TIENE 83 años, una familia que va por la tercera generación y que asentó desde hace décadas en un kibutz agrícola llamado Netiv Haassara y hasta hace dos semanas su terrible experiencia personal de la Segunda Guerra Mundial estaba enterrada en lo más recóndito de su memoria. Pero en cuestión de segundos, el letal ataque de Hamás a territorio israelí no sólo revivió ese horror mundial, sino que le hizo temer que era el último día de su vida.
Cuando era niño, Yaakov Weissmann vivió escondido en Francia durante el genocidio perpetrado por los nazis y sus colaboradores contra los judíos europeos. Este 7 de octubre, volvió a escapar de la muerte, esta vez de manos de los milicianos palestinos de Hamás.
Dos semanas después de este sorpresivo y mortífero ataque de esa organización terrorista, este agricultor jubilado habla de la "tristeza" y la "ira" que siente al pensar en los 20 muertos del asentamiento agrícola donde vivió hasta ese fatal día. A todos los conocía.
"¿Cómo pudo verse sorprendido a nuestro famoso ejército", se pregunta.
El primer sábado de este mes, coincidiendo con el final de la fiesta judía de Sucot, cientos de combatientes de Hamás se infiltraron en Israel por tierra y aire desde la Franja de Gaza.
Más de 1.400 personas murieron en este asalto, que conmocionó al país, mientras que los bombardeos israelíes efectuados en represalia en Gaza han dejado por el momento más de tres mil muertos, según las autoridades de Hamás, que gobierna este enclave palestino desde 2007.
Yaakov Weissmann, nacido en Francia en 1940, asegura que ese demencial ataque le refrescó los recuerdos de su infancia: el Holocausto.
Sus padres polacos huyeron de los pogromos en su tierra natal para instalarse en Francia en 1933, si bien su padre fue luego detenido en 1944 y deportado al campo de exterminio de Auschwitz, donde fueron asesinadas 1,1 millones de personas, en su gran mayoría. judíos.
Yaakov vivió escondido con su hermana en un pueblo cerca de Lyon, acogidos por una familia no judía, que fingió que eran sus sobrinos.
A menos de 500 metros de Gaza
En 1959, Weissmann se instaló en Israel, en un kibutz cerca de la frontera jordana, con la voluntad de "hacer revivir la tierra". Luego partió al Sinaí egipcio, ocupado por Israel tras la guerra de 1967, donde fue más adelante uno de los fundadores de un asentamiento agrícola llamado Netiv Haassara.
Evacuados en 1982 por Israel en el marco de los acuerdos de paz con Egipto, Weissmann se instaló con su familia a menos de 500 metros de la Franja de Gaza, y reconstruyeron su pueblo, del que conservaron el nombre.
Desde 2005 y la retirada unilateral israelí de Gaza después de 38 años de ocupación, su pueblo de 800 habitantes se ha acostumbrado a los disparos de cohetes de grupos armados palestinos ya las sirenas de alarma.
El 7 de octubre por la mañana, ante el asalto de Hamás, se metió con su mujer en su refugio armado con un revólver. Poco después escuchó el ruido de las metralletas. Estuvo atento e inmóvil empuñando su arma para defenderse y temiendo que fuera su fin.
En otras localidades, los civiles no pudieron escapar a los comandos de Hamás, que los mataron o secuestraron, a pesar de los refugios.
Al salir de su refugio, Yaakov Weissmann descubrió aliviado que sus hijos, sus nietos y sus dos bisnietas, 23 descendientes que viven todos en el pueblo, estaban sanos y salvos.
Realojado en una casa de jubilados en Modiin, en el centro de Israel, cuenta que para "vengarse" de los nazis decidió "fundar una familia y seguir viviendo".
Se niega a comparar a Hamás con el régimen nazi, como hacen algunos israelíes, pero tiene claro que los responsables de la masacre en suelo israelí deben "pagar".
"Hay que hacer lo que se anunció, eliminar del mapa a Hamás", afirma Weissmann, quien agrega que quiere con su esposa “volver a Netiv Haassara cuando sea seguro”, pero reconoce 1ue sus hijas no desean lo mismo y “eso lo entiendo”.
“Vinieron a asesinar”
A kilómetros de allí, otros dos sobrevivientes dan su testimonio al regresar a sus respectivos kibutz a recoger algunas de sus pertenencias, así como la de algunos vecinos que entre el dolor y la rabia no quieren ver -por ahora- lo que quedó de sus casas y comunidades.
En el kibutz Nir Oz, Ron Bahat inspecciona los daños ocurridos en su devastada comunidad agrícola, cerca de la frontera con Gaza. Se estima que el 25% de los 400 sus residentes murieron, fueron secuestrados o desaparecieron en el ataque del 7-S.
Bahat, de 57 años, afirma que el número final de muertos sigue siendo difícil de determinar, ya que se siguen descubriendo cadáveres y otros están a la espera de ser identificados.
Señala una casa, donde un día antes se recuperaron los cadáveres de una mujer y su nieto. "Había mucha sangre, estaban en la 'habitación refugio'. Vinieron a asesinar", asegura refiriéndose a los milicianos.
Este hombre logró sobrevivir junto con su familia manteniendo atrincherada la "habitación refugio" de su casa durante más de ocho horas, a pesar de los repetidos intentos de los milicianos de derribar la puerta.
En otras casas los milicianos utilizaron granadas para entrar, cuenta.
El jefe de seguridad de la comunidad, Shachar Butler, fue uno de los pocos que regresaron, en parte para enterrar a uno de sus amigos. Recordando el ataque, relata haber visto a más de una docena de hombres armados cruzar su patio después de que una alarma alertara a los residentes.
Los milicianos dispararon y lanzaron granadas contra su casa, precisa. "Cada vez que alguien intentaba tocar mi ventana, le disparaba", explica el hombre de 40 años y detalla que "la gente que salía era secuestrada, asesinada, ejecutada o masacrada".
Butler calcula que hasta 200 milicianos atacaron el kibutz, entrando casa por casa.
A escasos kilómetros de allí, Amnon Tal vuelve a su kibutz en ruinas para recuperar lo que pueda. "Vamos donde la familia Fakter; tengo que recuperar sus cosas, voy a llamarlos", dijo conduciendo a toda velocidad en medio de escombros ennegrecidos.
Hablando por teléfono con su vecina, Amnon Tal pasa por la sala devastada por los combates, mira el cuarto de los niños y recupera en un armario tarjetas de celebración y un poco de dinero en efectivo. En el cofre de su vehículo ya lleva el retrato enmarcado de un vecino, descolgado de su sala, para ser colocado en su ataúd.
"Las personas que hicieron esto no son humanos, son animales, mataron sin problema, como para divertirse", dice.
Frente a su casa, el aviso "Familia Tal" está tirado sobre el prado. Amnón, el padre de familia, un indio de origen israelí que trabaja en la fábrica de plástico local, señala: "Mire allá, dispararon desde la ventana con kalachnikov".
Durante el ataque, Amnón se refugió con su hijo en el búnker anticohetes de la casa. Un cuarto reforzado con una puerta ciega que se abre desgraciadamente desde el interior y el exterior.
Sus armas: un cuchillo y una profunda fe en Dios