Perspectiva. San Victorino y la Séptima otro universo en Bogotá | El Nuevo Siglo
La mariposa, en cuyos pies reposan cadáveres de palomas, es testigo de este gran mercado de vendedores informales en donde se consigue de todo. 
Sábado, 30 de Julio de 2022
Redacción Nacional

Desde la estación de Transmilenio de la Avenida Jiménez hasta el Museo del Oro, y de subida por la Carrera Séptima, camino a la Casa de Nariño, es difícil transitar como peatón. El ya inexistente espacio público de este pedacito del corazón del centro de Bogotá fue raptado por vendedores ambulantes, músicos callejeros que cantan con un bafle a todo pulmón, estatuas humanas que aprendieron a no moverse para que transeúntes y turistas les regalen una moneda y emboladores que por tres mil pesos “le dejan los zapatos como nuevos”.

Por la Jiménez el aroma a comida que se desprende de distintos puestos de fruta, jugos, salpicones, perros calientes, sánduches, longaniza y costillitas de cerdo, asadas en una parrilla, se mezcla con el olor propio de los exhostos.

Como estuvo lloviendo hay que pisar con cuidado, pues sobre todo a la altura de la Plaza de Nariño, al piso le hacen falta varias losas que, por el desnivel, han hecho profundos charcos de agua pútrida y alcantarillas sin tapa, llenas de basura, tras las inundaciones que hubo en la temporada invernal. Esto contrasta con los adoquines cuidados que tiene la Séptima, en donde es más fácil transitar y mucho de lo que se vende es arte y cultura callejera.

Pero en la zona de la ciudad comúnmente conocida como San Victorino, por donde se deben mover diariamente miles de millones de pesos en mercancías y regateos, con 50 mil pesos se pueden comprar cinco juegos de tres pares de medias; siete tangas; un paquete de dos tangas y tres cacheteros, y tenis imitación de Adidas, Puma y Nike, aunque para esos toca encimar 30 mil pesos si no se es bueno regateando.

También se pueden comprar tres libros de una selección de autores variados en donde es evidente la predominancia de títulos de Mario Mendoza. Los ejemplares están perfectamente empacados con su respectivo precio pero son manuscritos magullados de páginas amarillas, y la ilustración del libro “Breve historia de este puto mundo”, en el que Daniel Samper Ospina hace un sugerente recorrido por la historia de la humanidad, está completamente desteñida.

“Se lo dejo a 15 mil y se lo agradecería mucho. No he hecho una sola venta el día de hoy y eso me permitiría almorzar”, dice un vendedor joven y amable, quien explica que la venta de libros nunca ha sido la más fuerte y que a final de la quincena pueden pasar días antes de que haga una sola venta.

Son apenas las 11:00 de la mañana, así que es comprensible que no haya vendido nada. No obstante, explica también que en un día muy bueno puede vender hasta nueve ejemplares, lo que le representa alrededor de 135 mil pesos.

Sí, con 50 mil pesos se alcanzan a comprar tres libros y le sobra; le pueden hacer dos autorretratos o caricaturas al pastel, lápiz o carboncillo; puede comprar tres maletines “marca” Reebok o Totto (y habría 5 mil pesos de vueltas) y, si logra regatear lo suficiente, le alcanzarán hasta para una chaqueta en imitación de cuero a 65 mil.

El olor a naranja que se desprende de un carro que vende jugos ya a la altura de la Séptima se percibe con total claridad al llegar a la zona en donde los esmeralderos promocionan la compra y venta de esta piedra preciosa. El vaso mediano de jugo de naranja cuesta dos mil y el grande tres mil, y no hay forma de saber por cuánto se podría comprar una esmeralda.

Al lado de la mujer que vive de exprimir naranjas, un embolador de zapatos garantiza que por tres mil pesos dejará los botines como nuevos, y más allá hay un carrito con sombrilla roja que vende sánduches combinados con gaseosa por tres mil y hamburguesa con bebida a cuatro mil. Al frente la vendedora puso un par de butaquitas Rimax para que sus clientes tengan en dónde beberlo.



La mariposa, testigo

Así transcurre el día de miles de personas que se mueven en esta economía de la informalidad en cortas siete u ocho cuadras hasta la Casa de Nariño.

Pero entre este desorden colorido y ruidoso de comerciantes informales, en donde todo se promociona a los decibles más elevados posibles, y en donde se puede conseguir cualquier tipo de mercancías (disfraces infantiles desde 25 mil, vinilos un poco más costosos y cuanto accesorio para celulares se ha fabricado en China), hay hombres y mujeres mayores que se ven cansados, con la piel ajada, y mujeres jóvenes con llamativos vestidos que probablemente están viendo cómo vender sus encantos.

De este escenario es testigo la monumental escultura de La Gran Mariposa que esculpió Édgar Negret a manera de regalo para la ciudad y que fue reinaugurada en el 2016. Aunque en un principio la presencia de este monumento hecho de láminas de hierro soldadas buscaba que hubiera un alto nivel de proximidad con el espectador (de hecho en un principio sobre su base la gente se sentaba frecuentemente y los niños se subían a ella para deslizarse en sus láminas inclinadas), hoy su estado de deterioro y desaseo es indescriptible, pero sobre todo lamentable.

Para analizarla de cerca hay que asomarse por una baranda que se puso a su alrededor y en la que se encuentra apoyada una mujer que vende lápices, borradores y útiles escolares. Los grafitis y el excremento de las palomas que se posan sobre ella son pan de cada día en las esculturas de gran escala al aire libre, pero lo peor está a sus pies.

“Como la gente ya no les da comida a las palomas, pues ellas se mueren”, dice una viejita que está cerca del monumento. Resulta imposible dejar de mirar con algo de desazón los cadáveres de varias palomitas que reposan a los pies de la escultura, a lo que la señora explica que la gente ha dejado de alimentarlas porque han dañado algunos techos de la zona.

Con el olor a comida en el aire y las palomas que han pasado a mejor vida a los pies de una Mariposa que, pese a todo, sigue siendo monumental, es casi imposible no pensar en lo que dice la contraportada del libro que explica la historia del mundo y que fue comprado para que alguien pudiera almorzar:

“Todo empezó con una sola célula hace 5 mil millones de años y miren cómo estamos (…) Cuando se agote la energía del sol brotará en el espacio un espectáculo maravilloso, pero no quedará nadie para disfrutarlo”.