"CON LA marimba, la quena, el violín, ¡alcemos la voz para la paz conseguir!", cantan decenas de jóvenes que llegaron al auditorio del Centro de Memoria de Bogotá de las regiones más golpeadas por la violencia en Colombia. Los juntó la música y el clamor por el fin de la guerra.
Ritmos afrocolombianos del Pacífico, instrumentos indígenas de la Sierra Nevada, rap y vallenato se mezclan en una sola canción. Es un grito contra el conflicto armado que sufren 40 artistas en carne propia y la expresión de la diversidad musical del país.
“Así como todo está ligado a la violencia, todos estamos buscando el mismo arte que es la paz”, dice la cantante Yuliana Andrea Torres, de 16 años, y una de las compositoras de “Soñando”.
En su municipio Suárez, en el Cauca, con frecuencia se escuchan "balas y todo mundo se preocupa, se esconde". En una ocasión "tiraron bombas" a una escuela y "todos los libros" fueron "quemados".
Mientras hace una pausa en un ensayo, la artista cuenta la sorpresa que se llevó al constatar que no estaba sola en el país: "¿A vos también te pasa?", era la frase que se repetía entre los jóvenes de distintos territorios.
Los músicos fueron convocados el jueves por la noche en el marco del proyecto "Paz al Oído", una iniciativa del Alto Comisionado para la Paz.
"Es muy trágico, la verdad, pero, pues para eso son estos espacios, para mejorar y generar la paz", sostiene Torres.
Sueños melodiosos
"Sigo soñando con los pies sobre la tierra, que se acabe la pobreza y la guerra", corean los jóvenes durante una prueba. Tras un mal acorde todos se silencian entre risas.
"Estamos aquí por amor a lo que hacemos", asegura Felipe Noguera, de 25 años, percusionista y gaitero de Barrancabermeja. En esa ciudad a orillas del río Magdalena operan el Eln, y el cartel del ‘Clan del Golfo’.
Los grupos armados están "en las calles" del pueblo, por lo que Noguera abrió una escuela de tambores para niños y jóvenes de su barrio, en donde les enseña "a que interpreten música folclórica para que ocupen los espacios de entretenimiento" y sean menos vulnerables a la violencia.
Yuliana Torres se inició en la música por herencia de sus "ancestros".
Recuerda a uno de sus maestros en la escuela que animaba a los niños a "empuñar un instrumento antes que empuñar un arma".
Solo en 2022, al menos 130 menores entre 11 y 17 años fueron reclutados por distintos grupos armados en Colombia, según el reporte anual del Secretario General de la ONU sobre la infancia en guerras.
"A veces hay jóvenes que dicen, «pues si no hay más salida, yo también me meto a los lados malos»", explica la joven de cabello trenzado.
Violencia
Torres cree en la música como alternativa a enlistarse en las filas de guerrillas, narcos o paramilitares y apuesta por "cantarle a la paz".
Escribe, compone e interpreta sus propias canciones, "siempre guiada" por sus raíces.
"Sin música, la verdad sería otra persona", afirma.
El sueño de la joven es ir a la universidad el año que viene y convertirse en abogada especializada en derechos humanos.
A su corta edad ha sufrido los golpes de la violencia y de la vida. Su hermano se suicidó en 2022 en Cali.
"Él también era músico. De hecho, cantaba muy lindo, por medio de la música siento que conecto con él, cada vez que escucho alguna canción que cantábamos juntos o las canciones que pudimos escribir", lamenta.
Para la adolescente, su vocación es crucial en una región amordazada por los grupos armados y donde se impone el terror del narco.
Además de artista es profesora de música de los niños del pueblo, pertenece a la agrupación Juventud Ancestral y forma parte del consejo comunitario.
"Saber que yo, aquí parada, estoy siendo un ejemplo para los niños de mi comunidad es una felicidad inmensa: decir que lo estoy logrando (...) por la paz", dice emocionada.
"Obedecer y callar", estela violenta
"Obedecer y callar", es la consigna de supervivencia. Bolívar es una crónica trágica del calvario sin fin que padecen los civiles atrapados en las garras del conflicto armado. La AFP acompañó a una misión del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y habló con los pobladores quienes pidieron mantener su identidad bajo reserva.
Sus habitantes son blanco del Eln y el ‘Clan del Golfo’. Las comunidades ingenian estrategias de supervivencia frente al cruce de disparos, asesinatos selectivos, confinamientos, campos minados, extorsiones y amenazas.
Cuando cesan las balas se impone su "mano invisible", pero omnipresente, "silenciosa y amenazadora", dice Javier, uno de los líderes comunitarios. "Rara vez se les ve de uniforme o con armas. Están ahí, vigilándonos sin dejar que los veamos".
El sur de Bolívar es corredor logístico con Venezuela para el tráfico de oro de numerosas minas artesanales, contrabando y cocaína.
Según la delegada del CICR, Sara Lucchetta "aislado y remoto, el sur de Bolívar ha sido históricamente un territorio de guerrilla y violencia. También es una zona de conflicto de la que se habla poco en comparación con otras regiones".
Aparte de algunos grafitis en las paredes con sus siglas, la presencia de estas guerrillas y ejércitos del narco es casi imperceptible, en los municipios de Morales y Arenal. Los campesinos siguen trabajando en sus plantaciones de maíz, papa y cacao.
"Las consecuencias del conflicto sobre la población civil se han convertido en estructurales", remarca Lucchetta.
La coca, principal componente de la cocaína, ha dejado de ser rentable y se cultiva menos. "El verdadero problema de la guerra ahora es el oro", dice el minero José.
En las últimas semanas el Eln y las ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ se enfrentaron de nuevo en la región y provocaron el desplazamiento de al menos 1.400 personas en un "clima de miedo y zozobra", según el Gobierno.
"La gente tiene miedo. Están constantemente en alerta, esperando la desgracia, pendientes de si vienen hombres armados a la puerta por la noche", describe Carlos, otro poblador.
Los grupos suelen tener aliados en las poblaciones. "Pero, sobre todo, las comunidades intentan mantenerse al margen. Es una cuestión de convivencia", subraya Javier.
"A causa del conflicto, hay normas con las que hemos aprendido a vivir. Por ejemplo, está prohibido caminar de noche", señala.
Con redes urbanas y colaboradores los tres grupos conocen y aprueban cada movimiento: para comprar una moto se necesita el permiso del comandante y justificar de dónde proviene el dinero, explica otro campesino.
La gente aquí está acostumbrada a hablar de una "tensa calma", pero en cuanto estallan las hostilidades "nos encontramos en medio del fuego cruzado, con las balas zumbando sobre nuestras cabezas", dice Wilson, otro líder local.
"Cuando solo hay un actor (armado), más o menos sabes qué hacer, te adaptas. El problema es cuando son varios y te encuentras en medio", sostiene Juan.
"Nos encontramos como ratones asustados con un nido de águilas sobre nuestras cabezas", añade.
"Para unos, somos guerrilleros. Para otros, somos paracos (paramilitares) (...). Si uno se desplaza de un territorio a otro, es rápidamente acusado, interrogado, o incluso peor... Un extraño siempre es sospechoso", explica Juan.