Después de 59 años le toca a Díaz-Canel en Cuba | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Miércoles, 18 de Abril de 2018
Pablo Uribe Ruan
Por dos días, la Asamblea Nacional de Cuba se reunirá para elegir al sucesor de Raúl Castro, que le entregará el poder a Miguel Díaz-Canel, un hombre más joven que “la Revolución”. La transformación del sistema, sin embargo, se toma con recato, ante la inminente presencia decisoria del hasta hoy máximo líder

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LOS CUBANOS, absortos frente al paso del tiempo, que –dicen- se ha paralizado, hoy se enfrentan a un evento que puede traer la transformación del modelo comunista que ha gobernado la isla desde hace 59 años. El apellido Castro (de Fidel y Raúl) ya no será, por más que se perpetúe en los libros, el que gobierne el Consejo de Estado. Obligado por la edad, que sí pasa, Raúl ha decidido retirarse, sin dejar a un Castro como sucesor; la paradoja de un régimen sustentado en la sangre.

La historia reciente de Cuba, después de Martí, de Batista y la fiesta en “el Zombie Club”, no tiene otra línea narrativa distinta a la que una familia construyó, liderada por dos hermanos. Aquella que, después de imponer un modelo y vivir bajo constante amenaza, creó su propia lengua, su propio dialecto, que ellos llaman Revolución y otros califican de dictadura.

Sea cuál sea, el apellido Castro es a Cuba lo que, sin opciones de éxito por la agonía del modelo, intenta hacer el chavismo en Venezuela. No se puede pensar, sobre todo en términos lingüísticos, en una Cuba sin “Fidel”. Al menos así ha sido para tres generaciones nacidas después de los años 50. “Comprendamos la sinonimia que el poder nos ha vendido. Fidel es la Revolución. Fidel es la Patria. Fidel es la Nación”, dice Carlos Manuel Álvarez –periodista cubano-.

Se pensó, ingenuamente, que en 2016, cuando murió Fidel Castro, Cuba entraría finalmente en la transición a la democracia. Pero esta lectura, lejos de ser asertiva, fue un cálculo errado. “Raúl fue incorporado, política y simbólicamente, a la figura y el legado de Fidel, hasta el punto de perder su propia personalidad histórica”, escribe, en El Estornudo (medio independiente cubano), Juan Orlando Pérez. Es, en esencia, un epílogo de éste, una extensión asimétrica, que, sin embargo, tiene algo diferente.

“Fidel es un genio, pero Raúl es el más cubano de los dos. ¡Es candela, chico!”, alguna vez le dijo un funcionario del régimen a Román Orozco, periodista español. Lo es, aunque la imagen de su hermano, tan imponente como su estatura, ha marcado sus doce años de gobierno, que culminan hoy.

AFP

Qué se decide, chico

Primero, para tener opción de ser presidente del Consejo de Estado en Cuba, es necesario ser elegido diputado de la Asamblea Nacional, que eligió a sus miembros el 11 de marzo. El sucesor de Raúl, que aparentemente vendría por una línea heredera distinta a la de los 605 diputados que conforman el Buró, defenderá, como lo han hecho los Castro, el carácter democrático de este proceso.

La preselección de los candidatos a diputados se da, a partir de 1992, a través de unas comisiones de candidaturas, establecidas en cada municipio. Una por una, sin vacile, incluye a gremios, estudiantes, organizaciones sociales que deciden quiénes serán los posibles diputados. Hoy, más gente está incluida en el proceso y, para el año en que se estableció este mecanismo, ya se decía que “80.000 asambleas tuvieron lugar en 45.585 municipios”.

Tanta gente, involucrada en el esquema de participación sectorial, ha legitimado al gobierno cubano para decir que sí es democrático. Los opositores, sin embargo, exigen -y esperaban que así fuera el 26 de noviembre cuando inició el proceso- que la Comisión Nacional Electoral de la isla le diera paso, como le llaman algunos, a un “autoritarismo competitivo”. No es otra cosa que permitir que la oposición participe en las elecciones.

No ocurrió, como se esperaba. De ahí que el nivel de optimismo, oscurecido por las tensas relaciones con Washington y el autoritarismo de Venezuela, se venga al piso, aunque haya motivos para rescatar la esperanza de, al menos, participar en elecciones con la oposición.

En un intento por mostrar una nueva cara, el modelo post Fidel ha aprobado el “voto total”, un espejo, circundante por el Parlamento de la Habana (cerrado, desde 1959), que busca incluir a más gente en el proceso democrático, que piensa y ve, de alguna manera, las cosas igual, ante la no presencia de las minorías o la oposición.

Esto, quizá, tiene una explicación histórica, que va más allá de los Castro. La idea del partido único, supuestamente heredada de la Unión Soviética, viene de más atrás, como el mismo “Fidel” aclaró en un discurso: “Bajo la guía de Martí se organizó un partido para dirigir la Revolución. Un solo partido revolucionario. El partido fue concebido como “un partido de frente único””.

Libertador de Cuba, José Martí creyó que la única manera de liberarse del “yugo español” era estableciendo, lo que 60 años después, repetiría Fidel Castro: un partido único, un líder único, una idea única; la unicidad impuesta como ideal político.

Muchos, en casi 60 años de “Revolución”, no han creído en este llamado a la acción. No porque carezca de discurso, sino porque, en el transcurso de éste, han buscado eliminar a quienes no lo comparten.

Según Juan Orlando Pérez, los cubanos han dejado a un lado lo que los venezolanos, fungidos por el hastío de la retórica mentirosa, mantienen: repudiar, luchar contras los gases y el régimen.  “La sociedad cubana no ha vuelto, seriamente, a plantarle cara al Estado desde el 5 de agosto de 1994, cuando los rufianes de Centro Habana, oyendo que venía el Comandante a parar la revuelta, dejaron caer las piedras que tenían en las manos y comenzaron a gritar estentóreos vivafideles”.

Pero no se sabe si sea por falta de coraje o por un sueño, incumplido para muchos, del que se empiezan a despertar. La vocación de permanencia del régimen, en un mundo globalizado, aunque enfrentado a la crisis del liberalismo, puede ser alta o baja. Pero, al menos, está sujeta a una nueva cara, que puede abrir un poco el modelo.

Por ahora, nada de eso se ha visto. Ayer las autoridades cubanas detuvieron a José Díaz, Elías Sánchez y Mario Hernández Leyva, líder de la plataforma #Otro 18, que agrupa la mayoría de opositores de la isla. Como ellos, miembros del partido “Arco Progresista” también han sido detenidos en los últimos días. Silenciando a sus detractores, Raúl Castro hace pensar que, pese al afán de cambio, hoy, 19 de abril, todo marchará igual que en los últimos 59 años: con banderas de Cuba hondeadas por niños vestidos de blanco que caminan al lado de la imagen de su hermano, Fidel, mientras que los opositores, que intentan llegar al Buró donde se decide el sucesor de Raúl, son detenidos.

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¿Inicia la transición?

No es un hecho menor. Es, quizá, lo más importante que ha pasado en Cuba desde que murió Fidel Castro. La llegada al poder de Miguel Díaz- Canel, un hombre que nació un año después que “la Revolución”, puede representar un cambio empujado por lo desconocido, ese mundo previo que él nunca vivió y que el régimen al que ha pertenecido ha llamado “injusto”.

Las cosas, aparentemente, no son como antes. Empezando, por ejemplo, con el lenguaje. En un discurso, en pleno concierto de Silvio Rodríguez, cuyos invitados eran los cincos agentes cubanos canjeados por Estados Unidos, uno de ellos dijo: “Viva la Revolución”. El público, aburrido de la mística retórica del régimen comunista, se quedó callado, sin ánimo de aplaudir lo que ha oído desde que nació. Ya esta consigna no le provoca más que un largo bostezo.

Absorto, el cubano de ahora entiende las ventajas del sistema: educación, salud, mortalidad infantil baja, pero quiere experimentar la libertad política que no ha tenido. Entonces, empieza por rechazar aquel discurso bajo el cual se ha cimentado un régimen cuyo líder hacía un uso decimonónico del verbo.

Esa, por lo visto, es la mejor manera de rechazar algo: dejando de usar una palabra, rechazándola; hay algunos que prefieren, cuando no les apetece algo, referirse a lo “innombrable”. Acá, pasa algo así. Un rechazo por la vieja retórica que intenta acomodarse al presente haciendo un uso categórico de figuras lingüistas del pasado.

“En la mesa redonda (el programa por antonomasia del oficialismo cubano) los mismo voceros que una semana antes hablaban de “imperio” para referirse a Estados Unidos, hoy, con una ecuanimidad que raya en el descaro, hablan de “vecino”, escribe Álvarez.

Inmóviles

Ligüísticamente es claro que Cuba habla más en clave discursiva reguetonera que en un bolero revolucionario, pero sus líderes, en especial Díaz-Canel, no se sabe cómo hablan. Con ese hermetismo típico del régimen, el sucesor de Raúl es un incógnito cuyo pelo  -lo único notable-, parece un copo blanco.

Desde donde esté, Raúl Castro va a dirigir cada una de sus decisiones, lo que hace difícil la “transición del poder”. En este caso, como ocurre en el resto de Latinoamérica -pero en potencia-, hay una nueva cara que no es más que eso: una imagen.

Según la directora ejecutiva y abogada de la organización defensora de derechos humanos Cubalex, Laritza Diversent, en declaraciones a la AFP: “No tiene sentido negar que será un cambio; sin embargo, no es fundamental. La elección de la jefatura del Estado sigue estando aún en la mano de la cúpula política que encabeza y dirige la familia Castro. No hay por qué negar que es la de más poder dentro de Cuba”.

Parece cuestión de años. Raúl Castro ya roza los noventa. Detrás de Boris Yeltsin venía un Mijael Gorbachov; detrás de Carrero Blanco estaba Adolfo Suárez. ¿Es, Díaz-Canel, como uno de ellos?

La experiencia dice que al cabo de un tiempo los burós –ese selectivo grupo de notables comunistas- se atomizan. Nicolae Ceauşescu, en Rumania, luchó contra Gheorghe Apóstol, hasta que el pueblo lo sacó corriendo, mientras daba un discurso recordando el pasado.

Algo, después de 59 años, se transforma. Se empieza por un aspecto importante: el apellido. Y, termina, quién vaya a saber, con Díaz-Canel vestido de demócrata.