La riqueza biológica y natural del Chocó estaba en el destino de tres líderes chocoanos que le dijeron sí a la biodiversidad, a los productos del bosque y a las oportunidades y se sumaron a un programa de apoyo a nuevos proyectos.
Unos binoculares le cambian la mirada a cualquiera. A Balmes Mosquera, quien durante años sobrevivió cazando animales en los bosques del Chocó, le transformaron la vida. El día en el que el dueño del hotel donde empezó a trabajar lo mandó a la espesura para comprobar, a través de los lentes, que los pájaros asombrosos que le mostraban en fotos y videos eran reales, pudo ver lo que sus ojos no le habían mostrado en tanto tiempo: la riqueza exuberante de una región de playas vírgenes de arena negra, manglares y selvas hoy amenazadas por la degradación.
“Cazaba por necesidad, por dinero”, cuenta y no sabía que estaba haciendo un gran daño. “Yo creía que lo que me mostraban en el hotel era mentira, un montaje; esos pájaros tan bonitos no podían existir. Cuando regresé, estaba sin palabras… ¡Me gustó tanto la idea de verlos y no matarlos!”
En su mente, esa idea se transformó en un emprendimiento que hoy tiene el nombre de Vida Salvaje Tours y se especializa en el avistamiento de aves en Bahía Solano, en el litoral Pacífico, 110 kilómetros al noroccidente de Quibdó, la capital del departamento, y en inmediaciones del Parque Nacional de Utría, una reserva natural que comprende estribaciones montañosas, selvas tropicales y aguas marinas.
Su experiencia también ha hecho de Balmes un líder comunitario en la protección del medio ambiente, como ha ocurrido con Wiston Cuesta en el municipio de Tadó, a 66 kilómetros al sur de Quibdó. A él su familia, sus vecinos y los estudiantes de la Normal Superior Demetrio Salazar Castillo le ayudaron a crear la empresa Barule para producir vinagres balsámicos, bebidas aromáticas, jaleas energizantes, vinos y derivados del borojó, del pipilongo y de otros frutos tropicales.
“A nosotros nos interesa conservar nuestra biodiversidad, ayudar a mejorar las condiciones socioeconómicas de nuestra gente y la economía de la región. No se trata de producir por producir”, asegura Wiston, con la seguridad que le da saber que las frutas exóticas les dan la oportunidad de dedicarse a algo distinto de la minería (común en la región) y centrarse en la agricultura sostenible.
Él también es consciente de que los cultivos propios de esas tierras y su economía los convierten en barreras protectoras de la fauna silvestre. Lo mismo piensa Benilda Gamboa de Córdoba, una de las fundadoras de la asociación Vamos Mujeres, creada en el corregimiento de San Francisco de Ichó, 15 kilómetros al nororiente de Quibdó por la vía que conduce hacia Medellín. Estas mujeres tienen la iniciativa de procesar y comercializar la harina del plátano popocho, alimento con alto valor nutricional.
“Queremos que toda nuestra comunidad se beneficie: nosotras les compramos las materias primas y nos encargamos del proceso. Y también podemos darles trabajo a personas que lo necesitan… esta es una comunidad muy pobre”, enfatiza Benilda.
El progreso económico, a ella y a sus compañeras, les ha surgido del suelo chocoano y de su trabajo con iniciativas verdes y emprendimientos alternativos ante la minería, la tala, la caza o las siembras ilícitas. Su sueño es cambiar la mirada sobre su propia tierra.
Con el apoyo financiero del Proyecto GEF / PNUD Biodiversidad y Minería, ejecutado por WWF-Colombia y el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, por sus siglas en inglés), habitantes del Chocó, en la costa pacífica de Colombia, han desarrollado estrategias encaminadas a mejorar su calidad de vida y preservar su entorno.
GEF, WWF-Colombia, Codechocó y el Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico (IIAP) trabajan con 12 negocios más de este tipo (helados de frutas, bebidas y productos de belleza, arroz orgánico y ecoturismo comunitario). Para el próximo año, se tienen destinados 1.300 millones de pesos del Fondo de Compensación Ambiental para apoyar otros 25 proyectos./