Videos, dádivas y mociones de censuras terminaron con el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, un tecnócrata que se cayó por sus contratos y la falta de capacidad para negociar con la oposición. Las prácticas de Montesinos reviven y el fujimorismo toma más fuerza
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EL MIÉRCOLES, a eso de las dos de la tarde, fue imposible no recordar el Perú de los noventa. Rodeado de sus asistentes, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) levantó la mano y se despidió de sus seguidores. Horas antes había anunciado su renuncia, que comunicó al país después en televisión, en un mensaje sobrio, calculador y en el que apuntó a sus detractores, a los que acusó de montar una “artimaña de demolición en contra del Gobierno”.
A este tecnócrata de orden mundial, formado en las principales universidades y conocido por su faceta banquera, lo tumbaron unos videos. Igual que a Alberto Fujimori, a finales de los noventa, cuando su mano derecha, Vladimir Montesinos, quedó en evidencia en el momento en que transaba con políticos opositores.
La historia dicen que es cíclica, sin embargo, en Perú se repiten los ciclos más rápido de lo habitual; no ha cambiado de generación y los hechos son calcados, idénticos. Karl Marx decía que “la primera vez es comedia y la segunda tragedia”. Ahora, este país vive “la tragicomedia”. Una “tragicomedia” de repetir una historia, una historia mala, desafortunada, de la que, como en otros países, no se aprende. Latinoamérica no entiende sus golpes, dicen algunos.
Según el escritor y columnista de El Comercio, Luis Jochamowitz, lo que se vivió esta semana fue un combate de “Montesinos contra Montesinos”. Una escena que, por los métodos, es igual a la que se vivió décadas atrás: compra de votos, denuncias, sapos y videos.
Montesinos es visto como “el padre fundador”. Aquél que, como dice el editorial de ese mismo diario, “no es que esté operando, al menos no me consta. Montesinos es como un padre fundador y cada uno lo aplica como puede”.
Pero, como en todo, hay algunas diferencias. Dice el mismo columnista que, en los noventas, “se trató de una crisis del sistema, que atravesó el Ejército, la Policía, la clase política y la sociedad. Fue algo más dañino. Lo de hoy es, a raíz de Lava Jato, una crisis que se centra en las élites”.
Caída de PPK
Su cara de inocente no le bastó para evitar ser destituido. PPK, un hombre de 79 años, que aparentaba nobleza y rectitud, dejó una imagen totalmente distinta. Cayó de manera vergonzosa, por la puerta de atrás, además, muy temprano: sólo gobernó 20 meses; rompió el récord del desgobierno.
La evidencia, en un mundo en que todo parece acomodable, quedó plasmada en un video, filtrado por un parlamentario de Fuerza Popular, partido liderado por los hermanos Keiko y Kenji Fujimori. A pesar de ella, el hasta el viernes Presidente –día en que el Congreso aceptó su renuncia- no dudó en desmentir la veracidad de las grabaciones.
“Aparecieron grabaciones editadas y selectivas, que daban la impresión de que el Gobierno estaba ofreciendo obras a cambio de votos”, dijo el ahora exmandatario peruano, quien defendió su inocencia en la última alocución presidencial.
En Perú, una vez más, quedó claro que el fujimorismo, sea como sea, quiere estar de nuevo en el gobierno.
Pero manchado por ellas no tuvo más que desistir de seguir gobernando. Según el periódico La República, de Lima, PPK tenía la firme intención de defenderse, por segunda vez, ante el pleno del Congreso, pese a que sus ministros no habían podido negociar obras a cambios de votos para frenar la moción de censura. La tarea de los ministros falló. La evidencia era irrefutable: se notaba el soborno. Entonces, le pidieron que dejara el poder o presentarían una renuncia protocolaria, que desacreditaría más su mandato.
Esta condición de vendedor de prebendas desde el Ejecutivo lo dejó muy mal parado. Rompió esa idea, que tanta fuerza tiene en Latinoamérica, de que los “tecnócratas” están preocupados por el buen gobierno y no se interesan por las dinámicas de la politiquería.
Pero Kuczynski mostró su peor faceta en el terreno de los contratos. Durante el gobierno de Alejandro Toledo, en ejercicio de su cargo como Ministro de Energía y Minas, el exmandatario hizo varios negocios que terminaron por convertirse en una sombra incuestionable.
En diciembre pasado, cerca de navidad, el Congreso insistió en sus contratos con Odebrecht, en el marco de la operación Lava Jato. Para sacarlo del poder, instauró una moción de censura que, finalmente, no se hizo efectiva por el retiro de una decena de congresistas pertenecientes al grupo de Kenji Fujimori, hoy en conflicto con su hermana Keiko, la poderosa excandidata presidencial. PPK se salvó de la comedia, pero no de la tragedia.
Una fiera de oposición
Si bien es el principal actor de la crisis política, no es el único. Kuczynski tuvo que enfrentar durante 20 meses una férrea oposición, que brilló por sus malas maneras y su afán de destrucción, con tal de volver al poder.
En Perú, una vez más, quedó claro que el fujimorismo, sea como sea, quiere estar de nuevo en el gobierno. Fuerza Popular tumbó a cinco ministros en 14 meses con el propósito de forzar la figura de “incapacidad moral”. El sustento real de esas destituciones fue mínimo pero se apalancaba políticamente en sus mayorías parlamentarias, imparables en terminar con PPK.
Detrás de toda esta estrategia, que llevó a romper un récord mundial (pocos presidentes constitucionales han gobernado tan corto tiempo) ha estado Keiko Fujimori. Dolida por su derrota en las presidenciales de 2016, la hoy senadora llenó de confianza a su bancada e interpuso toda clase de recursos y figuras para que el oficialismo perdiera. Casi destituye a la Fiscal.
Desprestigiado por sus prácticas ilegítimas pero con mayorías y dos cabezas visibles, el fujimorismo se convierte en una pieza fundamental dentro de la política peruana. El presidente Vizcarra tendrá que negociar con este o su futuro será el mismo que el de PPK. Fujimori sigue vivo en Perú.