Es indudable que las urgencias que impone el coronavirus han conllevado cambios importantes en el escenario internacional, ámbito donde se dirimen los intereses y las estrategias de las diferentes potencias. Los temas controversiales incluyen posiciones desde hegemonía política hasta nexos comerciales actuales y en perspectiva.
Entre estos últimos se incluyen: la dotación energética entre Rusia-Europa, la “nueva ruta de la seda” promovida por China, además de las inversiones, investigación y compras aceleradas, en relación con la potencial vacuna contra el Covid-19.
Un rasgo que es llamativo desde una primera instancia de análisis y que al parecer ha sido exacerbado por la pandemia, es el creciente aislamiento de Estados Unidos. Es difícil caracterizar la actual política internacional desde Washington moviéndose entre la poca cohesión de medidas, hasta las imprevisiones. Situación que en nada ayuda a la fijación de una agenda internacional. A eso se agrega el desgaste del multilateralismo que Donald Trump promueve a punta de twitts y disposiciones sorprendentes.
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Ante ese vacío que va dejando Washington es evidente que China mueve piezas, asesores e inversiones con un mayor sentido de previsión y con perspectivas de largo plazo. Eso hace que los planes sean más coherentes que aquellos que se originan desde Bruselas. Parte de ello son las iniciativas que la propia China coordina con la Rusia actual de Putin.
Desde esa óptica, el gigante asiático parece irse asegurando un aprovisionamiento notable de materias primas y de mercados, ya sea que estos se encuentren en la región meridional o septentrional de Asía, de África o bien de América Latina. El mismo Estados Unidos no se libra de esta influencia, toda vez que incluso inversiones estadounidenses llevan a cabo procesos productivos en China, aunque luego, las cadenas de ensamble lleven piezas para terminar productos a México, Centroamérica o Europa del Este.
A todo esto, es de notar que mientras la potencia asiática se precia de haber superado la pandemia, Europa -España en particular- está siendo víctima de rebrotes. Y en Estados Unidos, el escenario es tan dantesco que, lamentablemente, ya no parecen ser noticia en ese país, los más de 190,000 muertos que continúan acumulándose.
Quién lo hubiese dicho. La sociedad estadounidense en siete meses de pandemia ha perdido casi cuatro veces la cantidad de personas que murieron durante el período de 1965 a 1975, tiempo que duró la intervención de este país en Viet-Nam.
Respecto a este punto de las posiciones desde Washington, sin embargo, es de primera importancia, al menos para los siguientes cuatro años, la elección presidencial del próximo 3 de noviembre. El peculiar estilo de Trump puede recibir su cuota de castigo, negándole la continuidad en el cargo. Sin embargo, hay notables sectores del electorado para quienes ni la información, ni el conocimiento, ni la lógica son temas de su incumbencia, de allí que las apuestas se mantengan abiertas.
Es probable que, como producto de la elección, cambié el rumbo de una potencia que promovió, fortaleció y se ha beneficiado del proceso de globalización actual y que ahora se muestra reticente a aceptar los desafíos y los compromisos que ello implica.
En su afán por querer “borrar de la historia” los logros de la Administración Obama, los actuales gestores en la capital estadounidense han atacado recurrentemente organizaciones internacionales en todo el mundo -véanse al respecto, acuerdos con la OTAN, la Organización Mundial de Comercio y en general el sistema de Naciones Unidas.
Es notorio que -aunque persisten las entidades que se originaron luego de la Segunda Guerra Mundial, como el FMI y el Banco Mundial- ha cambiado notablemente el escenario de dominio norteamericano y de Guerra Fría que emergió luego de 1945.
En la actualidad, la dinámica se desarrolla en un mundo multipolar. En el mismo, el poder militar -Estados Unidos- no coincide con el poder económico -más centrado en China y en Europa- ni con las expectativas de mercados emergentes que prometen contribuir con cuantiosas demandas -caso de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Por supuesto que este escenario global y sus dinámicas son aprovechados por políticos tradicionales en los diferentes países. Vociferantemente se apoyan en consignas superficiales dirigidas a una población que subiste acosada por múltiples factores, incluyendo desde luego la imprevista y amenazante presencia del coronavirus.
En muchas ocasiones, lo que esos políticos hacen, es tomar ventaja del desconocimiento que impera en amplios sectores. En particular el grueso de la población más vulnerable está muy preocupada -con toda razón- en sobrevivir en la actual pandemia, ver como soluciona los problemas de liquidez y sostenibilidad en las micro y pequeñas empresas, a la vez que consigue el sustento del día a día. Mucho del tiempo se consume en la imperativa consecución de circulante y la mayor dinámica en la rotación de inventarios.
Por el lado de Europa, las condicionantes y perspectivas no parecen ser demasiado alentadoras. La pandemia ha hecho que muchos países vayan en contravía de dos pilares de la integración regional en el Viejo Continente: el mercado único y el espacio Schengen.
Como lo sostiene el diario Le Monde desde París, los mecanismos de entidades multilaterales que tanto esfuerzo requirieron para constituirse, son “abandonados por Estados Unidos, vistos con frialdad por Rusia y codiciados por China”.
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