No es de ahora; el requerimiento de contar con una Organización de Naciones Unidas operativa viene desde hace mucho tiempo atrás. Es de recordar que uno de los planteamientos fundacionales de la organización, cuyo documento inicial se firmó el 24 de octubre de 1945, establece: “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas estamos resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”.
Eran representantes que venían de los grandes estallidos y matanzas de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo las tragedias del 6 y 9 de agosto de 1945 en Japón. De allí que el mantenimiento de la paz fue desde siempre un objetivo fundamental para la organización.
En ese mismo orden, se encaminó la primera presentación hizo un Pontífice ante la Asamblea General de Naciones Unidas el 4 de octubre de 1965. Fue Pablo VI y expuso lo que serían los temas de su Encíclica “Populorum Progressio” publicada el 26 de marzo de 1967; es un documento dedicado al desarrollo de las naciones y uno de sus principales contenidos se refiere a que “el nuevo nombre de la paz es el desarrollo”.
Pero, la ONU ha resultado inoperante muchas veces cuando más se le necesita. Véase el caso del verano de 1994 en Rwanda, con el enfrentamiento entre Tutzis y Hutus, el que dejó cerca de 800,000 muertos, a machetazo limpio. Terrible, terrible. Y ahora con los conflictos más conocidos: (i) Armenia y Azerbaiyán; (ii) Rusia y Ucrania; (iii) Israel y Hamás. Este último iniciado por un ataque terrorista de Hamás, condenable, claro que sí. Pero que se ha cobrado la vida, según las autoridades gazatíes, de no menos de 15.000 civiles en la Franja de Gaza.
La sensación generalizada y los resultados indican que la ONU en general y el Consejo de Seguridad en particular no resuelven nada cuando se trata de enfrentamientos trágicos. Y es que al menos un factor esencial reside en que el citado Consejo es no sólo la instancia de poder real de la organización, sino también alberga a cinco miembros permanentes con derecho a veto -Reino Unido, Rusia, Estados Unidos, Francia y China-.
De manera que el Secretario General de la Organización prácticamente tiene poco margen de maniobra e iniciativa. Cuando se ha tratado de impulsar con agilidad algunos planteamientos se le ha retirado, no se le extiende el mandato que normalmente es de 5 años prorrogables.
¿Qué se requeriría para poder hacer un poco más funcional o menos disfuncional la organización? Al menos tres ideas en este artículo. No son nuevas, pero han tratado de definirse ante la urgente necesidad de tener resultados.
Primero. Reforma Organizativa al Consejo de Seguridad. Debe ser algo prioritario. Se trata de reorganizar la instancia de poder real. Una finalidad esencial, es poder contar con una estructura representativa tanto en función del tipo de decisiones, los alcances, como en términos de las diferentes regiones del nuevo orden mundial.
Hay propuestas en este sentido, tal el caso de incluir a potencias emergentes: Brasil, India, Indonesia, México, representantes del Sudeste Asiático. Es de conjugar capacidad de decisión, atribuciones, representatividad y ámbito de consultas. A esto debe unirse el factor: contribución con aportes financieros. La Organización, al final no llegó a tener -en lo esencial- el anhelado “dividendo de la paz” luego de la finalización de la Guerra Fría.
Es de tener presente que la estructura actual del Consejo refleja el dominio global y geopolítico de la postguerra y por lo tanto no encaja con el enfrentamiento de retos actuales.
Segundo. Fortalecimiento de la Diplomacia Preventiva. Suena menos espectacular que las matanzas actuales y que las soluciones de fuerza, pero es más efectivo adelantarse a los conflictos, aunque estos últimos tienen el impulso de las economías de guerra. Esto último, en muchas ocasiones, pueden muy bien ser parte de reactivaciones productivas y de poder resolver recesiones económicas nacionales.
Tercero. Mayor Transparencia, Consecución de Resultados. A esto se uniría la participación ciudadana, un clima de mayor democracia en el manejo de disposiciones y planteamientos. La rendición de cuentas y los resultados le darían a la Organización un mayor grado de legitimidad. Programas que se pueden muy bien ver mejorados serían -entre otros- lo de asistencia humanitaria que tanta falta hacen en regiones que por lo general tienen crisis, tal el caso, aunque no único, de los países al Sur del Sahara.
Lo que aquí se expone son planteamientos que desde luego no agotan ni mucho menos, una agenda de mejoras y ajustes. Son ideas que han sido desarrolladas por otros autores entre los que deseo destacar a Thomas Weiss, “¿Qué está mal con las Naciones Unidas y cómo arreglarlo?” (2009). En esta obra se abordan los problemas estructurales de la organización y su relación con la resolución de conflictos.
También los exsecretarios generales de la Organización Kofi Annan, “Nosotros los Pueblos: Una ONU para el Siglo XXI” (2000); y Ban Ki-Moon – Mark Malloch, “La Revolución Global Inconclusa: Los Límites de las Naciones y la Búsqueda de una Nueva Política” (2011). En estos contenidos se tratan temas actualizados respecto a los más importantes desafíos de la Organización.
Al final se trata de una puesta al día de aspectos funcionales, organizativos, de dotación de recursos y de voluntad política sostenida. Mientras los resultados no estén presentes, la Organización continuará perdiendo credibilidad. Y por supuesto, la “solución más rápida” es la violenta, la de resultados tan sangrientos como efímeros, e insostenibles.
* Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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