Bolívar, diplomático y estadista | El Nuevo Siglo
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Domingo, 20 de Octubre de 2019
Alberto Abello

La naturaleza de la guerra que libra Simón Bolívar en Venezuela, en la Nueva Granada, en el Caribe y en el resto de América, suele provocar la mayor resonancia en lo militar. Los biógrafos se extienden una y otra vez en el relato de los diversos combates, que según el caso consideran decisivos, incluso algunos tratan en vano de menguar su inspiración castrense y atribuirle sus derrotas al caraqueño y los triunfos a terceros.

Hemos visto que él contaba con una modesta y valiosa formación militar en las tropas de nobles de la Capitanía General de Venezuela y mencionado que por su situación estratégica y riqueza las potencias estaban obsesionadas con apoderarse de esa parte del Imperio Español, donde primero se habló de independencia. Lo mismo que destacamos la forma como se deriva a la guerra a muerte declarada por Bolívar, cuando ambos bandos ya la practicaban cegados por el odio racial que envenenó a los contendores. Al mismo tiempo hemos descrito como se esforzaba en medio de la contienda en crear instituciones civiles y democráticas, con la finalidad de moderar su poder dictatorial.

Es claro para los más rigurosos investigadores de esos tiempos aciagos y heroicos en ambos bandos, que si Bolívar lo hubiera querido se habría perpetuado en la dictadura. Una dictadura a la romana que era fundamental para contener a los realistas, cuando el sector civil en la Nueva Granada que apoyaba a Bolívar era débil y precario, lo mismo que en Venezuela, siendo que con la reconquista del general Pablo Morillo, Bolívar consigue ejercer una suerte de gobierno itinerante, a veces en fuga, cuando los cabildos y las tropas bisoñas de la independencia han fracasado, lo que le permite a Morillo cantar de momento victoria.

Otro de los temores que obsesiona a Bolívar es que los antiguos esclavos rebelados contra sus amos en Venezuela sigan el ejemplo de Haití, donde expulsaron a los colonos de origen francés. Guerra que, inicialmente, favorece a los negros y que, posteriormente, les gana a estos Petion con los mestizos. En tales circunstancias, tanto Bolívar, como los mantuanos y las gentes de origen español, estaban condenadas a muerte o la expulsión de Hispanoamérica. Mientras, los antiguos esclavos y los indígenas mostraban lealtad a la monarquía y la capacidad de combinar esfuerzos con los realistas, que consiguen eliminar o expulsar de Venezuela a los independentistas.

Es a partir de la dura y estruendosa derrota cuando un Bolívar excomulgado por pretender seguir la guerra con los copones y joyas despojados a la iglesia católica, reflexiona y modifica sustancialmente su discurso para atraer a las clases más bajas de la población a su causa y dar el ejemplo de convivir en las penurias y las más sangrientas pruebas con los de abajo. Bolívar en las peores condiciones, como lo reconoce Páez, se agiganta. Semejante ejemplo de estoicismo y solidaridad con la poblada irredenta le gana su corazón, lo que le permite sobrevivir las peores crisis gracias a la lealtad de sus hombres, que a partir de entonces y hasta en las pruebas más escalofriantes están dispuestos a morir por su caudillo. Algo impensable en un mundo de compartimentos y castas sociales ocurre: los desheredados siguen a uno de los mantuanos más poderosos de Venezuela, en ocasiones sin paga a la espera de lo que deje la guerra o el anhelado saqueo.

En tanto asegura un sitial en el corazón de los humildes, les hace comprender a los propietarios de la tierra, los comerciantes y pulperos, que solamente Bolívar, los puede salvar de la presión popular de los desheredados en su contra, en medio del desorden social que deja la guerra. En su correspondencia con los ingleses y con gobiernos de terceros países, les deja ver que un gobierno suyo sería la única garantía contra el caos que imperaría si otro llega al poder. Con ese fin de restablecer el orden desarrolla sus ideas constitucionales y sus proyectos geopolíticos que deben hacer de Hispanoamérica la región esencial para el desarrollo futuro.

Y así se convierte en un genial propagador de las ideas de un nuevo orden. Pues lograda la libertad de lo que se trata es de consagrar la estabilidad de las nuevas republicas y la solidez del Estado para impedir que el caos en la región nos devuelva a los tiempos antiguos de la barbarie primitiva. En tal sentido, tras ser el más audaz de los reformistas se emplea a fondo para ofrecer la estabilidad en el nuevo orden constitucional que aspira a consagrar y que muchos de sus seguidores formados en la guerra y la anarquía no entienden. Surge entonces el más conservador de los dirigentes de Hispanoamérica, que pretende contener los excesos de los agentes de la liberación y forjar una nueva sociedad al amparo de las leyes y bajo un gobierno fortalecido.

Sus cartas a los gobernantes europeos y sus agentes, algunos pagos de su propia bolsa, son un ejemplo de diplomacia activa de singular interés y profundidad seductora que contrastan con la mentalidad parroquial de sus émulos y aspirantes al poder. Sin lugar a dudas en los Estados Unidos, sus gobernantes, como el presidente Monroe, comprenden que Bolívar es el único que puede consagrar la paz en Hispanoamérica, por lo que proclama que lo que se vive en nuestra región es una guerra civil y que respetarán sus resultados. Por lo que resulta aún más trascendental el congreso de Angostura y el de Cúcuta, para darle visos de seguridad jurídica a su grandiosa empresa libertadora y de un nuevo orden.