Dos historias, dos países: las dos caras de la migración venezolana | El Nuevo Siglo
Foto AFP
Lunes, 11 de Noviembre de 2019
Gilberto Rojas

Englobar a la migración venezolana en un número sirve para poco más que cuantificarlos y segmentarlos por profesionalización, ciudad de origen, edad y religión, y es que más allá de que forman parte de una sola nación cada historia es única, uno y cada uno de ellos tuvo y mantiene sus propias razones por las cuales se fueron de su patria y eligieron Colombia, y así cada uno de ellos ha podido hacer lo que ha deseado o no.

Del 1.500.000 vinotintos que se encuentran viviendo en Colombia hay historias de superación y éxito, y de derrotas y fracasos, pero estas anecdóticas tramas tienen un par de cosas en común además de la mera nacionalidad, en sus relatos se puede ver el miedo y la desesperanza, pero también la perseverancia y el temple. EL NUEVO SIGLO tuvo la oportunidad de conversar con dos venezolanos con historias tan disímiles como es posible, unas historias que no están ni cerca de culminar.

Mireya Mejía, de enfermera a limosnera

“Tengo año y medio desde que me vine de Venezuela, soy de Maracay, estado Aragua, me vine con mis dos hijos (uno de un año y el otro de tres) y mi esposo, pero él se devolvió a los tres meses de llegar porque no soportaba vivir en la calle”. Así comenzó el relato de esta aragüeña, profesional y madre, quien asegura que “nunca voté por esa maldita revolución que nos acabó (…) ni por (Hugo) Chávez ni por (Nicolás Maduro)”.

La señora Mireya a sus 33 años, enfermera de profesión con casi una década de experiencia, comenta, mientras le da una arepa virgen, es decir sin relleno alguno, a su hijo mayor, que se fue de su país porque “me cansé de ver a la gente morir en el hospital porque no teníamos ni agujas para coser una herida, no había gasas, alcohol, hilos, nada (…) además con el sueldo que me pagaban no podía comprar ni un cartón de huevos y en más de una oportunidad nos robaban los mismos malandros que no podíamos atender porque no teníamos insumos”.

“Tomé la decisión junto con mi esposo y nos vinimos en autobús hasta aquí… queríamos llegar a Argentina, donde tengo una prima, pero nos robaron en Cúcuta pasando por la trocha, y solo nos dio para llegar hasta aquí (…) yo pido perdón a todo el que me ve con mis hijos en la calle, sé que esta no es la vida que ellos se merecen pero allá tampoco se la podía dar, aquí al menos tengo la esperanza de conseguir un trabajo y así poderles dar un techo digno”, agregó esta venezolana madre de dos.

Al preguntarle por qué vive en la calle, responde airadamente: “Porque no tengo trabajo pues, a veces con lo que me da la gente me alcanza o para comprar algo para vender o para pagar una noche en un ‘vividero’, pero por lo general lo uso para que ellos coman (llora), yo no quería esto, pero ya en Venezuela ni casa tengo, mi mamá murió y la casa la invadieron y mi esposo… no sé nada de él desde que se fue, me dejó sola, no sé qué hacer”.

“Esto no es fácil para nadie, sé que quien me ve aquí pensará que soy una irresponsable, que no quiere a sus hijos pero si hubiesen vivido lo que yo, seguramente estarían en la misma posición, no puedo volver y no puedo estar aquí (…) hay gente que me insulta pero también hay gente que me da comida, en todos lados hay gente buena y gente mala, no juzgo al colombiano, generalizar nunca es bueno”, acentuó la venezolana.

Esta historia pasó a ser algo más escabrosa cuando dijo: “La semana pasada intentaron comprarme a mis hijos, me ofrecieron $3 millones por Mathías (tres años) y $4 millones por Marcelo (…) cuando dije que no, me los quisieron quitar, yo nunca me sentaba aquí a pedir pero tuve que venirme de donde estaba (Calle 85-13) porque me los iban a quitar”.

“Yo quisiera devolverme, le pido a Dios todos los días que me llegue dinero para poder aunque sea irme a mi país, no sé dónde viviría, pero seguramente algún familiar o algo, mucha gente se fue, así que deben haber muchas casas solas, este frío me va a enfermar a mis niños y yo ya no aguanto mucho más (…) el chavismo me quitó mi vida y se las está quitando a mis hijos (…) yo no tendría por qué estar aquí pasando trabajo y con mis hijos en este estado”, concluyó la señora Mejía.

Luis Malavé, de unexpista a ingeniero clave

Este orgullo egresado de la Universidad Nacional Experimental Politécnica Antonio José de Sucre (Unexpo), graduado como Ingeniero en Sistema e hijo de madre colombiana y padre venezolano, llegó a Bogotá hace ya cuatro años y tres meses, y explica que “la situación económica de Venezuela” lo obligó a salir de allí, “no podía obtener lo que deseaba; vivienda, carro, electrodomésticos, etc. sin tener que pedirle al Gobierno”, así que decidió probar suerte en la tierra de su madre.

Este caraqueño de 29 años de edad llegó a la capital de Colombia con $1 millón en el bolsillo y en pocos meses consiguió trabajo en lo suyo, pero ¿Por qué donde él ha tenido éxito otros no?, “he tenido éxito debido a la carrera que opté por desarrollar, la cual es Ingeniería de Sistema, y sabemos que el mundo hoy día gira entorno a las tecnologías, adicionalmente pienso que he tenido éxito porque he llegado siempre con humildad, muchas personas pretendían como inmigrantes llegar de gerentes, jefes y líderes, cuando aquí en este país también hay gente muy capacitada”.

No obstante, aclara que “volvería a Venezuela, pero cuando vea una próxima luz de mejora debido al amor que siento por mi país y el potencial que se puede lograr explotar del mismo gracias a que cuenta con buenos recursos, buenas personas y siempre los buenos somos más”.

El ingeniero Malavé asegura que escogió Colombia para vivir porque un amigo, antes de graduarse, “me explicó cómo era el sistema monetario, qué tan bien pagada era mi carrera aquí en el país, la calidad de vida y adicionalmente contaba con la doble nacionalidad, así que me ahorraba mucho papeleo de migración”.

“Sin duda estoy muy agradecido con Colombia, he podido crecer tanto profesional como personalmente, podría hacer vida aquí totalmente, sin embargo, como somos países vecinos no dudaría tampoco en regresarme a Venezuela y por qué no, establecerme en ambos países como empresario o colaborador de alguna compañía”, indicó.

Al momento en el que se le pidió que describiera su país dijo: “Venezuela es lo máximo, la gente, la cultura, la diversidad, los paisajes (…) amo Venezuela”.

Malavé tuvo la oportunidad de llegar a la casa de un amigo hace ya más de cuatro años y de ahí en adelante, con trabajo en mano y dinero en el bolsillo, pudo mudarse, traer a su familia, ayudar a más amigos, darles un techo a esos con los que convivió durante su juventud, sacar de su peculio para darle subsidio y comida a más de un compatriota y hoy su vida cambió radicalmente.

Con un trabajo en la importante empresa Accenture, “multinacional dedicada a la prestación de servicios de consultoría, servicios tecnológicos y de outsourcing”, ha logrado crecer como profesional, no obstante no es la primera compañía a la que le prestó sus servicios en Colombia pero sí, según sus palabras, la que “me ha dado lo que he querido”.

Hoy reside en Medellín “obsesión que tuve desde que conocí el clima de Bogotá”, pero al calor de la capital antioqueña lo siguió también su amor, ya que una muchacha que conoció en la ‘ciudad nevera’ hoy día es su pareja sentimental y la nuera orgullosa de sus suegros. “Ya tenemos tres años y estoy feliz de haberla conocido”, dice Malavé algo nervioso frente a ella, misma que siendo orgullosamente colombiana eligió a un orgulloso venezolano para pasar su vida juntos.