Perspectiva. Recuerdos de un viaje gratis en TM hace 22 años | El Nuevo Siglo
En diciembre del 2000 el tiquete costaba $800.
ENS
Sábado, 26 de Noviembre de 2022
Redacción Bogotá

Cuando Transmilenio comenzó a rodar, el 18 de diciembre del año 2000, hace casi 23 años, el nuevo sistema era una brisa de aire fresco al transporte público que imperaba en Bogotá, en la vorágine de una ‘guerra del centavo’ que, como lo reportó la prensa impresa hace más de dos décadas, había colapsado.

“Rueda Transmilenio”, “El pasaje será gratis durante ocho días”, “Hoy se parte en dos la historia del transporte en Bogotá y Colombia”, rezaban algunos titulares de prensa.

Los titulares y los cubrimientos evocaron con éxito la dulzona esperanza de una renovación para la movilidad de Bogotá, que dejaría atrás el anárquico, incómodo, costoso e insostenible transporte que, hasta ese entonces, brindaban los buses, busetas, “cebolleros” o “dietéticos”, de latas viejas, cortinas oscuras y tapicería antihigiénica.

Como recordar es vivir, EL NUEVO SIGLO habló con cinco usuarios de Transmilenio sobre esa primera semana en la que el pasaje fue gratis y en la que –hoy se sabe porque la prensa escrita es una máquina del tiempo implacable– rodarían un total de 14 articulados entre la calle 80 y la Caracas, de entre 160 mil y 200 mil dólares.  

“Es que a la gente se le olvida que antes de Transmilenio había tres tipos de buses: los ejecutivos y superejecutivos muy sucios, muy viejos, con condiciones de seguridad precarias, sin ningún control de tiempos y con barreras visuales entre el bus y la calle, que incrementaban los riesgos de seguridad en su interior. Y los ‘menos malos’ eran los intermedios, más baratos y menos riesgosos. Era un servicio desordenado, sucio y sin orden lógico. Eso es lo que la gente no recuerda: que los conductores eran trabajadores sin prestaciones ni beneficios y por eso su calidad como servidores dejaba mucho que desear. Ese era el panorama”, recuerda un docente y académico experto en seguridad, quien dice que hoy Transmilenio está así porque la ciudad creció, pero el sistema no.

“Era fantástico. Un cambio radical del cielo a la tierra. Yo usé la primera troncal la primera semana y acababa de terminar la universidad. Quería saber cómo era antes de irme a mi ciudad para las fiestas y quedé gratamente sorprendido, precisamente por la comparación con lo que acabo de describir. Vi una mejora sustancial y la calidad del servicio generaba ilusión y orgullo. No se puede acabar. Tiene que crecer para que retroceda a la oferta de servicio que prestaba antes”.

Tres factores de cambio que se perdieron

Con el recuerdo vívido, Germán Alzate tiene clarísimas las tres cosas que más diferenciaron al sistema de lo que había hace 22 años. Describe tres elementos que, en el transcurso de estas dos décadas, se perdieron.

“A mí me encantó Transmilenio porque marcaba una diferencia con el transporte que padecíamos en esa época, sobre todo en tres aspectos: los carriles exclusivos que agilizaban la movilidad, no tenía vendedores ambulantes y no había ruido al interior de los buses; es decir, que hacías tus trayectos sin la imposición de Olímpica Estéreo o de Candela. Era silencio absoluto”, comienza a recordar Alzate, quien también se refirió a lo limpias que se veían las estaciones y la sensación inicial que produjo en sus usuarios que, de acuerdo con él, no eran muchos.

Sin embargo hoy, aún usuario del sistema, lamenta que con el paso de los años los vendedores ambulantes coparon el sistema y con ellos se rompió el silencio que lo caracterizaba.

“Hoy los músicos, profesionales o callejeros llegan a cantar cualquier tipo de ritmo, la mayoría de veces horroroso, y nos lo tenemos que aguantar porque no le han puesto una prohibición. Y con relación a los carriles exclusivos, sobre todo en la Caracas hoy hay muchos nudos en estos tramos, que los han ralentizado. Son exclusivos, pero hay trancón en ellos”, concluye su reflexión un usuario de vieja data del sistema.


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Era rápido antes, es rápido ahora

Por el contrario, a Guillermo Becerra, un escritor que vive en Mosquera, le gustó desde un comienzo, y le sigue gustando, su rapidez. “Recuerdo que me encantó porque era muchísimo más rápido que ir en buseta y en ese tiempo no era tan lleno; entonces las subidas o bajadas a los articulados no eran tan traumáticas como hoy. Aun así, hoy en día es mucho, muchísimo más rápido que andar en taxi (sobre todo en horas valle) y cuando yo tengo que venir a Bogotá prefiero el Transmilenio al carro, que tengo, porque me rinde más. Su rapidez fue lo que más me impactó y me ha ahorrado mucho tiempo”.

Hoy, pese a todo, Transmilenio es un símbolo de Bogotá que les soluciona la movilidad a 3.600.000 personas diariamente (1.750.000 en el componente troncal y el restante en el zonal), muchas de las cuales no recuerdan cómo era el transporte en la capital antes de la llegada de estos buses rojos.

“Yo era muy chiquita pero mis papás me llevaron a montar en Transmilenio porque era una novedad, era gratis, y yo me lo imaginaba como un tren que se movía por Bogotá. Fuimos a Chapinero a comprar algo y me gustó. Todavía me gusta porque es rápido, pero sí se ha vuelto más difícil por la sobrepoblación y la inseguridad”, le dice a este periódico Edna, una periodista de 26 años, usuaria de siempre del sistema.

Un abuelo que aún trabaja como operario de máquinas fue concreto: “Era una ‘machera’, era lo que necesitaba Bogotá y era como el transporte público debía ser. Hoy, una de las cosas más malas que tiene la ciudad es Transmilenio y su servicio. Recuerdo que al comienzo era prohibido comer en los articulados y ahora uno ve en él todo lo que antes se veía en las busetas porque nadie controla nada. Era muy sabroso, pero hoy uno espera 20 minutos y luego llegan tres pegados y vacíos”, le dijo Isidoro a este periódico.

Las tarjetas

Un funcionario público también recordó con dificultad esa primera semana, pero lo que más le impresionó en un comienzo “fue que las tarjetas el sistema las devolvía. Yo recolecté como 30 tarjetas, pero después ya tocó comprarlas. Uno se acostumbró a cuidarlas (porque se pierden fácilmente) pero yo estoy convencido de que si a uno le dejaran comprar solo un pasaje habría menos colados”.

“Porque a veces la gente que uno ve que se salta las talanqueras (no los colados que se meten peligrosamente por las puertas de las estaciones) es porque se dan cuenta que se les quedó la tarjeta y, ¿quién va a comprar un plástico de $7 mil?”, se pregunta el aún usuario de Transmilenio, “pues uno se va apretadito pero el tiempo rinde”, concluyó el funcionario, quien lamenta que no hoy no esté tan limpio, ni tan cuidado ni tan seguro como antes.