Vicepresidente, clave | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Febrero de 2014

*Se necesitan pesos pesados

*De la vocación de poder a la vocación de futuro

 

Llegó  el momento de que la vicepresidencia de la República deje de ser una figura decorativa. Al menos así la han calificado los analistas y constitucionalistas desde que entró en vigencia la Carta de 1991. Las circunstancias nacionales exigen para todos los candidatos presidenciales, figuras vicepresidenciales de su misma talla, con la mayor experticia y sintonía con los actuales anhelos colombianos. De la selección que de ello hagan se demostrará si la vicepresidencia es apenas una esporádica carta electoral o si en realidad están concentrados en los intereses del país. Y ello servirá, también, para evaluar si el vicepresidente  es meramente coyuntural, un poco al garete de los requerimientos tácticos momentáneos, o en verdad es una ficha clave en la estructura estratégica del programa y el desenvolvimiento gubernamental próximo. Un vicepresidente que sepa acompañar las reformas indispensables, que tenga capacidad ejecutiva para mover el aparato paquidérmico del Estado y que también sirva para representar a Colombia en el exterior, lo mismo que sea símbolo de liderazgo y credibilidad.

Colombia ciertamente se encuentra en un punto de inflexión para abocar el desarrollo con equidad social, la paz con autoridad después de 50 años de depredación y un modelo económico sostenible, fiscal y ambientalmente.

Estando el país en semejante trance, donde por fin puede dar el salto hacia el progreso, superando la pobreza y creando empleo, son demasiados los frentes que atender. De allí, precisamente, que hoy lo más importante, nacionalmente hablando, no sea lo que llaman vocación de poder, sino vocación de futuro. Y en ese sentido es indispensable, sustancial y determinante esa figura vicepresidencial que ayude a marcar el pulso de orientación del país hacia los propósitos nacionales señalados,  como elemento esencial de las alianzas gubernamentales. 

No existe hoy, en manera alguna, campo para los denominados gobiernos de partido que hace tiempo han venido quedando atrás en el mundo. Caso concreto, por ejemplo, los conservadores  ingleses o alemanes donde los segundos de a bordo del gobierno pertenecen a partidos diferentes y son parte básica de la alianza gubernamental con tories o demócratas cristianos. En el caso colombiano es indudable que lo ideal es la combinación de la paz y la justicia social con una fórmula de orden y autoridad.

Indudablemente, el tiquete de presidente y vicepresidente debe enviar, ante todo, una señal clara y contundente al país. Desde el punto de vista electoral, lo que Colombia pide, en medio del ascenso temporal del voto en blanco, son posturas que señalen derroteros puntuales y definitivos. Hoy es claro, por ejemplo, que la Nación ha pasado de la seguridad democrática a las necesidades de la seguridad ciudadana. Sin duda pueden reclamarse éxitos en los últimos tres años en la contundente baja del homicidio, la eliminación paulatina del secuestro y  la disminución sustancial de los cultivos ilícitos, entre otros, pero se da la necesidad de atacar las ollas urbanas, el robo de celulares y los delitos de menor impacto de una manera más estructurada. El tema ahí es la autoridad y su aplicación, antes que los modelos que después se hayan de seguir.

Igualmente, el gobierno actual ha cumplido con creces con recuperar la confianza inversionista al punto de duplicar la inversión extranjera. Ello permitió, en tan corto lapso,  mejorar la cohesión social, creando dos millones y medio de empleos, no sólo nuevos sino de buena calidad, y sacar a 2.600.000 mil colombianos de los índices de pobreza.  Así ha venido ocurriendo también con el programa de vivienda para los menos privilegiados, la educación gratuita hasta el último grado de bachillerato, la inclusión digital hasta las más apartadas regiones del país y la incorporación de millones de personas a los servicios de agua potable.

No puede ser pues la selección del vicepresidente un tema accidental y secreto. Ya no hay tiempo de improvisar fórmulas para sacar del cubilete, sin que ello no responda a hechos concretos. Mucha de la abulia que se tiene en la actual campaña presidencial se refiere a los globos que se hacen y se deshacen en un abrir y cerrar de ojos.  En los Estados Unidos, donde la figura del vicepresidente inspira respeto y autoridad, la fórmula Obama-Biden, siendo de tendencias tan diferentes dentro del centrismo, ha resultado un éxito y paulatinamente ha logrado aislar y derrotar los extremismos, tanto en el partido demócrata como en el republicano, que se habían dedicado a jugar con candela. 

La reinstitucionalización colombiana pasa tanto por el nombramiento de un vicepresidente de suma categoría como por  la estructuración de una vicepresidencia  activa y orientada.