Se van tropas de EU…¿y el futuro afgano? | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 2 de Febrero de 2019
Giovanni Reyes

De momento, en medio de los sucesos que rodean la  posible salida de Maduro, del chavismo en general, y de la llegada de lo que sería por fin el borrascoso proceso de reconstrucción de Venezuela, se nos escapan noticias no menos importantes. Una de ellas, la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, ese castigado país del sur asiático en donde se han impuesto las lógicas de la guerra desde hace prácticamente 40 años.

En una primera instancia, el rasgo a destacar, es que una salida de tropas de Estados Unidos, sin un acuerdo de paz que tenga garantías mínimas y procesos de verificación, resultaría en un agravamiento cruento de los escenarios. Sería la condena a muerte de amplios sectores de la población.

Debemos tener una perspectiva clara. La retirada de los soldados dispuesta desde Washington, tan intempestiva como poco estratégica -en función del equilibrio de fuerzas en la sub región- no se traducirá en condiciones de paz.  Lamentablemente no es así.

Muchas veces, en medio de los análisis y estudios que realizamos, más allá de los actores, sus estrategias, los contextos cambiantes y las dinámicas de los procesos, pensamos con el deseo. Se trata de algo peligroso.  Por supuesto que todos quisiéramos que las condiciones de un acuerdo civilizado se impusieran, pero con la salida de las tropas estadounidenses, con la presencia de un débil gobierno desde Kabul y la ausencia de por lo menos algunas conversaciones de paz, el escenario se tenderá a volver catastrófico.

Ciertamente, hablar de Afganistán es referirse a un país con martirio de larga data.  Como se recordará, la guerra comenzó en diciembre de 1979, cuando los soviéticos invadieron y apoyaron a un gobierno oportunista que buscaba en Moscú el respaldo que le era indispensable. Con base en ello, la CIA desde las cúpulas de poder en Washington, no escatimó recursos para apoyar a los grupos insurgentes que luchaban en ese país.

Se incluyó entre los armados por la potencia norteamericana, a Osama Bin Laden, quién luego cambió de bando.  Estos procesos son bastante conocidos, como parte de una historia comúnmente divulgada.

Los soviéticos se retiraron finalmente en 1989, en el contexto de la lucha agónica de Mijaíl Gorvachov por salvar el “socialismo real” con sus planteamientos de “Perestroika y Glasnot” “Reestructuración y Transparencia”.  La dinámica socio-política soviética no pudo más y cedió.  Ello implicó la retirada de Afganistán. 

Ni los recursos ni la política internacional desde el Kremlin, alcanzaban nuevas metas.  Se fueron sin acuerdos de paz ni de convivencia, una analogía de lo que está pasando ahora. Diferentes actores, contextos disímiles, libreto fotocopiado.

Los años noventa se inauguran con la generalización de un conflicto armado, cruento en especial con la población civil desarmada.  Los talibanes parecían muy organizados.  No obstante, sin los soviéticos, Afganistán ya no era “estratégico” en lo internacional. 

La marea talibánica se impone ya a fines de los noventa y establecen su hegemonía desde Kabul.  Fue todo un sometimiento. Se trataba de dirigentes y seguidores que no dudaban nunca de nada.  A callar y a creer.  Las mujeres y la población más vulnerable sufriendo las embestidas constantes de un asedio sin descensos.

Un doblez de tuerca ocurrió en 2001. Como producto o justificación de los ataques del 11 de septiembre, y con la búsqueda de Bin Laden, Estados Unidos se embarcó en una guerra que se ha convertido en un auténtico pantano.  Las arenas movedizas incluso con la expulsión de los talibanes del poder político, no se tradujeron en estabilidad.

De nuevo una lección, que aunque elemental, debe encarar el entramado de relaciones internacionales de Estados Unidos: la política de impacto mundial tiene más semejanza con las complejidades de un juego de ajedrez que con un partido de tenis.  Desde luego, los resultados y las compensaciones inmediatistas, tienen lugar en el segundo de los mencionados. Además, la realidad tercamente, tiene siempre aristas de imprevisión.

La situación más evidente del escenario actual en Afganistán es que esa guerra es un laberinto de empate. No puede ganarla ninguno de los grupos, pero su equilibrio dinámico se paga con sangre y tragedias cotidianas. Se imponen mínimas medidas surgidas de diálogos de paz, con mecanismos de verificación para la sostenibilidad de un escenario aceptable.

Al final, es desconsolado reconocerlo, pero la lógica de los agentes se impone.  La guerra con toda la crueldad y pérdida de vidas, con todo su cataclismo ensangrentado, es una muestra más del mito de la “racionalidad” humana.

No obstante, es de subrayarlo, el armamentismo no es de gratis.  Hay empresas, corporaciones y personas que se benefician. Que amasan no pocas veces, sus grandes fortunas cuando los países se arman, se preparan para el conflicto.

Luego vienen los enfrentamientos y también allí hay demandas que cubrir, muy lucrativas. Y luego, faltaba más, vienen los procesos de reconstrucción.  Para ello también hay servicios especializados y empresas muy competitivas, contratos con gobiernos, presencia de corrupción y de “viveza”. 

Entre tanto, como lamentablemente es el caso ilustrativo de Afganistán, se tiene un perdedor seguro, un perdedor que muere: la población civil. Mientras unos hacen los negocios, son los pobres por lo general, son los que ponen los muertos, de lado y lado.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.