¿Aranceles de Trump podrían ayudar a democratizar a China? | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Enero de 2025
Yi Fuxian*

MADISON, WISCONSIN. - Las evaluaciones de los planes del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer aranceles elevados a las importaciones chinas tienden a centrarse en sus posibles consecuencias económicas. Pero el impacto de los aranceles en la política china podría ser mucho más profundo.

Los líderes occidentales durante mucho tiempo creyeron que la integración de China en la economía mundial conduciría naturalmente al surgimiento de una clase media fuerte que impulsaría la democratización. En Taiwán, por ejemplo, el ascenso de la clase media precedió a la transición democrática, que comenzó en 1987. En aquel momento, el PIB per cápita (5.325 dólares) ya se acercaba al umbral de ingresos altos de 6.000 dólares -un nivel que superó al año siguiente (6.338 dólares)- y el ingreso disponible de los hogares representaba el 67% del PIB.

Pero la clase media robusta y prodemocrática que esperaban los líderes estadounidenses nunca se materializó en China, entre otras cosas por la política de un solo hijo. Como el porcentaje de población activa en relación con los niños y los ancianos implicaba una tasa de dependencia muy baja, las familias chinas podían llegar a fin de mes incluso con ingresos bajos. Si a esto le sumamos la introducción en 1994 del sistema de reparto de impuestos -que aumentó el presupuesto del gobierno central para servicios públicos-, los hogares chinos prácticamente no percibieron que sus ingresos no seguían el ritmo de crecimiento del PIB.

Hoy, el PIB per cápita de China no está lejos del umbral de altos ingresos de 14.005 dólares, habiendo alcanzado 12.681 dólares en 2023. Pero el ingreso disponible de los hogares, como porcentaje del PIB, ha descendido del 62% en 1983 al 44%, muy por debajo del promedio internacional del 60-70%. No es sorprendente que el consumo de los hogares también disminuyera como porcentaje del PIB durante este período, del 54% a apenas el 37%, comparado con el 60% mundial.

El problema es que, en lugar de centrarse en fomentar el consumo interno aumentando los ingresos de los hogares como porcentaje del PIB, los dirigentes chinos trataron de resolver el exceso de trabajadores y la sobrecapacidad del país manteniendo un superávit comercial importante -especialmente con Estados Unidos-. La decisión del presidente estadounidense Bill Clinton en 1994 de desvincular la condición comercial de nación más favorecida de China de los derechos humanos allanó el camino para esta estrategia. Pero fue el acceso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 lo que abrió las compuertas.

Clinton creía que la adhesión de China a la OMC reduciría el déficit comercial bilateral y sería un “caballo de Troya” para la democratización. Por el contrario, los superávits comerciales crecieron: en 2018, las exportaciones de China a Estados Unidos sumaron  539.000 millones de dólares, mientras que las importaciones alcanzaron apenas 120.000 millones de dólares. El superávit comercial resultante de 419.000 millones de dólares fue 62 millones de veces el salario anual promedio de los trabajadores migrantes de China, que constituyen el 80% de la mano de obra manufacturera. Estos superávits inmensos y persistentes afianzaron el modelo de desarrollo de China, impidieron las reformas necesarias y permitieron que el gobierno, que nadaba en la abundancia, se volviera cada vez más autoritario.

Desplome manufacturero

Mientras tanto, la industria manufacturera estadounidense se redujo drásticamente. Entre 1971 y 2000, la cantidad de trabajadores del sector manufacturero estadounidense se mantuvo estable en torno a 17,7 millones, y el porcentaje del país del valor agregado manufacturero mundial y de las exportaciones rondó el 24% y el 13%, respectivamente. Sin embargo, tras la adhesión de China a la OMC, el empleo en el sector manufacturero estadounidense se desplomó, alcanzando solo 11,5 millones en 2010. En 2022, Estados Unidos apenas representaba el 15% del valor agregado manufacturero mundial y el 6% de las exportaciones.

La desaparición de puestos de trabajo bien remunerados en el sector manufacturero estadounidense alimentó la frustración popular, sobre todo en el llamado Cinturón del Óxido. Por eso, cuando Trump prometió devolver los empleos manufactureros a Estados Unidos imponiendo nuevos aranceles a sus socios comerciales, especialmente China, encontró un público receptivo. Pero los aranceles que impuso durante su primer mandato tuvieron un impacto limitado, entre otras cosas porque China encontró formas de eludirlos, como a través de las reexportaciones y la devaluación de la moneda. Eso probablemente no sea posible esta vez.

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Trump amenaza con imponer aranceles del 60% a los productos chinos, así como aranceles del 10-20% a las importaciones de todos los demás países. Bajo un régimen de esas características, China no podría simplemente trasladar las exportaciones a otros países porque, al enfrentarse a sus propios aranceles, estos países no podrían tener mayores superávits con Estados Unidos. Al intensificarse las presiones de la deuda, estos países podrían imponer sus propios aranceles a las importaciones chinas. Una moneda china más débil provocaría la salida de capitales y la contracción de la clase media.

Pero con una respuesta bien calibrada, China puede garantizar que cualquier ganancia obtenida por Estados Unidos no se produzca a su costa. El primer pilar de esa respuesta es una reforma estructural destinada a aumentar el porcentaje del PIB del ingreso disponible de los hogares. Esto impulsaría el consumo interno (incluida la demanda de importaciones de Estados Unidos), mitigaría el exceso de capacidad y facilitaría a las familias la crianza de los hijos, contribuyendo así a evitar un colapso demográfico.

Y lo que es más importante, este planteamiento también ampliaría la clase media, que podría empezar a exigir mayores libertades, tal y como Occidente imaginó hace treinta años. La política china podría entonces empezar a ser más compatible con la democracia occidental.

China también debería ajustar la estructura de importación-exportación, reduciendo las importaciones de bienes no relacionados con los recursos de países como Brasil, Rusia y Arabia Saudita -con los que China mantiene déficits comerciales- para liberar cuota de mercado para las importaciones estadounidenses. Además, debería buscar una cooperación industrial con Estados Unidos -como la modelada por Tesla-, ayudando así al país a rejuvenecer su sector manufacturero, preservando al mismo tiempo la participación de mercado de China.

Por último, China debe trabajar con Estados Unidos para fomentar la confianza mutua. Aunque Estados Unidos consiga aumentar su ratio exportaciones-importaciones, seguirá teniendo déficits con el mundo, debido al papel del dólar como moneda de reserva mundial. Para asegurarse el mayor porcentaje posible de estos superávits, China debe trabajar para mejorar las relaciones bilaterales, por ejemplo, cooperando con Estados Unidos en prioridades clave, desde la reducción de los flujos de fentanilo hasta el fortalecimiento del orden internacional liderado por Estados Unidos que, al fin y al cabo, hizo posible el espectacular ascenso de China.

Los desequilibrios comerciales entre Estados Unidos y China pueden parecer un problema económico, pero el compromiso político es una parte esencial de la solución. Al obligar a China a impulsar su clase media, los aranceles de Trump podrían incluso abrir el camino a una profunda transformación política.

 

*Yu Fujián es científico titular de la Universidad de Wisconsin-Madison, encabezó el movimiento contra la política china de un solo hijo y es autor de Big Country with an Empty Nest (China Development Press, 2013), que pasó de estar prohibido en China a ocupar el primer puesto entre los 100 mejores libros de 2013 de China de Publishing Today.