Perspectiva. Cocaína light: ‘veneno’ que se expande en Bolivia | El Nuevo Siglo
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Sábado, 28 de Enero de 2023
Agencia IPS

HUBO un tiempo en que la hoja de coca era considerada sagrada. Su uso estaba restringido a los sacerdotes, atravesando todos los momentos ceremoniales de las sociedades andinas; al Inca, rey absoluto sobre la Tierra y a los doctores de la corte incaica. Era un regalo de Inti, el Rey Sol. Una hoja divina.

Con la invasión de los españoles y la destrucción del imperio incaico, las clases más populares pudieron acceder a la hoja. Así, para los mitayos, esclavizados en las mitas (minas), y los pongos (sirvientes), en las haciendas, la coca se convirtió en un asunto de vida o muerte. Con ella mataban el hambre y el cansancio de un trabajo extenuante.

La hoja de coca es una planta originaria de Sudamérica y juega un importante papel en las sociedades andinas. Además de sus virtudes medicinales (estimulante, anestesiante y también quita el hambre), posee un rol protagónico en el intercambio social y en las ceremonias religiosas. Se cree que su uso se extendió a todo el territorio andino, con el imperio de Tiwanaku y luego con el imperio Incaico.

La hoja de coca más antigua fue hallada en la costa norte del Perú y data de 2500 AC. Se tiene evidencia de que la coca es la planta doméstica más usada desde tiempos prehistóricos en los países latinoamericanos.

Con el pasar de los años, el acullico (akulliku, masticado en quechua) se hizo cada vez más popular. Aunque este acullico era más profano, estaba de todas maneras conectado con las divinidades como el Tío de la Mina, la Pachamama (Madre Tierra) y los ancestros. Quiénes acullicaban eran mineros y transportistas, trabajadores con mucho desgaste físico, campesinos y agricultores, sobre todo; pero esto ha cambiado.

 

Un caso “común”

Daniel Torres K., nacido en La Paz, Bolivia, es ingeniero civil y tiene 50 años. Está casado y tiene dos hijas. Desde hace un año, trabaja en una hacienda ganadera en un régimen de tres semanas dentro del monte y una semana en la ciudad de Santa Cruz.

Siempre ha sido un hombre corpulento; pero, después de un par de meses en el monte, su esposa se percató de que estaba bajando de peso. No le dio importancia, porque el desgaste físico en el trabajo que realiza Daniel es fuerte; pero, luego de una larga separación, se alarmó: un demacrado Daniel había bajado casi 15 kilos en cuatro meses.

Y es que el hombre, como miles de bolivianas y bolivianos de diversas edades y estratos sociales a lo largo de todo el país, mastica todo el tiempo un “bolo” de coca, al que va sumándole de a poco una sustancia, que en el campo es lejía, pero que en la ciudad se moderniza con bicarbonato, Nescafé o Aspirina.

Esta mezcla hace que Daniel sienta que se emborracha menos cuando consume alcohol, no esté cansado y no tenga hambre ni sed. El “bolo” está empezando a causar fisuras en su matrimonio, pero para él se ha convertido en una adicción.

Daniel es un adulto de 50 años y está consciente de lo que le causa el “bolo” tanto a nivel de salud como emocionalmente. El panorama se hace más complicado cuando son niños de 12 o 13 años los que empiezan a bolear y además lo hacen en un mercado de venta libre y sin ninguna regulación respecto a estos combos de coca y energizantes.

 

La “coca social”

La versión reloaded de la hoja de coca tiene un proceso tosco. Se machuca y se mezcla con un energizante (bicarbonato, Aspirina, Nescafé, harina de coca y a veces hasta diésel) más una bebida también energizante (Red Bull, Ciclón, Black, etc.) y, casi siempre, alcohol.

“La golpeamos hasta que quede bien partidita y pecosa. Luego la vendemos con el bico (bicarbonato) y la estevia que ellos añaden a su gusto. Generalmente, la compran junto a Ciclón o Black (que son bebidas energizantes) para ‘mojarla’. Es lo que más se vende”, dice Jenny Quispe, vendedora de coca machucada.

Estos combos oscilan entre los 10 y los 50 bolivianos, (alrededor de 1,5 y 7 dólares) y pueden llevar las hojas solo despuntadas (sin la punta de la hoja), hasta despuntadas y despaladas (sacando la vena del medio y dejando la hoja limpia sin ninguna veta), con el sabor a elegir y acompañadas de un termo con la bebida energizante.

¿Quiénes son los clientes de este nuevo mercado? Según el Estudio Integral de la Hoja de Coca en Bolivia, los consumidores mayoritarios se encuentran en la franja de los 35 a 55 años (45 %) y entre las personas de 18 a 29 años (40 %), sin distingo de residencia, educación o condición social.

 “Es como tener las pilas cargadas todo el tiempo: no te cansas, puedes estudiar más, puedes beber más (alcohol). Yo he tenido un par de temblores, pero se me han pasado rápido, creo que el ‘bolo’ me ayuda mucho, sobre todo cuando salgo en la noche”, cuenta Rafael Salinas, oriundo de Santa Cruz y estudiante de Ingeniería.

Al bolo de coca se le suma un shot doble de alcaloides (estimulantes) de cafeína, nicotina, alcohol, taurina y más cafeína (del Red Bull). Un combo de estimulantes mortal.

Carlos Crespo, investigador y docente de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) en Cochabamba, quién acullica coca de forma tradicional, es uno de los impulsores de la Red de Comercialización de Coca Orgánica, que hasta ahora no ha podido implementarse.

“No hay ningún control de la calidad de coca para los consumidores tradicionales, no sabemos si la coca que estamos masticando ha tenido químicos como herbicidas, etc. Como acullicador, tengo que confiar en la palabra de quién me vende la coca, no me queda otra”, dice.

Al respecto, Joaquín Chacin -profesor universitario que es experto en política de drogas e investigador asociado al CESU-UMSS de Cochabamba- explica que el consumo de hoja de coca es una de las áreas menos reguladas de la Ley de la Coca.

“La normativa define al consumidor como la persona natural y jurídica, nacional o extranjera que demande hoja de coca para uso personal y permite el transporte y tenencia personal de una a cinco libras sin restricción alguna, pero no considera aspectos relevantes para el consumidor como la calidad y salubridad de la hoja de coca, que, como en cualquier mercado de consumo, debe tener garantizada la inocuidad y el buen manejo del producto”, explica.

En Cochabamba, donde está el Chapare, una de las zonas más complicadas por el narcotráfico, y fuerza clave del partido gobernante, el Movimiento Al Socialismo (MAS), se produce la hoja grande que, según quienes conocen, no es adecuada para el masticado.

“Todos saben que la hoja de los Yungas es más para el consumo, la hoja es mediana y es más cómoda para acullicar; la mayor parte de la coca chapareña va al narcotráfico porque su hoja es grande, gruesa y dura, hasta lastima la lengua”, señala el dirigente de la Asociación Departamental de Productores de Coca de La Paz, José Cuyuña.

 

La hoja de coca, en números

Bolivia, con 0,3 % de coca plantada, ocupando el tercer lugar como productor de hoja de coca, con 31 000 hectáreas. De acuerdo a la Ley 906, se puede sembrar un cato de coca por familia. El cato (de la expresión quechua qhatu, que significa abasto) es la superficie de tierra que puede sembrarse.

En el trópico de Cochabamba, ese cato es de 40 x 40 (1600 metros cuadrados) y en los Yungas de La Paz es de 50 x 50 (2500 metros cuadrados) por familia.

“No hay manera de etiquetar cuál coca es legal y cuál es ilegal. Las mediciones generales son, en su mayor parte, estimadas a partir de imágenes satelitales con alguna verificación a través de muestras en terreno”, afirma el analista Roberto Laserna respecto a las plantaciones ilegales en el Chapare.

En medio de ese limbo, el acullico ha sido despenalizado por la Organización de Naciones Unidas (ONU). Esto sucedió en enero de 2013, luego de una intensa campaña del entonces presidente Evo Morales, quién en 2016, promulgó una ley declarando el 11 de enero como el Día Nacional del Acullico en Bolivia.

Y, en contraste con la moda y la facilidad de consumo, los médicos identifican estos combos como un veneno para la salud, que pueden generar arritmias severas, taquicardias, infartos, accidentes cerebrovasculares y hasta despertar genes que inducen la formación del cáncer. Muchos galenos los llaman “cocaína light”.