Exministro del último gobierno socialista y aliado de la centroderecha francesa, o tecnócrata y lector –obsesivo– de la poesía de René Char, Emmanuel Macron ha sido ese político que, como algunos presidentes del Siglo XX, resulta difícil de definir ideológicamente por su variedad de intereses y su movediza carrera política. Hasta hoy.
El Acto II
Seis años después de que emergiera como una figura alternativa dentro del socialismo francés, Macron ha dado un giro político hacia la derecha, que ha sido confirmado esta semana con el “Acto II del quinquenio”, una serie de anuncios sobre migración, orden, natalidad, educación y los desafíos que enfrenta los franceses.
“Atrévanse a hacer lo que ya ni siquiera nos atrevíamos a pensar sin tener miedo de suscitar algún descontento”, dijo, y afirmó: “Estoy convencido de que nuestros hijos vivirán mañana mejor que nosotros hoy”, en “una Francia que siga siendo Francia”.
En más de una hora, el presidente pidió que los estudiantes aprendan La Marsellesa en los colegios como un acto patriótico y se vistan con uniforme obligatorio. También, anunció la necesidad de aumentar las tasas de natalidad en Francia y propuso un aumento de la licencia para los padres, así como bajó 2.000 millones de euros los impuestos para la clase media. Las medidas anunciadas llegan un tiempo después de que se aprobara la reforma pensional y la reciente ley que limita las solicitudes de permiso de asilo en Francia.
Esperable, los anuncios de Macron han sido vistos por la izquierda como un compendio de medidas que representan la Francia nacionalista y conservadora, cuyos orígenes modernos se remontan al general Charles De Gaulle, quien dejó el poder en 1969 tras perder un referendo.
En su editorial del miércoles, el diario Liberation, cuna del pensamiento y las ideas socialistas, llamó al presidente “la vieja Francia”, a pesar de haber sido elegido en su primer mandato bajo la premisa de ser el presidente más joven e innovador.
Para la izquierda francesa, liderada hoy por François Mélenchon, de la “Francia Insumisa”, Macron es un tecnócrata banquero y, sobre todo, un malabarista político.
Una de las voces más respetadas del socialismo –y de Francia–, el filósofo y académico Pierre Rosanvallon, define al presidente como “un promotor de una start-up (empresa emergente) nation”, que “tiene una filosofía del poder, pero no una filosofía social”, en referencia su transformación ideológica.
Giro conservador
En Francia, donde particularmente todos los ciudadanos creen que pueden gobernar mejor que el presidente, las críticas a Macron son frecuentes y poco calan en su gobierno. Al presidente en su nueva faceta lo que le preocupa es el ascenso de Marine Le Pen y su partido, “La Agrupación Nacional” –el antiguo Frente Nacional–, y por eso se está moviendo hacia la derecha del espectro político francés.
Esta decisión, que busca construir una especie de “cordón sanitario” antiultra desde la derecha, viene acompañada por una nueva interpretación de los clivajes políticos que definen a la sociedad francesa, sin olvidar que igualmente el presidente necesita construir una mayoría en el Congreso.
En el nuevo discurso del líder francés, los valores conservadores, orden y autoridad, tienen un rol predominante, dado que su defensa ha estado encabezada por Le Pen y otros políticos de derecha dura como Éric Zemmour, dos candidatos presidenciales que tienen serias posibilidades de llegar al Elíseo (palacio presidencial) en 2027, según las encuestas.
Macron lanza una estrategia novedosa no sólo en Francia, sino en todo Europa, en donde los partidos de centroderecha se han unido con la centroizquierda para construir un “cordón sanitario”, con el que se impide que los radicales gobiernen en países como Alemania o en su mismo país. En vez de hacer esto, el presidente intenta atraer a las bases conservadoras y liberales de la derecha, y así aleja a estos sectores de los proyectos nacionalistas como el de “la Agrupación Nacional”.
La política, sin embargo, no es la única que explica el giro de Macron. La sociedad francesa está cambiando y sus valores sociales, culturales y políticos, también, con cierta vuelta a las tradiciones que constituyeron el inicio de la quinta república francesa. Hartos de las acciones de hecho durante las protestas contra la reforma pensional de 2023 y 2017, en las que, por varias semanas, se quemaron centenares de carros y se bloquearon las vías de París y Marsella (y otras ciudades), varios sectores de la sociedad francesa exigen que se recuperen el orden y la autoridad, según encuestas sobre valores políticos, y se defienda los símbolos nacionales.
Así lo ve Chloé Marin, una periodista que en un artículo en Le Figaro escribe: “La opinión pública en Francia está más a favor de un retorno a la autoridad que a los valores fundamentales, y muchos tienen la sensación de que las cosas eran mejores en el pasado, por lo que símbolos como los uniformes en las escuelas hablan de eso”.
Macron, con este nuevo enfoque, también busca recuperar el control del Congreso, esquivo desde que comenzó la legislatura en 2022. Esta semana ha cambiado fichas fundamentales dentro de su gabinete, incluyendo a exministros de Nicolás Sarkozy como Rachida Dati, la hoy ministra de Cultura, reconocida por sus posturas conservadoras.
La inclusión de Dati no sólo representa la llegada de la derecha a su gabinete, sino una señal del claro acercamiento con el expresidente Sarkozy, hoy líder de “Los Republicanos” –principal partido de derecha–, con quien Macron recientemente hizo una coalición para votar la ley de inmigración que fue aprobada en el Congreso. Precisamente, esta ley generó un fuerte debate dentro del gabinete, llevando a la salida del hasta la semana pasada ministro de Transporte, Clément Beaune, a quien Macron removió del cargo.
Unido con “Los Republicanos”, Macron hoy habla un lenguaje diferente al de antes, que refleja un cambio, no sólo en él, sino de la misma Francia, que se inclina políticamente por la derecha y la ultraderecha.