Las gentes se preguntan si la política se reduce al insulto, la conseja, la falta de propuestas y la repetidera de consignas o de mensajes burlescos por las redes. Es evidente que allí no está la política. No está en los constantes trinos que envía por el móvil el gobernante de turno, ni en las improvisadas respuestas de los adversarios e inconformes. La política requiere un mínimo de reflexión, de cabeza fría. No se trata tampoco de un juego de buenos y malos, como los chiquillos que se disfrazan de pandilleros o de agentes de la ley.
Tampoco se es bueno por estar en la banca de la oposición o en un despacho del gobierno. Y el insulto contra el contrario, como supuesta modalidad de hacer política, no pasa de la grosería y ordinariez. Es verdad, que en política se dan las barras bravas, como en el deporte, más no podemos confundir el quehacer político con el despropósito de la gritería y pugnacidad. Por supuesto, cuando una dama se levanta la falda y sale a bailar, la muchedumbre se entusiasma. Mas no todos los días estamos de carnaval.
A la política colombiana le falta algo de grandeza, en el sentido de que prevalezcan los grandes proyectos para mejorar el país y la voluntad de llevarlos a cabo. La frustración de esos millones de jóvenes que van a los estadios es inmensa, se refleja cuando gritan “fuera Petro”. Pregunté a unos muchachos por qué tanta rabia. Me respondieron, nosotros votamos por Petro, y no nos cumplió. Es curioso, la masa de votantes mayores está acostumbrada a que en Colombia los políticos incumplan sus promesas de campaña, la misma ingenuidad de la juventud hace que se indignen cuando esos mismos políticos se desdicen de sus promesas.
Uno de los factores que más favoreció el prestigio de Álvaro Uribe, obedeció a que es un hombre de carácter y palabra. Como gobernador de Antioquia se comprometió a derrotar a las Farc y cumplió. Ese hecho lo llevó dos veces a la presidencia, lo mismo que para empujar a Juan Manuel Santos a la primera magistratura. Posteriormente, en oposición a Santos, llevó a Iván Duque, a vivir en la Casa de Nariño. Entre tanto, vino el desgaste en el poder, el cansancio natural del público al ver a los mismos con las mismas en los autos oficiales. Y de improviso la encrucijada de tener dos candidatos presidenciales que no alcanzaban a llenar las expectativas del público. Mientras, Gustavo Petro, había mostrado la fuerza para ganar la alcaldía de Bogotá y la izquierda se encaramaba al poder con el voto popular en otras ciudades. Lo que mostraba una inclinación a la siniestra de las masas.
Con el arreglo con las Farc de Santos en La Habana, ya no funcionaba el coco de atacarlas verbalmente en campaña para conseguir votos. Siendo que sus agentes tienen asiento en el Congreso. Ese es el precio de transar la ley. Es cuando se da el despropósito de tener que reconocer que en ocasiones es preferible la guerra a una paz mal gestada, que a la larga deriva en conflictos mayores. Hoy el ELN y las mafias controlan más territorios y tienen más fuerza que las FARC, en su momento culminante.
Y lo peor, en aras de alcanzar la paz total, el gobierno mantiene a nuestras aguerridas tropas casi que a la expectativa, con sus altos mandos sin mayor respaldo, con fondos a la baja y bajo el peligro que si le disparan a un subversivo, salen los testigos del montón a decir que se trataba de un campesino pacífico e inocente. En tales circunstancias tan calamitosas de orden público no faltan los que proponen el federalismo, dicen ellos que así se fortalecerán los departamentos y podrían manejar sus recursos a su antojo. Tremenda equivocación. El sistema federal es para países que buscan la unidad política y administrativa, no para los que siempre han estado unidos. El federalismo en Colombia le entregaría de manera instantánea, más de medio país a los violentos y corruptos. Es decir, se desgarraría el terruño y se multiplicaría la violación de los derechos humanos, condenados sus moradores a y la frustración y la miseria.