Pan y Circo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 5 de Febrero de 2025

Una vez más y aunque me he instado de forma permanente a no servirle de caja de resonancia a Gustavo, cedí ante lo estrepitoso del performance de algo más de cinco horas, presenciado ayer por todo el país. Una vez más y como seguramente les sucede a varios de los que hoy me leen, no pude resistirme ante la tentación de evidenciar lo absurdo que es que en un territorio en el que más de 400 municipios están dominados por los grupos delincuenciales, el presidente de turno decida hacer de su Consejo de Ministros un “reality show” en el que pulularon las amenazas por convivencia, pero escasearon las estrategias trazadas pensando en traer soluciones a la gente de a pie.

No hablaremos de la ilegalidad que, según la ley 63 de 1923, subyace a la transmisión del sainete, porque las conductas ilegales en este gobierno ya se convirtieron en su modus vivendi. Tampoco hablaremos de la cantidad de referencias literarias, de personajes históricos y sucesos fantasiosos en las que, parafraseando a Thierry Ways, Petro convirtió el Consejo de Ministros en una tribuna para desarrollar sus teorías sobre la historia de la humanidad. Esas referencias no pueden merecer reflexión sensata cuando el líder al que exalta constantemente es Aureliano, el que falló en cada uno de sus propósitos. Mucho menos hablaremos del Cara a Cara, con el drama, las lágrimas impostadas y los amenazados por convivencia; porque esas poses de incautos repentinos no le quedan bien a ninguno de los (las) que estaban allí sentados, que conocen de vieja data que este gobierno está podrido en la corrupción, que el costo del silencio es altísimo, y que la responsabilidad es individual.

No. Quiero hablar sobre cómo en este país llegamos a tener un Presidente que después de tres años en el gobierno es incapaz de asumir la responsabilidad sobre su gestión y todavía conserva un 30% de votantes que lo aplauden y que estarán dispuestos a apoyarle en cualquiera de sus disparates.

“El presidente es revolucionario. El gobierno no”, decía ayer Gustavo sin el menor de los sonrojos haciendo alarde de su sociopatía. Como si fuera un opositor del gobierno daba cuenta de que 146 de los 195 compromisos que asumieron con los colombianos, no se han cumplido. ¡El 75% de los acuerdos establecidos con la ciudadanía siguen pendientes, pero nada es culpa de él!

Son los ministros -que él nombró-, y que no han estado a la altura de sus expectativas durante tres años. Es la corrupción anquilosada en su círculo de confianza, de la que él siempre es el último en enterarse. Es Trump, que vulnera la dignidad del pueblo latinoamericano. Es la oligarquía rancia que ha impedido que los sueños de cambio se materialicen, aunque hoy no ostentan el poder. Somos quienes no estamos de acuerdo con sus políticas y por eso estamos por la muerte y no por la vida. Somos todos. Todos menos él.

Oh, qué acto de valentía, decían muchos… Cuánta sinceridad, decían otros. Qué triste debe haber sido reconocer que está muy sólo, twitteaban los periodistas serviles desde España…Y así, mientras nosotros nos retorcíamos por la vergüenza y desazón, Gustavo Petro nos volvió a ganar el pulso fortaleciendo el afecto entre su audiencia, distrayéndonos de lo importante y asegurando que, en este país, él es el que maneja la agenda de comunicación.

Ayer Gustavo aprovechó el momento de espectáculo y desnudando al Hombre Unidimensional de Marcuse, recreó un montaje marketero aprendido del régimen de Chávez (que, por cierto, da cuenta de su efectividad con 30 años ostentando el poder) y se conectó con su audiencia. Su jugada luciente, que no fue otra cosa que una movida populista para desviar la atención y que debería haberse entendido como el entierro de la promesa de cambio de Colombia evidenciando la impotencia del gobierno; resultó copando todos los titulares, fortaleciendo los vínculos de empatía en quienes aún le siguen, endureciendo su voto y poniéndonos a hablar de las candidaturas que desde ya se vislumbran en el petro santismo. 

Petro no perdió nada el martes como insistimos en decirnos, pensando que una mentira dicha muchas veces se convierte en verdad. Con él nada es espontáneo y todo está fríamente calculado y ese teatro también fue orquestado. 

A él ya no le importa hablarnos al 70% de los colombianos que hoy reclamamos gestión, institucionalidad y orden.  Hoy Petro tiene la compasión del 30% de los electores, el dinero del narcotráfico, las instituciones a un paso de ser cooptadas, la narrativa perfectamente consolidada, la justicia permeada y politizada para perseguir al líder natural de la oposición, la némesis -en Trump- que necesita todo héroe de la revolución, la insolencia para hacer de cada desacierto un espectáculo casi que cinematográfico y el eco del público ante cualquiera de sus “interpretaciones”. 

Mientras sigue acercándose a su propósito de evitar que haya elecciones libres en 2026, persiguiendo al sector empresarial, oprimiendo las libertades, motivando guerras comerciales y endureciendo esa triada perversa que ha configurado junto con el Eln y el régimen de Maduro, Petro ganó ayer y al mejor estilo recreado por Juvenal en Roma, al pueblo nos dio “Pan y Circo”.

O abrimos los ojos y entendemos que tiempos extremos necesitan medidas extremas o perdemos el país.