensa y expresión les genera un choque invencible de sentimientos, de patología destructiva, que suelen ir acompañados de una rabia contenida que estalla bajo cualquier pretexto, en especial cuando se asume la acción delictiva en el contexto de un concepto desviado de “guerra santa”.

Hechos como los de París deben llevar a la reflexión sobre la herida abierta de la humanidad por cuenta de los antagonismos inevitables en campos como el religioso, político y económico, que están sin resolver.