El Papa y el no a la violencia | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Sábado, 2 de Septiembre de 2017
Hernán Olano
EL NUEVO SIGLO continúa con su profundización sobre el pensamiento y doctrina del titular del Vaticano. Hoy se visión sobre quienes agreden a los demás y su crítica a la forma en que la sociedad, a todo nivel, se acostumbró a convivir con este flagelo que consume el corazón y el espíritu, y cómo afrontarlo desde el sentido cristiano y humanitario

_________

Después de la renuncia de Benedicto XVI y antes de realizarse en Roma el Cónclave de 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, durante la misa de inicio de la cuaresma el miércoles de ceniza, 13 de febrero de ese año, en lo que vendría a ser su mensaje de despedida, -ya que sin saberlo se convertiría en el papa Francisco-, pidió rasgar nuestros corazones, para evitar que el mundo siga en su marcha carnavalesca que alimenta la violencia generalizada que tuerce los destinos del planeta, así como su historia.

Ese mensaje del cardenal, luego Pontífice de la Iglesia católica, pone el dedo en la llaga acerca de la acción de los violentos, de esos que no quieren más que regocijarse de sus negras intenciones.

El actual papa expresó en ese entonces:

“Poco a poco nos acostumbramos a oír y a ver, a través de los medios de comunicación, la crónica negra de la sociedad contemporánea, presentada casi con un perverso regocijo, y también nos acostumbramos a tocarla y a sentirla a nuestro alrededor y en nuestra propia carne. El drama está en la calle, en el barrio, en nuestra casa y, por qué no, en nuestro corazón. Convivimos con la violencia que mata, que destruye familias, aviva guerras y conflictos en tantos países del mundo. Convivimos con la envidia, el odio, la calumnia, la mundanidad en nuestro corazón. El sufrimiento de inocentes y pacíficos no deja de abofetearnos; el desprecio a los derechos de las personas y de los pueblos más frágiles no nos son tan lejanos; el imperio del dinero con sus demoníacos efectos como la droga, la corrupción, la trata de personas - incluso de niños - junto con la miseria material y moral son moneda corriente. La destrucción del trabajo digno, las emigraciones dolorosas y la falta de futuro se unen también a esta sinfonía. Nuestros errores y pecados como Iglesia tampoco quedan fuera de este gran panorama. Los egoísmos más personales justificados, y no por ello más pequeños, la falta de valores éticos dentro de una sociedad que hace metástasis en las familias, en la convivencia de los barrios, pueblos y ciudades, nos hablan de nuestra limitación, de nuestra debilidad y de nuestra incapacidad para poder transformar esta lista innumerable de realidades destructoras”.

Poco después de su viaje de julio de 2013 a la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, Francisco anunciaría nuestra época como el “tiempo de misericordia”, en el cual, la iglesia debe mostrar su rostro materno a la pobre humanidad herida, a la que debe ir a buscar a la calle para recogerla, abrazarla, curarla y hacer que se sienta amada en lugar de empuñar las armas de rigor frente al entorno hostil que ha afectado la comunicación de los valores y ha generado un interminable debate público sobre la forma de hacerlos efectivos.

La violencia y su odio nocivo de sangrienta atrocidad, incluso cometida en nombre de Dios y de la religión, se combate con la misericordia, así como con la custodia de la dignidad de los ciudadanos como primer y exigente desvelo de la política, tal y como Francisco se lo expresó a los miembros del Congreso de los Estados Unidos cuando visitó Washington en 2015, a quienes invitó a proteger por medio de la ley, la imagen y semejanza de Dios plasmada en cada rostro humano.

Entre esa encrucijada de tensiones y conflictos, de crisis geopolíticas y económicas, el Papa también quiere que recuperemos nuestras reservas culturales, sin dejar de lado el aporte de muchos, incluso no cristianos, que ha incluido en sus escritos, homilías y discursos: Dorothy Day, Thomas Merton, Martin Luther King y Abraham Lincoln, para quienes también, combatir la violencia ejercida bajo el nombre de una religión o de un sistema económico, de unas ideas o de un grupo de personas, era un propósito que buscaba llegar a un equilibrio: La paz.

Para Francisco, “El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran de tantos hermanos nuestros, nos convocan a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos…Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino no es la mejor manera de ocupar su lugar”. Y nos deja una lección para evitar extremismos y venganzas y es que al querer liberarnos del enemigo exterior, caemos en la tentación de alimentar el enemigo interior, que es la podredumbre del corazón.

 

Bergoglio también ha querido que se utilice la principal arma para combatir la violencia: la defensa de la vida humana. Por eso, uno de los mensajes repetitivos del Papa ha sido el de trabajar en todos los niveles para solicitar al abolición mundial de la pena de muerte, ya que “una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación”.

Y, en una carta dirigida al Secretario General de Naciones Unidas en 2014 habló de las víctimas de la violencia: “En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestras, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando la actividad consiste solo en enumerar problemas, estrategias y discusiones”.

Ante la violencia, Francisco quiere devolver la esperanza y caminar dando el primer paso hacia la fraternidad, la solidaridad y la cooperación poniendo en común nuestros talentos para respetar las convicciones de conciencia y las diferencias con los demás y así también erradicar las nuevas formas de esclavitud y desplazamiento forzado, que lleva a muchos a “descartar todo lo que moleste”, en especial a las minorías étnicas y a los inmigrantes, como ocurrió durante la “masacre inútil” como el papa Benedicto XV denominó la Primera Guerra Mundial o “Gran Guerra” y, ni qué decir de la Segunda Guerra Mundial, desafortunado ejemplo de la violencia sistemática contra minorías étnicas, religiosas y sexuales.

hernanolano@gmail.com

Síganos en nuestras redes sociales:

@Elnuevosiglo en Twitter

@diarionuevosiglo en Facebook

Periódico El Nuevo Siglo en Linkedin